Sobre el filo de la medianoche, imágenes de festejos en un búnker y gestos adustos en otros inundarán las pantallas de TV. La noticia será quién ganó las PASO. Mañana, en tanto, la reacción de los mercados, con el dólar, las acciones, los bonos y el riesgo país en cadena nacional será el foco periodístico. Pero el día después de mañana, el debate girará sobre aquello que los candidatos eludieron durante la campaña.
Tras una década de estancamiento y sucesivas recesiones en 2018, 2019 y 2020, los cálculos económicos que hacen en el Gobierno de acá a noviembre son simples: si la economía no suma para ganar las elecciones, que por lo menos no reste. Para eso, dos datos son claves: la cotización del dólar y la desaceleración de la inflación, que perforaría el 3% en agosto, septiembre y octubre. Solo si el primero se mantiene controlado y la segunda aminora la marcha, los bolsillos sentirán la reapertura de las paritarias.
En el Banco Central sostienen que en el corto plazo no habrá un salto devaluatorio y destacan que las últimas regulaciones, que limitaron las operaciones de contado con liquidación, “están funcionando”. El viernes pasado, el último día hábil antes de las primarias, Miguel Ángel Pesce asestó un pequeño golpe de efecto, al comprar dólares por primera vez desde el 23 de agosto. Si bien en julio y agosto hubo una liquidación de divisas récord, en lo que va de septiembre la entidad vendió 496 millones de dólares para abastecer la demanda. Se espera que en octubre y noviembre las reservas se contraerán aún más por intervenciones en el mercado cambiario y la menor cantidad de agrodólares.
En su discurso de cierre de campaña en Tecnópolis, Cristina Fernández subrayó que falta pedagogía política. El acuerdo con el FMI implicará menos dólares para los importadores (que en julio y agosto treparon a 5.700 millones de dólares mensuales) y la flexiblización de las exportaciones de carne supondrá menos asado en la mesa de los votantes, advirtió la vicepresidenta.
Sus palabras revelaron que después de las elecciones el panorama será complejo. La inevitabilidad de un acuerdo con el FMI forzará reformas, estabilización de la macroeconomía y corrección de los múltiples desequilibrios que obstaculizan un desarrollo sostenible.
Si el déficit fiscal no baja vía reducción de gastos, la recaudación tendrá que aumentar. Para eso, serán claves la cosecha gruesa de 2022 y los precios internacionales de las commodities. En el Banco Central y en Economía miran con un ojo la pantalla de The Weather Channel y con el otro los movimientos de Jerome Powell, titular de la Reserva Federal, que amaga con subir las tasas de interés, lo que desplomaría los precios de la soja, el trigo y el maíz.
Otra amenaza internacional sobrevuela los despachos de políticos y empresarios exportadores. Jair Bolsonaro escenificó esta semana su desafío callejero al Superior Tribunal Federal, la Corte brasileña. Las encuestas lo dan muy por debajo de Luiz Inácio Lula da Silva de cara a las elecciones presidenciales de 2022. En palabras de Oliver Stuenkel, profesor de la Fundación Getulio Vargas, Bolsonaro es demasiado débil para perpetrar un autogolpe, pero lo suficientemente fuerte para sumir a Brasil en una crisis institucional permanente. Esa posibilidad lastra el crecimiento de su país, el principal socio comercial de una Argentina tan golpeada que, según la OCDE, recién recuperará en 2026 el PBI per cápita prepandemia.
Con anabólicos al consumo, revisión de paritarias, dólar oficial y tarifas pisadas, la economía llega sedada a las elecciones. Después del 14 de noviembre, no habrá tiempo para seguir procrastinando, repite Marina Dal Poggeto, directora ejecutiva de Eco Go. Su argumento es tan irrefutable como contundente: no hay dólares para pagar con reservas al FMI los 5.902 millones que vencen entre diciembre y marzo del año que viene.
El día después de mañana puede ser más árido que el cándido slogan que invita a “recuperar la vida que queremos”.