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LEY DE MEDIOS AUDIOVISUALES

El chavismo y Kirchner

La noche del veintiocho de junio muchos políticos y analistas creyeron que Néstor Kirchner se retiraría de la política, que anticiparía las elecciones presidenciales.

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La noche del veintiocho de junio muchos políticos y analistas creyeron que Néstor Kirchner se retiraría de la política, que anticiparía las elecciones presidenciales. Los más adictos a la televisión imaginaban a un avión venezolano esperándolo en Ezeiza para conducirlo al exilio. Algunos peronistas salieron a disputar una herencia que no existía y los más díscolos de sus seguidores levantaron la cabeza. Quienes hemos tenido oportunidad de tratar con otros dirigentes latinoamericanos de alto nivel estuvimos en total desacuerdo. Kirchner pertenece a una vieja estirpe de líderes, de los que hay pocos en el continente. Nacieron en la política, vibran con el poder, ven todo desde esa perspectiva. Son como los toros de lidia: embisten hasta el final, no retroceden nunca. Además, Kirchner tiene mucho poder y cuenta con herramientas para seguir en su lucha.

En todos los estudios electorales es el personaje en torno al cual gira la política argentina. Unos lo siguen, otros lo odian, pero es el personaje más mentado. Tiene muchas cartas en su mano y suficiente fuerza para ganar la próxima elección presidencial. Probablemente, la noche de su derrota volvió los ojos a lo que hacen algunos de sus amigos exitosos en Venezuela, Bolivia, Ecuador, y decidió trasplantar a la Argentina un esquema que ha funcionado en esos sitios. En estos días, quienes hemos vivido estas experiencias sentimos que se repiten de manera idéntica en la letra y sobre todo en el espíritu de algunas propuestas legales. Los autoritarismos plebiscitarios surgieron de las urnas pero se convirtieron después en autocracias eternas. En otros países se cree que sus presidentes se quedarán por mucho tiempo. Si el esquema funciona en la Argentina, tendremos a Kirchner para una década más.

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Las dictaduras plebiscitarias partieron sojuzgando a la prensa independiente. Todos los totalitarios detestan la libertad de prensa. Empezaron por hacer una ley de medios que recordó a las radioemisoras y a los canales de televisión que las frecuencias pertenecen al Estado y que ellos existen solamente por graciosa concesión de la autoridad. Cada dos años, el Estado evaluará si las usan correctamente y les renovará o no su gracia. Atropellaron a unas pocas radios, crearon un ambiente de terror, después de eso casi todas las otras radios prefirieron dedicarse a la música. Es menos peligroso. Los oscurantistas de izquierda, en el caso ecuatoriano, descubrieron que había una serie de televisión que había que prohibir por subversiva: Los Simpson, muestra desagradable del capitalismo. La protesta general permitió que Homero volviera a la pantalla chica. Su proscripción logró movilizar masas. No pasó lo mismo con el atropello de las instituciones democráticas, porque actualmente los latinoamericanos están más interesados por los partidos de fútbol que por los partidos políticos.

En la práctica, una ley de estas características estatizó todos los medios, les quitó su libertad. El siguiente paso fue el anuncio de un reparto de frecuencias. Un tercio quedará con la burguesía (los periodistas), un tercio irá al gobierno y otro a las organizaciones sociales. Tal vez no se cumpla con la amenaza, pero ayuda a fomentar el terror. A continuación, el gobierno arremetió en contra de El Comercio, el diario más antiguo del país. Ofendió personalmente a una dama intachable que lo dirige, descendiente de una familia de periodistas de tres generaciones. Si doblega a El Comercio, todos los demás periódicos del país quedarán paralizados. La oficina de recaudación de impuestos es otro actor político importante. Acosa a todos los empresarios sospechosos, a empresas vinculadas con los medios o con dirigentes de oposición. El temor crece. Todos tienen cuidado de escribir, hablar, reunirse, pensar.

El sueño de los autócratas es perennizarse en el poder, mientras que la democracia supone la alternabilidad. Para eternizarse, hicieron algunas reformas a la ley electoral. Usaron un discurso con el que muchas personas de mentalidad progresista cayeron en la trampa. Les dijeron que no es posible que los ricos compren el espacio que quieran en la televisión y la radio, y que es mejor que el Estado pague esos gastos y los reparta entre todos los candidatos. Los que apoyaron el proyecto no se percataron de que el Estado tenía en todos los países un nombre y un apellido. Se llama Hugo Chávez en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua. ¿Se le ocurre qué nombre tendría quien controle las elecciones en la Argentina? Las propagandas políticas terminaron anuladas con un ingenioso método en el que hay tanta propaganda amontonada que nadie ve nada. A la gente común solamente le llega la comunicación gubernamental. En Venezuela durante la campaña, cada diez minutos, en todos los medios, los ministerios informaban a la Nación sobre los logros de la revolución. Esa no era propaganda de Chávez sino “educación cívica”. Cuando todo esto se mezcla con un par de medidas demagógicas, como congelar los arriendos, incrementar subsidios o cualquier otra cosa que oponga a los pobres en contra de los ricos, que permita subir unos puntos en la preferencia electoral, componen el cóctel perfecto para la reelección indefinida.

Las elecciones del 28 de junio pusieron en alerta a Kirchner, que es un político de casta. Si las leyes chavistas y la persecución a los medios dan resultado, se está conformando un escenario semejante al que dio origen a otros autoritarismos. Usando la imagen de una vieja película de Bergman, podríamos decir que “el huevo de la serpiente” está depositado. Hay un plan inteligente que avanza sobre la sociedad conducido por personas que saben lo que hacen. Mientras tanto, algunos de nuestros políticos se dedican a polémicas intrascendentes, a elucubrar si prefieren a Cobos o a Macri y a lanzar candidaturas prematuras que pueden sonar ridículas cuando se instaure un proyecto autoritario de largo aliento.


*Sociólogo y politólogo.