La primera vez que un ser humano fue concebido en microscopio, generó un rechazo contundente. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que se aceptó con naturalidad como una forma más de existir en el mundo. Creo que no ha habido ningún tratamiento en la historia de la medicina que influyera tanto en lo sociológico como la reproducción asistida lo hizo.
La FIV (fertilización in vitro), la conservación y la donación de ovocitos o espermatozoides y la maternidad por sustitución enseñaron más sobre los deseos conscientes e inconscientes de hijos que de la organicidad.
Muchas fueron las consecuencias de los mismos que plantearon más y más preguntas sobre cuál es la verdadera naturaleza del deseo de un hijo. Uno de los temas más novedosos e interesantes es la cantidad creciente de hombres sin pareja que quieren tener y criar hijos.
El primer paciente que escuché, un joven de 32 años, que vino a la consulta por su intención de recurrir a la maternidad por sustitución, es decir, recurrir a una mujer que acepte llevar en su útero a un bebé con el cual no tendrá una relación de filiación, me enseñó en una frase la poca atención que el deseo de ser padre había tenido hasta la actualidad. Cuando le pregunté por qué, siendo tan joven, no podía esperar hasta enamorarse, él me miró fijamente y me contestó: “Si yo fuera mujer, no me estarías preguntando esto”. Pensé que tenía razón.
La intención de una mujer de tener un hijo sin pareja se percibe hoy en día con más aceptación. ¿Será porque tiene útero? ¿O, quizás, el conocido reloj biológico que la apura? ¿Es la cultura que tradicionalmente la legitima? Seguramente todos estos factores son ciertos. ¿Pero qué pasa, entonces, con el deseo de paternidad en los hombres?
Al seguir escuchando, aparece otro reloj biológico-psicológico similar, con menos fecha cierta que el de la mujer, pero no menos intenso. Una tristeza antes inconfesable de no tener hijos, en el caso de no encontrar a tiempo la pareja indicada, o ser demasiado grandes cuando llegue el momento, o no voy a tener nadie a quién dejarle mis cosas, fueron pensamientos que escuché, luego de este, en otros muchos pacientes.
La familia ideal, para nuestra cultura, sigue siendo padre, madre y niños relacionados genéticamente con ellos. Sin divorcios y en armonía. Pero eso no ocurre siempre. La tasa de natalidad decrece en muchos países, los divorcios aumentan y las grandes ciudades están pobladas por un creciente número de mujeres y hombres que viven solos o por parejas que no tienen hijos por elección.
Las circunstancias de la concepción de cada niño, haya sido tradicional o no, son para él lo normal. Las vive de forma natural, siempre y cuando se le haya contado su historia en forma clara. Nunca es fácil de explicar cómo un niño vino al mundo. El hecho de estos nuevos procedimientos merita, en mi opinión, apoyo psicológico, para contener principalmente a los padres.
Siempre existen otras figuras que estos niños elegirán, como familia agregada, para identificarse. Estamos hablando de hombres sin pareja, no de hombres que están solos en el mundo. Todos estos niños están teniendo una buena evolución. Es necesario seguir pensando y sacando nuevas conclusiones.
Lo comprobable es que la humanidad, llevada por un fuerte e irrefrenable deseo, se seguirá reproduciendo, de estas y otras formas inimaginables. Con la fuerza que da el conocimiento de la propia finitud y el deseo de dejar huella en una vida que siempre resultará corta. Y esto, siempre, de alguna manera continuará…
*Médica psiquiatra.