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obligaciones

El cliente 9

Supongamos que sí: que tuviese el deber de dar la cara ante la sociedad que le brindó su confianza en las urnas. Supongamos que su obligación fuera esa y no otra: comparecer ante la opinión pública, hacerse cargo y explicar clarito y bien todo lo que había pasado.

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Supongamos que sí: que tuviese el deber de dar la cara ante la sociedad que le brindó su confianza en las urnas. Supongamos que su obligación fuera esa y no otra: comparecer ante la opinión pública, hacerse cargo y explicar clarito y bien todo lo que había pasado. Tenía que hacerlo y lo hizo. Eliot Spitzer, el entonces gobernador del Estado de Nueva York –hoy ex–, llamó a conferencia de prensa y admitió ponerle el pecho a las balas de la indignación moral. Son las reglas del juego y las aceptó con bastante temple. Eso sí: lo que dar la cara significa es que debía dar su cara, y lo que poner el pecho significa es que debía poner su pecho. ¿Qué hacía entonces la pobre Silda, la esposa apabullada, la maculada madre de las tres chiquitas Spitzer, parada con semblante espeso justo al lado del marido desleal? ¿Por qué la hicieron comparecer también a ella, que diera también ella la cara, que pusiera también ella el pecho? ¿No fue éste el verdadero escándalo? ¿No fue ésta la verdadera crueldad?
Spitzer patinó justo ahí donde otros ya patinaron, y donde otros van a patinar tarde o temprano alguna vez. Pero no por eso tenemos que estar tan seguros de que lo más correcto sea mofarse de la pacatería de los estadounidenses, de su insobornable hipocresía o de su manera un poco tilinga de poner la lupa sobre la vida privada de las personas. ¿No habíamos convenido acaso, hace tiempo y como evidencia, en que “lo personal es político”? ¿Y si no fuese tan simplemente un atropello y una intromisión indebida sobre la soberanía de sus asuntos personales?
Sólo que entonces, al dar la cara y arrepentirse, no debió presentarse con Silda. No con Silda, sino con Kristen. Con Kristen en todo caso. Menudita, castaña, 50 kilos, 1,63 de estatura: es lo que sabemos de ella. Eso, y los 4.300 dólares que cotiza una noche con ella con servicio completo. Los ojos húmedos de Eliot Spitzer nos dicen tanto como el trajecito sobrio y el collar de perlas de Silda Wall. Pero tal vez no debamos sacar conclusiones definitivas hasta tanto aparezca Kristen, mientras no la conozcamos, mientras no se deje ver.