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El boom de los emergentes no llegó a su fin

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Sin dudas, los últimos días no han sido sencillos para las economías emergentes. Los capitales, que hasta hace poco fluían abundantemente hacia dichas plazas, se encuentran en retirada. Y dicha “retirada” se refleja principalmente en la depreciación generalizada de las monedas de los países en desarrollo que ha tenido lugar durante el último tiempo.
Ante este panorama, cabe preguntarse si estamos frente al principio del fin del ciclo que caracterizó la economía global durante la última década (y que, sin dudas, tuvo al mundo emergente como uno de los principales protagonistas).
Para responder dicho interrogante, antes resulta imprescindible comprender qué es lo que estuvo aconteciendo durante los últimos años y las razones por las cuales los países en desarrollo llegaron a tener el rol central que hoy tienen en la economía global:

Una primera razón, que podríamos denominar de “carácter estructural”, y que comenzó hace ya más de una década, está asociada al profundo cambio socioeconómico de los grandes países de Asia oriental en general, y de China en particular.
Las modificaciones en los patrones de consumo (relacionados en gran medida a la puesta en marcha de un agresivo plan de urbanización), junto con un ambicioso plan de modernización y ampliación de la infraestructura productiva y social, hicieron que el gigante asiático se transformara en una verdadera “aspiradora” de insumos a nivel mundial, con el consecuente impacto que dicha situación tuvo en términos de aumento del precio internacional de las commodities.
El alza de los montos demandados, sumada al incremento de los precios, provocó un importante y súbito efecto positivo sobre el resto de las economías en desarrollo.
Quizás el factor distintivo de este ciclo fue que, a diferencia de otros episodios de mejora de los términos de intercambio, los países emergentes utilizaron, en su gran mayoría, el contexto favorable para mejorar los fundamentals macroeconómicos, decisión que reimpulsó el “círculo virtuoso”.
Coyuntura. A esta dinámica “estructural” se sumaron desde el inicio de la crisis subprime (allá por mediados de 2008) lo que podríamos definir como “factores coyunturales”. El estallido de la “burbuja” financiera e inmobiliaria que se produjo en los países en desarrollo generó dos factores adicionales que retroalimentaron la dinámica virtuosa que, desde hacía ya unos años, vivían los países subdesarrollados.

Por un lado, la profunda destrucción de riqueza que se produjo en el Primer Mundo, que provocó desempleo y recesión, hizo que las empresas globales empezaran a pensar en el mundo emergente como una gran “ventana” de oportunidad para compensar las caídas de las ventas en los mercados desarrollados. Por población, tasa de crecimiento y renovada estabilidad macro/financiera, los países en desarrollo se transformaron en un destino atractivo para las grandes corporaciones mundiales (ya no sólo como lugar de producción, dadas las ventajas comparativas de costos, sino también como mercados que, en sí mismos, podían resultar interesantes desde el punto de vista de las ventas).

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El otro factor coyuntural que benefició a los emergentes desde la burbuja subprime fue la fuerte política monetaria expansiva que puso en práctica la Reserva Federal de los EE.UU., en un intento por compensar los impactos en términos de nivel de actividad y empleo que la crisis había provocado en la economía norteamericana.

El súbito aumento de la liquidez global, y su manifestación a través de las bajas tasas de interés de los activos “seguros”, impulsó a los inversores a buscar mayores rendimientos a partir de la adquisición de activos emergentes, dándoles la posibilidad a éstos de financiar políticas públicas tendientes a incrementar los niveles de productividad y de competitividad.

Tanto desde un punto de vista real como financiero, los planetas se encontraban totalmente alineados para los países en desarrollo. La mayoría de dichos países aprovechó dichas condiciones no sólo para crecer a ritmo acelerado sino también para generar condiciones de estabilidad macroeconómica e institucional de carácter permanente.
¿Estamos ante el fin de la bonanza? La respuesta es, definitivamente, no.
1) Más allá del alboroto que se generó en los mercados durante las últimas jornadas, lo cierto es que, a pesar de la decisión de la Reserva Federal de EE.UU. de iniciar el proceso de reducción de los estímulos monetarios extraordinarios, el sesgo de la política monetaria norteamericana seguirá siendo ultraexpansivo en términos absolutos (con tasa de interés de corto plazo en 0% anual y con un programa de compras de activos financieros que seguirá en marcha). Es más, y tal cual se explicita en el comunicado oficial de la Fed, ni siquiera es 100% seguro que la reducción de los estímulos continúe en el tiempo. Por el contrario, va a depender de la evolución de la economía en los próximos meses (no debemos olvidar en este sentido que, a pesar de la mejora en el mercado laboral, en el consumo de los hogares y en la inversión de las empresas, la tasa de desempleo resulta todavía demasiado alta y la tasa de inflación demasiado baja para los objetivos que persigue y se autoimpone la Reserva Federal).
2) Incluso la continuidad del proceso de reducción de los estímulos monetarios no debería resultar una noticia tan mala para los emergentes. La razón es sencilla: el plan tendiente a “normalizar” las condiciones monetarias en EE.UU. va a persistir sólo si la situación económica en general, y del mercado laboral en particular, sigue mejorando a paso firme. Y que la mayor economía del mundo vuelva a crecer a un ritmo elevado y que los niveles de empleo retornen a los niveles pre crisis (con el fuerte impacto positivo que eso tendría sobre el poder adquisitivo de los consumidores y, por ende, sobre la demanda de productos fabricados tanto dentro como fuera de EE.UU.) nunca puede ser una mala noticia para el mundo emergente. No olvidemos que los EE.UU. o es un cliente directo importante para las naciones emergentes o, como en el caso de los países latinoamericanos, es un cliente importante para el/los clientes más importantes de la región (por ejemplo, China).
En resumen, si el proceso de normalización monetaria en EE.UU. continúa (lo cual es probable), los factores positivos y coyunturales que estuvieron “empujando” el crecimiento del mundo emergente durante los últimos cinco años (desde la explosión de la crisis subprime hasta aquí) tenderán a diluirse. La reacción de los mercados que se produjo durante los últimos días no es más que el reflejo de dicha situación.
Pero atención, y más allá de la corrección (que, a priori, no debería resultar profunda) en el precio de los activos financieros que necesariamente debe producirse, hay que tener en claro que los factores “estructurales” detrás del rol protagónico de las economías emergentes dentro de la mundial no se han modificado (y tampoco lo harán en el corto/mediano plazo).
Por tanto, y si bien con menos ímpetu que hasta el pasado reciente, el boom de los emergentes no ha llegado a su fin