El cerebro, como todas las partes de nuestro cuerpo, crece drásticamente desde antes del nacimiento hasta los primeros años de vida. Sin embargo, a diferencia del resto, este crecimiento dura hasta bien entrada la edad adulta. Hay un momento que es crucial en este desarrollo: la adolescencia. Gracias al surgimiento de tecnologías aplicadas a la medicina como la resonancia magnética nuclear (RMN), hoy sabemos que el cerebro continúa con su desarrollo y cambio durante el resto de nuestra vida, pero lo hace de una manera más lenta y pausada que en los primeros años. Durante este período, las modificaciones en la sustancia gris, en la sustancia blanca y en el sistema de neurotransmisores son inmensas y tienen implicancias directas sobre las grandes transformaciones de la conducta que presentan los adolescentes. Estos cambios neuronales son tanto progresivos (se van construyendo) como regresivos (se reducen y sincronizan) y son muy sensibles a las influencias de la maduración y del ambiente.
Los años de la primera infancia están marcados por períodos críticos de desarrollo cerebral. Hay miles de millones de neuronas en el cerebro que intercambian mensajes a través de las sinapsis y permiten así que las diferentes partes del cerebro funcionen de manera coordinada. Inicialmente hay un período que resulta en una superproducción de sinapsis que es seguida por una competencia entre ellas. A través de diversos estudios se ha demostrado que la fuerza o la eliminación de estas neuronas depende exclusivamente de las experiencias y las demandas ambientales. (...)
Existe un notable aumento de las sinapsis justo antes del surgimiento de la pubertad y otro período prominente de poda sináptica y plasticidad durante la adolescencia. En algunas regiones cerebrales, se pierden hasta la mitad de las conexiones sinápticas. Esto es fundamental porque contribuye a la sintonía fina de las conexiones cerebrales necesarias para que se generen los circuitos del cerebro adulto. La maduración cerebral en esta etapa no ocurre de una forma ordenada y lineal, sino que es específica en relación a la región del cerebro, el sexo y el momento en el que se produce. (...)
Criar hijos adolescentes conlleva grandes satisfacciones y sin duda grandes desafíos. Una de las complejidades inherentes es que el ingreso del primer hijo a la adolescencia muchas veces coincide con la transición de los padres a la crisis de la mitad de la vida. Gran cantidad de las emociones encontradas o contradictorias que los padres sienten en relación al crecimiento de sus hijos resultan también de su propia lucha ante esta crisis. No hay demasiados estudios al respecto, pero podría especularse que parte de los problemas de crianza podría atribuirse a lo que están transitando los propios padres además de la problemática de la adolescencia en sí.
El encuentro entre la adolescencia y la mitad de la vida de los padres podría ser una suerte de ironía del destino: la sensación de libertad total que tienen nuestros hijos se contrapone con la sensación de responsabilidad personal y económica en la que nos encontramos los adultos. Laurence Steinberg, de la Universidad de Temple, da cuenta en sus investigaciones que la adolescencia en sí afecta el bienestar de los propios padres. Reporta que más de un tercio de los padres de adolescentes presenta un aumento de síntomas de depresión, falta de seguridad consigo mismo, conflictos en el matrimonio y problemas en el trabajo o en la vida en general. Según este autor hay una serie de consejos a tener en cuenta desde el punto de vista de los padres para afrontar con más recursos la adolescencia de los hijos:
# Asegurarse de tener intereses genuinos y satisfactorios más allá del de ser padres. Podría ser la propia pareja, el trabajo, un pasatiempo o algún interés particular. Si tienen una buena relación de pareja o una carrera o hobby estimulante, hagan lo que sea para reforzar su compromiso con eso.
# Tratar de adoptar una visión positiva hacia la adolescencia y a los cambios que está transitando el hijo adolescente. Si uno considera que la adolescencia es un problema, puede que lo sea y no solo para el propio adolescente sino para todo el sistema familiar. Es importante recordar que los adolescentes aprenden a ser sanamente independientes estando en una relación padres/hijos cercana.
# No desengancharse del hijo emocionalmente. Estudios han demostrado que los adultos afrontan mejor el crecimiento de sus hijos cuando están cerca emocionalmente hablando.
# No tomarse nada de manera personal. Es normal para los adolescentes cuestionar la autoridad, exponer los dobles discursos de sus padres, buscar privacidad e independencia. Es común que pongan esa cara larga y desfigurada denotando vergüenza cuando uno opina delante de sus amigos, pero esto no es personal, solo están tratando de distanciarse de lo que los padres representan: un recordatorio constante de que alguna vez fueron sus niños pequeños.
# No tener miedo de discutir lo que sienten con su pareja, sus amigos y, si es necesario, con un especialista. Es frecuente sentirse enojado, celoso, resentido, desconcertado o el sentimiento que sea. Todos los padres tienen sentimientos contradictorios cuando los hijos crecen y se vuelven independientes y seres autónomos. (...)
En términos generales, los padres más competentes parecen ser los más amorosos y, a la vez, exigentes. Son asertivos, cariñosos e involucrados. Disfrutan haciendo cosas con sus hijos y se alegran de sus logros. Consideran que tienen la obligación de entender las necesitades de sus hijos y sus emociones, atienden sus problemas e intereses como significativos.
*Autora de Cerebro adolescente, editorial Paidós (fragmento).