Una vez más la rivalidad entre la Argentina y Chile se hace sentir públicamente sólo que, ahora, aflora sin censura en medio del clima futbolero de la Copa América. Los chiflidos al Himno Nacional, el abucheo a los jugadores ya son parte del “folclore” del campeonato e, incluso, se sintió hasta un “ole, ole” en medio de la semifinal cuando la selección le ganaba a Paraguay 6 a 1.
Cada instante es una excusa para mostrar una hostilidad que existe desde hace décadas y nada tiene que ver con el deporte, ya que recién en los últimos años el conjunto trasandino comenzó a formar parte de la elite de la región.
Los argentinos no se quedaron atrás, apenas cruzaron la Cordillera empezaron a entonar el “Chile decime qué se siente”, pero recordándoles: “Nos vendiste en la guerra” de Malvinas y cantaron en los estadios: “El que no salta es traidor”. No pasó a mayores, pero Javier Mascherano tuvo que salir a aclarar: “Esto es fútbol, no una guerra”.
Esta hostilidad mutua refleja un enfrentamiento histórico por los límites que tuvieron ambos países durante buena parte del siglo XIX y XX, y que estuvieron a punto de llevarlos a un conflicto bélico en 1978 por la posesión de las islas Picton, Lenox y Nueva en el Canal de Beagle.
El “folclore” de estos diferendos, que no tienen nada de futbolero, incluye mapas que muestran a la región patagónica como chilena, algo que suele terminar en pedidos de disculpas oficiales y en retiro de circulación del material.
Hay menos casos del lado argentino, aunque durante la Copa América dio vueltas y se viralizó a través de las redes sociales la foto de un bife con la forma del territorio nacional y la parte del hueso y la grasa, como la del chileno con su nombre estampado, para que no quedaran dudas del mensaje.
Si bien esta nueva chicana podría pasar como una más dentro del “folclore” futbolero, hay un detalle que posiblemente desconozca su creador y la gran mayoría de los que la compartieron en Facebook y Twitter: la verdadera simbología que tuvo ese corte de carne en uno de los sucesos más tensos en la relación bilateral.
La Navidad de 1978 pudo haber sido la más sangrienta de la historia para ambos países si no hubiera sido por la decisión del papa Juan Pablo II de mediar para evitar la guerra. Para eso, envió a Buenos Aires y a Santiago al cardenal Antonio Samoré.
Cuando el religioso llegó al país, fue recibido en el Aeroparque por el canciller Carlos Washington Pastor, el nuncio apostólico Pío Laghi y representantes de las tres fuerzas: el general Reynaldo Bignone, el almirante Eduardo Fracassi y el brigadier Basilio Lami Dozo.
Enseguida, lo condujeron al Palacio San Martín y no bien ingresaron en el Salón Dorado se detuvieron frente a un gran mapa pintado de América del Sur. Laghi se acercó a Samoré y le dijo: “Vio eminencia lo que es esto: un bife angosto; la carne es la Argentina y el hueso, Chile”. Lami Dozo miró a sus dos camaradas y sentenció en voz baja: “Cagamos”.
Después de muchas idas y vueltas, viajes entre Buenos Aires, Santiago, Montevideo y el Vaticano y amenazas de renuncia por parte del cardenal, Juan Pablo II terminó entregando las tres islas a Chile. Se convirtió en una victoria para el general Augusto Pinochet y, al mismo tiempo, en una derrota inadmisible para el régimen de Jorge Rafael Videla y mucho más para el almirante Emilio Massera y la Armada, quienes siempre fogonearon la guerra e intentaron boicotear la mediación.
Finalmente, el presidente Raúl Alfonsín fue quien tras una consulta popular, firmó el “Tratado de paz y amistad entre Chile y la Argentina”, el 29 de noviembre de 1984 en el Vaticano, que terminó para siempre con la posibilidad de una contienda bélica entre ambas naciones.
Treinta y un años más tarde el bife vuelve al ruedo, una vez más para enfrentar a ambos países pero, en esta oportunidad, en una situación mucho menos trágica: la final de la Copa América. Quizás esta vez triunfe la carne sobre el hueso.
*Escritor y periodista.