En la columna de ayer mencioné el reportaje a Robert Aumann, Premio Nobel de Economía por su trabajo por la teoría de los juegos repetitivos no cooperativos en nuestro caso aplicables a la inflación y las reestructuraciones de deuda. Aumann ganó su Premio Nobel en 2005 y siendo profesor llegó a compartir universidad con John Nash el Premio Nobel –de 1994– también por sus aportes a la teoría de los juegos y la negociación.
El Dilema del prisionero fue construido por el matemático canadiense Albert Tucker, como ejemplo de los modelos de cooperación y conflicto y aporte al “equilibrio de Nash” conocido también como “equilibrio del miedo”.
El Dilema del prisionero construye un supuesto donde dos recién detenidos y separados en celdas sin poder comunicarse tienen que tomar decisiones en un contexto donde pueden darse estas cuatro a alternativas:
– Ninguno de los dos confiesa ni delata al compañero. Ambos condenados a dos años cada uno.
– Los dos prisioneros delatan al compañero. Ambos son condenados a seis años.
– El prisionero uno delata al prisionero dos. El prisionero uno es condenado solo a un año y el prisionero dos, que no ha delatado al compañero, es condenado a diez años.
– A la inversa el prisionero dos delata al prisionero uno. El prisionero dos es condenado a solo un año y el prisionero uno, que no ha delatado al compañero, es condenado a diez años.
Si pudieran ponerse de acuerdo y confiar en que luego el otro no traicionará un eventual pacto, la mejor suma de castigos para ambos se logra sin que ninguno delate al otro asumiendo dos años de pena cada uno, en lugar de buscar reducir la pena propia a un año incumpliendo el pacto con el otro, corriendo el riesgo de que el otro haga lo mismo y ambos terminen con seis años de condena.
La llamada teoría de los juegos tiene una enorme aplicación en economía y todas sus controversias giran siempre alrededor de la información asimétrica: saber las consecuencias de largo plazo que tiene la acción propia y conocer la acción del otro. En un contexto donde todos los jugadores son racionales y están igualmente bien informados surge la cooperación como maximizadora del beneficio del conjunto.
La falta de cooperación de Cristina Kirchner con Alberto Fernández surgiría del eventual menor grado de razonabilidad de la vicepresidenta (si fuera afectado por sus emociones), y/o el menor grado de acierto en el pronóstico sobre la evolución de la actual economía y las herramientas para mejorarla (si fuera afectado por el sesgo ideológico).
Potenciado si hubiera un contexto de incentivos de-salineados: si fuera mejor para la vicepresidenta que a Alberto Fernández le fuera peor, entonces boicotearle la economía creando crisis políticas; y al revés, si fuera mejor para Alberto Fernández que Cristina Kirchner perdiera fortaleza política, entonces provocándola para que quede en evidencia públicamente sus carencias de distinto tipo.
Ambos escalan la confrontación y retroceden midiendo al otro en busca del bien más preciado en una contienda: la información. Lenin decía “dos pasos adelante, uno atrás”. Alberto Fernández comenzó su gira a España y Alemania criticando a Cristina Kirchner sin disimulo para terminarla en Francia con un mensaje más conciliador. Ahora se medirá el grado de réplica de la vicepresidenta, y sus voceros que ya comenzó con Máximo Kirchner diciéndole el viernes al Presidente que “para conducir también hay que saber obedecer”, a Martín Guzmán que no se queje por la falta de apoyo ya que “tiene el apoyo del FMI” y a ambos que “no tiene que haber declaraciones grandilocuentes como las de los últimos días, hay que estar más tranquilo”.
Las acciones en pugna también están predeterminadas por perspectivas estratégica que pueden resultar erradas. En el caso de Cristina Kirchner y/o su hijo Máximo, creer que su suerte esta independizada de la de Alberto Fernández. En el caso del Presidente, que puede terminar su período presidencial con la economía en franca recuperación a pesar de la inflación.
Finalmente el problema es siempre la ignorancia: tener informaciones incorrectas, diagnósticos y pronósticos incorrectos. Por ejemplo que los jugadores en lugar del dilema del prisionero crean estar practicando otro ejemplo clásico de la teoría de los juegos iniciada por Robert Aumann. El “juego de la gallina” donde dos participantes conducen un vehículo en sentido contrario y el que se corre por miedo a la colisión pierde (es una gallina), e ignorando que no se trata de una discusión sino de una pelea, terminen chocándose.