SOLA PONE LA CARA POR KIRCHNER. El gobernador en el sepelio de los policiías masacrados en La Plata. |
Dos motivos le impiden a Kirchner comprender la problemática de la inseguridad. Su setentismo y el venir de la provincia más escasamente poblada. El setentismo precisó romantizar el crimen porque la dictadura militar utilizó a la Policía para sus abusos. Y la inseguridad es un fenómeno que crece geométricamente con la cantidad de habitantes.
Michael Foucault en su libro Vigilar y castigar explica el cambio en la necesidad de seguridad que se produce entre el siglo XVIII y el XIX. Allí se multiplica la profesionalización de las policías, las cárceles y los tribunales por una diferente valoración jurídica y moral generada por el fuerte crecimiento demográfico, la urbanización y la masificación de la propiedad. No era la aristocracia medieval propietaria de castillos amurallados y ejércitos propios quienes reclamaban seguridad, sino el pequeño propietario que ahora eran todos los ciudadanos.
Desde el concepto de contrato social, un país nace y subsiste en la medida en que las personas abdican de hacer justicia por sus propias manos y les transfieren ese poder a los hombres de la Ley. A partir de allí, quien comete un delito se convierte en enemigo de toda la sociedad y en traidor a la patria.
La herencia maldita de la dictadura militar y nuestras sucesivas crisis económicas contagiaron a nuestro país con la creencia equivocada de que policías y ladrones son dos polos unidos por igual legitimidad en medio de un conflicto inherente a la injusta distribución de la renta. Si la sociedad está mal, el criminal es una víctima de la cuestión social y la Policía es una fuerza de represión al servicio del Estado burgués para mantener esas injusticias.
“Los chorros son chorros”, le gritaba ayer el familiar de uno de los dos jóvenes oficiales masacrados en La Plata al gobernador Solá, a la salida del velatorio. “Nos roban, nos matan, violan a nuestras mujeres y no podemos defendernos: usted tiene el poder, a usted lo votamos, defiéndanos”, terminó el familiar del policía en un tono agudo que más se parecía al llanto que al reclamo.
“Los chorros son pobres”, o “también son pobres” o “no pocos también son pobres”, podría pensar –con razón– el gobernador Solá mientras escuchaba la catarsis del familiar. Un silogismo perfecto y dilemático.
Exactamente la misma frase del familiar que reclamaba a Solá, pero en portugués: “Bandidos são bandidos”, aparece en la película Tropa de elite que trata el problema de la inseguridad en Brasil y está batiendo récords de audiencia en ese país.
La ideologización de la problemática de la inseguridad es una psicosis dialéctica en la que cae tanto la derecha simplificada de Blumberg como la izquierda disfrazada de Kirchner. El crimen tiene mil maneras de seducir a los jóvenes pobres pero la pobreza es una de las causas de la inseguridad y no es la única. De la misma forma, la Policía tiene componentes corruptos, pero no toda ni mayoritariamente es corrupta.
En Brasil, el delito se multiplicó de 12 homicidios por cada cien mil habitantes en 1980 a 26 en 2005 a pesar de que la pobreza disminuyó sostenidamente durante los dos períodos presidenciales de Fernando Henrique Cardoso y los dos de Lula.
Al revés, en Vigilar y castigar Foucault explica que en el siglo pasado los delitos contra el patrimonio parecieron reemplazar los crímenes personales y la justicia pasó a ser más severa con el robo, también por la multiplicación de las riquezas y las propiedades que trajo la modernidad. Más bienes generan más deseos: como se ve, el tema es muy complejo como para simplificarlo ideológicamente.
La relación entre inseguridad y demografía no es menor: el Gran San Pablo pasó de menos de 5 millones de habitantes en los años 70 a 20 millones hoy, concentrados en 2.500 kilómetros cuadrados, o sea 8 mil habitantes por kilómetro cuadrado. Similar es la densidad del Gran Buenos Aires de 7 mil habitantes por kilómetro cuadrado, una realidad incomparable con, por ejemplo, la provincia de Santa Cruz donde conviven menos de un habitante por kilómetro cuadrado y todos se conocen.
La microfísica del poder. Otro de los problemas de Kirchner con la Policía, no ya la bonaerense sino con todas las del país, pasa por el poder. Foucault habla de “ese poder que se ejerce más que se posee” para referirse a los aparatos e instituciones del Estado que no son el centro del poder sino su capilaridad. La Policía controla la calle, e insubordinada representa un peligro más letal para las aspiraciones de cualquier político que para los delincuentes.
Foucault sostenía que junto con el cambio demográfico y urbanístico del siglo pasado, se percibió “que era más eficaz y más rentable vigilar que castigar”. No se trata ya más de encadenar las fuerzas para reducirlas, sino utilizar el poder disciplinario para “enderezar conductas”.
Y quien vigila en una sociedad es la policía. Pero la contaminación que produjo en la Policía bonaerense personajes como el general Camps, cuyas consecuencias se pueden ver en los juicios a Von Wernich o el comisario Etchecolatz cuyas secuelas se prolongan hasta hoy con la desaparición del testigo Jorge López, confunde al Gobierno.
Un ejemplo es la actitud del Presidente frente a la masacre de los tres policías: manifestó su preocupación sobre cómo este hecho pueda afectar las elecciones pero no fue al velorio ni al entierro de las víctimas. Aturdido, confundido y hasta temeroso del contacto directo con los ciudadanos, prefirió aislarse en su ensimismamiento repitiendo la misma conducta frente a casos como el de Cromañón. Y esta vez, la misma crítica le cabe a Scioli.