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El diálogo de Graciela Fernández Meijide

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Según Isaiah Berlin, muchos seres humanos son como los erizos: necesitan tener una verdad, que alguien les diga claramente qué es lo bueno y lo malo, y suponen que la realidad es inmutable. Son incapaces de la autocrítica porque viven en un mundo en blanco y negro. Otros se parecen al zorro, desconfían de lo inmutable, se sumergen en el río tumultuoso de la vida, conscientes de sus contradicciones, aciertos, errores, angustias e ilusiones. Los primeros son rígidos. Como las ramas secas de un árbol, se agrietan, se rompen, y sus escombros terminan en cualquier sitio. Los otros tienen vida, como las ramas que se mecen con el viento. Se mueven pero permanecen unidas al árbol, conservando su coherencia. Los erizos son predicadores que imponen verdades; los zorros, intelectuales que suscitan preguntas.

El último libro de Graciela Fernández Meijide y Héctor Leis es una conversación entre intelectuales con una mente superior, y también un diálogo consigo mismos, con su biografía, y también con la memoria de quienes vivimos esa etapa de la historia. Participó también Pablo Avelluto, enriqueciendo la diversidad de sus participantes. Graciela Fernández Meijide es una de las personalidades más lúcidas del mundo intelectual porteño. Una mujer que nunca empuñó las armas pero llegó al activismo por el secuestro y asesinato de su hijo. Dice sobre su infancia: “En mi casa, con mi madre híper católica, el comunismo era el diablo. No era un gran tema ya que no éramos una familia muy politizada. Mamá lo veía como algo que estaba mal, que iba contra la religión. Cuando yo iba al choque, me decía que era comunista. Y yo le respondía: ‘¿Por qué no?’, y defendía un comunismo que yo misma ignoraba aunque me sirviera para pelear”. En noviembre de 1976, los militares secuestraron a su hijo Pablo, que después desapareció. Tratando de encontrarlo, terminó en la Asamblea de Derechos Humanos, se convirtió en una activista, formó parte de la Conadep e impulsó el juicio a los dictadores. Es ante todo una mujer auténtica que nunca intentó sacar provecho de sus luchas.

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Por su parte, Héctor Ricardo Leis es alguien que militó en la izquierda toda su vida. Sobre sus inicios, dice: “Mi primera militancia fue en la Juventud Comunista y después en el Partido Comunista. En mi caso, al igual que en el de otros, no tuve una sino dos conversiones. La primera conversión, que me llevó a la violencia de los 70, fue la conversión al marxismo y a través del marxismo a la idea de la revolución. Esta conversión se dio en mi generación en simultáneo con la Revolución Cubana”. Leis relata su experiencia como combatiente: “Lo de los montoneros no sólo era  militarismo. Era también aventura. Era fascinación por la violencia. Esto es algo que cualquier persona que pasó por la violencia conoce. Y que toda persona que habla de la violencia sin haberla experimentado se pierde. La violencia es una droga, literalmente. La violencia seduce y cuanto más se la ejerce más seduce. Esto nos fue llevando, no sólo a nosotros sino también a los militares”. Leis, en los últimos años de su vida, no fue alguien que negaba su pasado, convertido a un nuevo fanatismo de derecha, sino alguien que reflexionaba sobre su vida situándola en ese momento de la historia argentina, con la grandeza de quienes pueden sobreponerse a la sed de venganza y vislumbrar un futuro a partir de su experiencia.

El tercer miembro del diálogo es Pablo Avelluto, un joven que estimula el diálogo con sus preguntas formuladas desde la frescura de quien no vivió en esa época, no comparte las pasiones de los otros, pero trabaja con la profundidad y la irreverencia propias de un verdadero intelectual.
El diálogo es un libro que provoca leerlo varias veces, trae recuerdos, incita a pensar y cuestionar incluso los viejos cuestionamientos. Esperamos escribir una nueva nota sobre el tema.

*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.