COLUMNISTAS

El desafío que nos imponen los brasileños

La nominación de Río de Janeiro como sede olímpica en 2016 provocó reacciones y reflexiones en el país.

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| Cedoc

La nominación de Río de Janeiro como sede olímpica en 2016 ha provocado una serie de reacciones y reflexiones en la Argentina sumamente interesantes, y que dan pie para analizar, quizás hasta para psicoanalizar, este complejo de inferioridad que injustamente tenemos ante el tema. La idea no pasa tanto por perder ese complejo, como por ser capaces de estructurar la estrategia adecuada ante esta nueva realidad, en lugar de quedar paralizados entre la frustración y la descalificación, o peor aún, en el error.

Argentina ¿potencia sudamericana? Es común escuchar que “la economía argentina era más grande que la brasileña hasta no hace mucho”. Sin dejar de ser cierta esa información, es confusa e imprecisa, porque oculta una parte importante de la realidad, como surge muy claramente de analizar el gráfico que acompaña esta nota. La Argentina fue más que Brasil sólo entre 1890 y 1940 (cuando la relación en el gráfico es menor de 1), como consecuencia del espectacular crecimiento que tuvo nuestro país al incorporar productivamente la pampa húmeda y al recibir a millones de inmigrantes dispuestos a trabajar duramente, en un mundo hambriento por nuestros granos y nuestras carnes.

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Este crecimiento mucho mayor al del Brasil se da entre 1860 y 1910, y desde la crisis del 30, pero especialmente desde la posguerra del 45, Brasil pasa a crecer más rápido que nosotros. Por eso no debemos confundirnos: el Brasil era ya un imperio importante cuando la Argentina recién empezaba a organizarse; y cuando Salvador de Bahía era ya una ciudad, Buenos Aires era una aldea, aún menor que Salta, Córdoba, y muchas ciudades de Latinoamérica.

En 1810, cuando Río de Janeiro era la capital de un reino que incluía a Portugal, Brasil era casi cuatro veces más grande económicamente que la Argentina, o sea mucho más que ahora, que no llega a ser tres veces mayor. Consecuentemente los 50 años en los que la Argentina fue más que Brasil constituyen la excepción y no la regla, y no debe sorprendernos, ya que Brasil es tres veces más grande en territorio, y casi cinco veces mayor en población.

Es interesante destacar que Brasil creció mucho más que nuestro país entre 1940 y 1990, cuando ocurrió la industrialización brasileña, bajo la influencia de las ideas de Celso Furtado, discípulo y colega de nuestro Raúl Prebisch en la CEPAL, muy bien continuadas por Helio Jaguaribe y otros pensadores que supieron anteponer la realidad del país, a la influencia de modas importadas.

Desde 1990 hasta estos días la relación entre ambos países se mantiene estable, fluctuando mucho más nuestro país, en función de los dispares ciclos económicos y las cuestiones cambiarias, que a veces complican la comparación.

La clase dirigente del Brasil. Más allá de las mediciones económicas, nadie puede poner en duda la mucho mayor preeminencia de Brasil sobre nuestro país en estos últimos años. Pero ni Brasil es un éxito únicamente por Lula, ni la Argentina es un fracaso sólo por los Kirchner. La cuestión es mucho más compleja, y tiene que ver con lo sucedido en los últimos 30 o 40 años, que son los que explican por qué en el Brasil un ex sindicalista de izquierda es presidente, y en la Argentina la política es sinónimo de corrupción y clientelismo.

En el Brasil actual Lula tiene un gran mérito, pero también lo tiene una clase dirigente que lo siguió acompañando, aunque no lo hubiera votado en 2003. Esa clase dirigente de Brasil no existe en la Argentina, y quizás una parte de la explicación sea esa larga tradición que mencionamos anteriormente.

La sensación de pertenencia a un gran país que tiene la dirigencia de Brasil no es una novedad de los últimos años. Arranca con su rica historia de más de 200 años, en gran parte ignorada por los argentinos. Pero otra parte no menor de la explicación tiene que ver con los muy distintos daños causados por la dictadura militar en cada unos de nuestros países.

Según algunas fuentes recientes, en la Argentina desaparecieron por lo menos unas diez mil personas, a las que deberíamos sumarle los exiliados para determinar el número de potenciales dirigentes que hoy no están disponibles para gobernar la Argentina.

Esta cifra en Brasil llega sólo a unos pocos cientos; ¡50 veces menos en un país cinco veces más poblado! Para decirlo de otra manera, no caben dudas de que si Lula, Celso Furtado o Fernando Henrique Cardoso hubieran nacido en la Argentina, hubieran sido perseguidos, lo mismo que Bachelet en Chile, Mujica en Uruguay, y muchos otros destacados dirigentes mundiales que tenían ideas progresistas a los 20 años, incluyendo al propio Tony Blair.

Es decir que mal podemos pretender tener una clase dirigente que hoy promedie los 50 o 60 años, cuando hace 30 años esos jóvenes intelectualmente inquietos podían ser objeto de la persecución, la muerte o el destierro.

Esa no fue la única diferencia con el régimen militar de Brasil. En el hermano país, las libertades políticas no fueron totalmente aplastadas, y los partidos políticos y el Parlamento siguieron funcionando, a pesar de la intervención militar en el Poder Ejecutivo. Esa dinámica política también explica por qué hoy, en el Parlamento de Brasilia hay un 35% de hombres de negocios exitosos ahora dedicados a la política, cuando no alcanzan al 5% en nuestro Congreso.

Brasil, el nuevo EE.UU. del Sur. Si las anteriores reflexiones son ciertas, no hay tanto motivo para llorar por el destino de grandeza del Brasil, sino hay que hacer un esfuerzo por admitirlo, entenderlo y consecuentemente elaborar la estrategia que mejor nos convenga como país. Los argentinos debemos superar los complejos, dejar de lado la envidia, y asumir como una enorme suerte ser vecinos de un país que será una de las cinco economías más grandes del planeta en sólo 20 años más.

Nuestro desafío es ser el Canadá de este nuevo Estados Unidos, y no el México. Canadá no es rival de los EE.UU.; tiene una población mucho menor, y una economía que es casi la décima parte, pero su PBI per cápita es casi igual. Tampoco pretende ser una potencia militar, ni tener el poder mundial que tiene su vecino del sur. Pero mantiene una calidad de vida equivalente o en muchos casos superior al de los estadounidenses. Le exporta a los EE.UU. bienes y servicios de alta calidad, que le permite pagar salarios muy altos.

Por el contrario, México fundamentalmente le exporta materias primas, minerales o agrícolas, y le “vende” mano de obra barata a través de la inmigración o de las maquilas. Está claro que nosotros debemos intentar ser como Canadá, y no como México. Pero nadie nos va a regalar esa opción, por el contrario, nuestro vecino Chile trabaja para convertirse en el socio estratégico de Brasil en la región. Somos nosotros, a partir de una clara estrategia de crecimiento y posicionamiento frente al Brasil, que debemos luchar por lograr ese desafío.

(*) Especial para el diario PERFIL