Cristina Fernández es la presidenta de todos los argentinos. ¿El cuerpo de Cristina Fernández es de todos los argentinos? Puesto de otra manera: ¿tiene Cristina Fernández derecho a la intimidad? La respuesta obvia es “por supuesto, la Presidenta goza de todos los derechos que le corresponden por ser, antes que nada, una persona humana”.
Sin embargo, los argumentos que se han escuchado a partir de su internación son otros; quizás el más repetido de todos es el que dice que “la Presidenta es una figura pública y como tal debe proveer información sobre su salud en tiempo y forma a todo el que la desee”.
Este argumento puede ser comprendido de dos modos diferentes. Para uno, el que parece imperar hoy, el carácter público de la personalidad presidencial podría equipararse al de cualquier personaje del espectáculo. Su lógica rezaría así: “Quien utiliza los medios para llegar al gran público después debe admitir que los medios se entrometan en su vida privada”. La popularidad mediática es un camino de ida, pero también de vuelta.
Pero aquí no sólo estamos hablando de un personalidad popular, sino de la más alta autoridad del país. Entonces, su carácter “público”, más que estar ligado a la “popularidad por publicidad”, se refiere a que la autoridad presidencial en una democracia “es de todos, por todos y para todos”.
Claro que la autoridad presidencial viene adosada a una persona. Si la salud de esa persona está en problemas, también lo estará la autoridad para ejercer el cargo. Por lo tanto, la información sobre la salud presidencial es un acto de gobierno (información que obviamente no tiene nada que ver con responder al extendido morbo social publicando una foto de la Presidenta sufriendo al dejar el nosocomio).
Como todo acto de gobierno, la información sobre la salud presidencial está sujeta también al objetivo de brindarla para favorecer el interés público. Los kantianos dirán al respecto que “nada que deba esconderse a la ciudadanía puede ser bueno”. Sin embargo, conocemos el argumento clásico de la realpolitik de que el gobierno de una democracia lo es de un Estado, y éste está en una relación de poder con otros Estados, que pueden usar esa información relevante a su favor, utilizando la debilidad del momento político.
En el mismo sentido, cierta información puede generar en la población una preocupación indebida y hasta pánico, y el efecto de esa información es contraproducente. Así, el Gobierno podría argumentar que no dio a conocer el verdadero motivo de la visita presidencial al sanatorio en agosto inmediatamente después de la caída debido a que los análisis no mostraban en ese momento ninguna secuela importante, y que la información sobre el accidente podía generar la consabida oleada de rumores que sobre su salud sufre cualquier primer mandatario.
Todas consideraciones generales que, de todas maneras, adquieren tonos graves específicos cuando se aplican al sistema de poder kirchnerista dado que el modo hiperpersonalista del estilo de poder de Cristina Fernández se conjuga con el carácter hiperpresidencialista de la democracia argentina, que vuelve tremendamente crítica cualquier situación que adolezca la Presidenta. Fue evidente, por ejemplo, en la sorda interna que se desató entre los miembros de su “círculo blanco” respecto nada más ni nada menos que del traspaso o no del poder a Amado Boudou. Con la internación de la Presidenta se dio un profundo compás de espera que paralizó la política.
De allí que haya sido notable el alivio de la opinión pública (incluso la que no votaría al FpV en las elecciones venideras) al conocer que la Presidenta se recuperaba de manera favorable, ciertamente por razones humanitarias. Aunque también porque percibió lo dramático que podía ser para el funcionamiento de la democracia que Cristina Fernández no pudiera ejercer el poder. Y esto nos debe hacer reflexionar, y mucho, sobre los peligros del personalismo y de la ausencia de organizaciones partidarias consolidadas en la política argentina.
*Politólogo. Director de la carrera de Ciencia Política de la UBA.