No hace demasiado tiempo el papa Francisco expresó, como tantas veces, su repudio a los que se atan al “dinero, los banquetes exuberantes, las mansiones suntuosas, los trajes refinados o los autos de lujo”. Fue en el Vaticano, ante un auditorio en el que fue aplaudido desde la primera fila por el ex presidente Pepe Mujica. No es la primera ni la única vez que Mujica elogia a Francisco. En sus Memorias, recalca su condición de ateo, pero su convergencia con el Papa en el análisis y la búsqueda de solución de los problemas sociales.
Zygmunt Bauman cedió también al relato papal y no dejó de mencionar en sus últimas intervenciones una cita del Evangelii Gaudim, la exaltación apostólica de Francisco en la que afirma “las ganancias de una minoría están creciendo exponencialmente, al igual que el hueco que separa a la mayoría de la prosperidad que disfrutan los pocos que son felices”.
El último e inesperado admirador del Papa es Win Wenders, quien expresa su apoyo a Francisco, en el documental El papa Francisco: un hombre de palabra. Wenders muestra el pensamiento de Francisco a través de mensajes políticos como la exaltación de los inmigrantes en el Senado de Estados Unidos y hay un constante contraste con la figura de Francisco de Asís con la intención de acentuar la necesidad de una Iglesia pobre. Hasta hay espacio para recordar que él, Francisco, no se siente con autoridad moral de juzgar a una persona gay.
Es interesante saber que el documental es un encargo que la Secretaría para la Comunicación del Vaticano le hizo a Win Wenders, ya que aclara el motivo por el cual, en su totalidad, un narrador va exponiendo la mirada política de Francisco entre escenas en las que éste habla a cámara y momentos puntuales de sus viajes.
¿Una película política o una herramienta de marketing?
Al poco tiempo de iniciar su papado, Francisco fue objeto de estudio de la Harvard Bussiness School como un caso de marketing a tomar en cuenta y The Economist lo comparó con los exitosos CEO de IBM, Lou Gerstner y los desaparecidos Sergio Marchionne de Fiat y Steve Jobs de Apple.
Hay tres decisiones, según The Economist y Harvard, que Francisco tomó y han sido la clave de su éxito. Cambiar el foco del negocio: la consigna “hay que ayudar a los pobres”; irse a vivir a un piso de setenta metros cuadrados y tomar el nombre de un santo que defendía a los pobres y a los animales. Tampoco hay que despreciar un gesto inicial cuya imagen dio la vuelta al mundo: lavar y besar los pies a una docena de jóvenes en un centro de detención. Todo se mueve bajo la estrategia de “los pobres primero”.
Sin duda, se puede atender la propuesta política de Francisco como un correlato difuso del progresismo, pero, justo en ese vínculo es donde aparecen las ambiguas y lentas acciones con las prácticas de pederastia que constituyen un problema global para la Iglesia o, no solo ya el rechazo al aborto sino las salidas de tono para expresarlo. Comparar el aborto con “contratar un sicario para resolver elproblema” o decir que es lo mismo “que hacían los nazis para cuidar la raza, pero con guantes blancos”.
Obvio, que, ante estas manifestaciones, las escuelas de marketing poco tienen qué decir y todos los caminos vuelven a traer de Roma la más oscura de las miradas.
Es aquí donde la Iglesia mancha con su doctrina la vida civil, en donde aparece el dilema que la separa del perfil progresista que intenta asumir Francisco y la vincula de manera dramática con las expresiones supremacistas que Donald Trump ha puesto en acto en los Estados Unidos, el ideario de Jair Messias Bolsonaro en Brasil y las posiciones de la derecha extrema europea.
En el documental de Wenders, Francisco expresa con énfasis que la pobreza es un grito. Como lo demuestra Pepe Mujica, las izquierdas lo escuchan. Pero las posiciones que solo incumben a la fe y a sus practicantes, no pueden ser expresadas con gritos inaudibles dirigidos a todo el cuerpo social. En ese dilema se mueve Francisco. Entre el marketing y el contrato social.
*Escritor y periodista.