En el siglo XIX el ejército norteamericano decidió importar camellos para vigilar y abrir caminos en California, Arizona, Nevada y Utah. En 1848 le compró a Túnez y a Egipto 33 camellos y en 1857 compró otros 75. La eficacia de los camellos demostrada en los cruces de las costas de Texas al océano Pacífico a lo largo de cinco mil kilómetros hizo que Estados Unidos se dispusiera a importar otros mil camellos, pero al estallar la Guerra Civil de 1861 el proyecto se abandonó.
La curiosa historia de los camellos americanos, aunque trunca, refleja su característica. Son pasivos, asumen mansamente su papel de animales de carga, pueden tomar 180 litros de agua de una sola vez y no volver a necesitar beber por diez días, las hembras dan leche para el viaje y hasta su estiércol es usado como combustible para cocinar ante la falta de árboles en las zonas desiertas.
Nietzsche se interesó por los camellos en Así habló Zaratustra, donde escribió sobre las tres transformaciones del espíritu: primero en camello, luego en león y por último en niño. El camello representa la humildad, el sometimiento, el saber soportar con paciencia las pesadas cargas que no sólo se aceptan sino hasta se veneran, porque los camellos se arrodillan para ser cargados, lo que para Nietzsche era el gesto más simbólico de sumisión. El hombre decadente sería el camello.
El león representa al hombre crítico, activo, que se rebela y tiene la fuerza para romper las cadenas que apresan el espíritu libre. Pero la mera destrucción no alcanza y tras la ruptura es necesaria la creación, para lo cual hace falta una fuerza de la que el león carece pero no así el niño, para quien la vida es juego como para el artista: sólo el niño y quien regresa a él es capaz de crear.
Y queda otro protagonista, el dragón, que no quiere que la gente tenga ningún “Yo quiero”, que somete al camello, ante el que se rebela el león y que sólo el niño sabe que no existe. Como siempre para los niños –acertadamente– todos los reyes están desnudos.
Ese rey dragón para Elisa Carrió (ver reportaje en página 36) puede tener, como la Hidra de Lerna, hasta siete cabezas: la de Kirchner, la de Duhalde, la de Lavagna, la de Macri e, incluso, la de Cobos.
Tanto en la entrevista como en la presentación de su nuevo partido, el viernes, Carrió se quejó del servilismo mental que aqueja a la sociedad, que no quiere lo que quiere con suficiente convicción. Indirectamente habló de las tres transformaciones del espíritu nietzscheano, que son un proceso que va de la sumisión a la libertad del individuo, y la recuperación de sí mismo. En su metáfora, el pueblo actual es el camello, ella sería el león y el pueblo futuro el niño.
¿Se puede conquistar voluntades mayoritarias con un discurso así? ¿La locura es sana y/o dice verdades que la razón oculta? De estos temas habló –y por momentos discutió– Carrió en su primer reportaje post regreso, marcado también por el disgusto que le provocó una contratapa que escribí hace dos meses titulada “Para Elisa”.
Terminé la entrevista pensando en Zaratustra y cómo Nietzsche, a pesar de haberle abierto los ojos al mundo, pasó parte de sus últimos años en un psiquiátrico.
Lilita-Zaratustra. El texto sobre las tres transformaciones en Así habló Zaratustra no es muy extenso, por lo que prefiero compartirlo con el lector en palabras de Nietzsche:
“Hay muchas cosas pesadas para el espíritu –escribió Nietzsche–, para el espíritu fuerte, paciente, en el que habita la veneración: su fortaleza demanda cosas pesadas, e incluso las más pesadas de todas. ¿Qué es pesado? Así pregunta el espíritu paciente, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que se le cargue bien. ¿Qué es lo más pesado, héroes? Así pregunta el espíritu paciente, para que yo cargue con ello y mi fortaleza se regocije.
“¿Acaso no es: humillarse para hacer daño a la propia soberbia? ¿Hacer brillar la propia tontería para burlarse de la propia sabiduría? ¿O acaso es: apartarnos de nuestra causa cuando ella celebra su victoria? ¿Subir a altas montañas para tentar al tentador?
“¿O acaso es: alimentarse de las bellotas y de la hierba del conocimiento y sufrir hambre en el alma por amor a la verdad? ¿O acaso es: estar enfermo y enviar a paseo a los consoladores, y hacer amistad con sordos, que nunca oyen lo que tú quieres? ¿O acaso es: sumergirse en agua sucia cuando ella es el agua de la verdad, y no apartar de sí las frías ranas y los calientes sapos? ¿O acaso es: amar a quienes nos desprecian y tender la mano al fantasma cuando quiere causarnos miedo?
“Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu paciente: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto. Pero en lo más solitario del desierto tiene lugar la segunda transformación: en león se transforma aquí el espíritu, quiere conquistar su libertad como se conquista una presa, y ser señor en su propio desierto. Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria.
“¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? Tú debes ser, llama el gran dragón. Pero el espíritu del león dice yo quiero. Tú debes, le cierra el paso, brilla como el oro, es un animal escamoso, y en cada una de sus escamas brilla áureamente el ¡Tú debes! Valores milenarios brillan en esas escamas, y el más poderoso de todos los dragones habla así: todos los valores de las cosas brillan en mí. Todos los valores han sido ya creados, y yo soy todos los valores creados. ¡En verdad, no debe seguir habiendo ningún ‘Yo quiero!’. Así habla el dragón.
“Hermanos míos, ¿para qué se precisa que haya el león en el espíritu? ¿Por qué no basta la bestia de carga, que renuncia a todo y es respetuosa? Crear valores nuevos, tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear, eso sí es capaz de hacerlo el poder del león. Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león.
“Tomarse el derecho de nuevos valores, ése es el tomar más horrible para un espíritu paciente y respetuoso. En verdad, eso es para él robar, y cosa propia de un animal de rapiña. En otro tiempo el espíritu amó el tú debes como su cosa más santa: ahora tiene que encontrar ilusión y capricho incluso en lo más santo, de modo que robe el quedar libre de su amor: para ese robo se precisa el león.
“Pero decidme, hermanos míos, ¿qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí. Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo.
“Tres transformaciones del espíritu les he mencionado: cómo el espíritu se convirtió en camello, y el camello en león, y el león, por fin, en niño.”
Así habló Zaratustra: quizás Carrió se inspiró en él aún sin ser consciente.