Los países modernos combaten la inflación con la tasa de interés. Con ella manejan el “ritmo” de la economía.
Desde que ha asumido este gobierno, se ha buscado este camino por sobre otros para combatir la inflación, o al menos intentarlo.
En la práctica, esto no ha dado el resultado esperado. Y simultáneamente, la menor actividad comercial parece haber empeorado la situación general, metiéndonos en una conocida espiral de “incremento de tasas-disminución de la actividad-inflación”, una estanflación, como se ha llamado la inflación con recesión.
En medio de esto, en vez de aumentar las reservas, las que se ha anunciado ayer se pretende hacer, se ha contraído deuda tanto a nivel local como internacional, con el consiguiente costo fiscal que complica aún más las cuentas públicas.
Sólo de intereses de Lebacs, el país pagará más de 15 mil millones de dólares, algo a lo que cuesta encotrarle sentido. La positividad de la tasa frente a la inflación, amén de no haberse logrado, está planteada en términos que no son textuales, aun en economías desarrolladas: la tasa es “negativa” en dichos términos en Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Japón, etc.
Siempre he insistido en que, para generar ahorro, es suficiente que la tasa de interés le gane al valor del dólar (divisa). Me pregunto cómo justificar a lo largo de
2016 una tasa de interés que ha permitido especular y ganar casi 30% en dólares. Difícil de explicar, y ni que hablar a los tomadores de préstamos que en dicha divisa debieron pagarla.
Repetiré hasta cansarme en una visión de diferente diagnóstico: veníamos de un mercado lleno de cepos, una conformación de precios totalmente distorsionada y un desajuste general.
Es muy difícil explicar hoy lo que valen ciertos artículos:
indumentaria, transporte (el áereo insólito), gastronomía, etc. Me resulta más que evidente que el precio se conforma de “arriba para abajo”: en vez de partir de los costos y ver el margen de rentabilidad, se parte de “lo máximo que pueda cobrar”, típico de momento “estanflacionarios” donde nadie quiere perder, todos se quieren cubrir.
Si, a su vez, miramos las pymes, el gran engranaje de la economía, éstas prefieren vender menos a pagar enormes costos financieros. Otra vez tropezamos con la política de tasas.
Todo esto, que he venido advirtiendo hace más de un año, no tiene visos de cambio evidente, a excepción de la voluntad (tardía, pero válida) de incrementar las reservas, y se espera el valor de la divisa.
La Argentina ha perdido muchísima competitividad en el período 2008-2016 y tomará tiempo recuperarla. El tipo de cambio ayuda
al elevarse a disimularla, mientras todos, Estado, privados, provincias, se “atan los cordones” a lo que es debido.
Por último, no puedo dejar de pensar en la necesidad de un plan de estabilización, bajando drásticamente las tasas, con acuerdo de precios o al menos una concertación: este esquema Tupac Amaru no nos va a llevar a buen puerto.
Los planes Austral y Convertibilidad no fueron mal pensados, sino mal ejecutados: se desbarrancaron en el déficit de las cuentas públicas, si ello se ordena, en los primeros tiempos con financiamiento genuino, se apalanca mejor la actividad (eso se logra simplemente con tasas sensiblemente más bajas), se crece, se recauda más y se achica el déficit, la salida será la que otros han tenido: revaluando la moneda cuando la economía ya está sólida.
El camino ortodoxo nos hace pensar que es lo que hacen todos, ¿para qué hacer algo diferente?
Pero, Argentina es diferente. Basta con mirar la AFA, nuestro fútbol, para darnos cuenta de que todo es distinto, lamentable, aun en un terreno donde somos potencia.
El desafío es reforzar el cambio, y Cambiemos es algo que la ciudadanía votó para cambiar, tantas veces como sean necesario para dejarles a nuestros hijos
un país mejor, no a ellos la tarea de arreglarlo. Entonces: cambiemos.
Tenemos un presidente que admite errores y desvíos, que tiene autocrítica, bien puede girar y corregir, equipo le sobra… ¿otra vez estoy hablando de fútbol?