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El consenso estéril

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Democracia. Alfonsín y sus sucesores no tuvieron políticas sustentables. | cedoc

Como cada 10 de diciembre, desde que en 1983 Raúl Ricardo Alfonsín asumió la Presidencia, se conmemora la recuperación del sistema democrático. Un punto de inflexión en la historia argentina en que la esperanza de la ciudadanía se depositó en la plena vigencia de la Constitución. Eran tiempos en que, en la efervescencia de la campaña electoral post Malvinas se había tejido un consenso entre los principales partidos que se disputaban el poder: Argentina debía cambiar sus prioridades y redistribuir el gasto público orientado a Defensa y Seguridad, típico de cualquier gobierno de militares hacia rubros más sensibles como Salud y Educación.

En aquel entonces, el gasto uniformado era del 2% del Producto Bruto Interno (PBI), algo menos que el promedio de la región y con picos de 3% en momentos de la frontera caliente con Chile. Se cumplió esa promesa y el gasto en Defensa llegó a ser el más bajo de todo el continente, pero lo que se repartió no alcanzó para un cambio sustancial en las prestaciones sociales. Es que los consensos, en democracia son necesarios, pero no suficientes para aumentar en bienestar general. A veces los diversos grupos se pueden poner de acuerdo en una línea equivocada que recién con el transcurrir del tiempo podrá ser corregida por ensayo y error. Error que se constata cuando el “sistema” elegido de esta manera no puede sustentarse. Y estos agotamientos de modelo ocurrieron varias veces, la primera cuando el mismo Alfonsín tuvo que “resignar” su puesto cinco meses antes del fin de su mandato constitucional. La hiperinflación licuó su caudal político y la paciencia ciudadana. “No supe, no pude o no quise”, fue la realista y valiente confesión que formularía tiempo más tarde. El éxito en el giro de 180 grados que impulsó en su política de plena vigencia del estado de derecho no encontró un camino paralelo en la elección de una política económica sustentable e inclusiva, como insiste predicar, y con razón, el actual ministro Martín Guzmán.

No fue una falla exclusiva del hombre de Chascomús: se la apropiaron todos los grupos políticos que gobernaron desde entonces. Aún aquellos que creyeron encontrar en el pico de su credibilidad y apoyo político un premio al modelo elegido que, indefectiblemente, la realidad terminó por desenmascarar más temprano que tarde.

Es que la celebrada restauración democrática no encontró nunca un camino de crecimiento, mejora social y consensuado. Al menos no hasta ahora y ese es el gran desafío para el escenario post-pandemia. Ponerse de acuerdo no es charlar sobre objetivos más o menos obvios y que no produzcan conflictos. De lo que se trata, justamente, es armonizar esas diferencias, concentrarse en los dilemas (en los que se elige sólo un bien y se relega otro) y se indaga en la forma en que los “ganadores” pueden compensar a los “perdedores”. Nicholas Kaldor (1908-86) fue un economista húngaro que desarrolló su actividad en Gran Bretaña y que trabajó sobre el concepto de que todo cambio es posible considerando las transferencias que los sectores cuya posición queda beneficiada pueden realizar a los perjudicados para no bloquear los cambios. Este cúmulo de ideas deja de ser un juego de intelectuales cuando el cambio, precisamente, se vuelve urgente. El reciente informe sobre la pobreza del Observatorio de la Deuda Social Argentina muestra la sombría proyección de un indicador clave: dos de cada tres menores de edad son pobres. Y la pobreza también está vinculada con el acceso a la educación y las posibilidades de calificar a empleos de calidad. Un círculo vicioso que clama por su ruptura.

En el corto plazo, el desafío será cómo salir lo antes posible de la caída récord de la economía, pero las cuestiones que vienen produciendo desequilibrios y malos resultados siguen vigentes. Mientras no se asuma la crisis como una hipoteca de toda la sociedad, el cambio no estará en las prioridades. Asumirlo es, de alguna manera, honrar la memoria de Raúl Alfonsín cuando proclamaba que “con la democracia se come, se cura y se educa” haciéndolo realidad.