“Durante mucho tiempo no dije lo que creía, ni creo lo que digo, y si alguna vez por casualidad digo la verdad, la oculto entre tantas mentiras que resulta difícil de hallar.”
Nicolás Maquiavelo, carta a Francesco Guicciardini (1521)
Primero habló él.
—Lo cité por un buen amigo mío. Alguna gente cercana a usted lo trata muy mal y eso es injusto. Me entristece, porque hablamos de un hombre piadoso, de trabajo, de familia. Debo hacer algo por él, ¿capisce?
La misma voz áspera y susurrante de la película. Dos moles de traje oscuro me habían sorprendido a la salida de mi casa y me metieron en un auto con vidrios polarizados. Me vendaron los ojos y al llegar, me arrastraron sin tocar el piso hasta el salón de una elegante casona. El hombre me esperaba en su escritorio. Vestía una bata de seda con un pañuelo al cuello. “Siéntese”, dijo, firme pero amable. Una mueca intentó convertirse en sonrisa. Yo estaba perplejo.
—¿Otra vez con Grondona, Brando? En la otra columna usted era el coronel Kurtz y venía desde Camboya a asesorar a la AFA porque había descubierto que el negocio del fútbol era todavía más tenebroso que Apocalypse Now. Y ahora se me aparece con esos algodones en la boca que usó para armar el personaje de Vito Corleone. ¿Qué quiere?
Brando era el Padrino, así que levantó las cejas, movió levemente la cabeza hacia el costado, apretó los labios y separó los brazos, con las manos hacia arriba. Otro de sus gestos para el Oscar.
—Querido paisano, necesito su ayuda. Sé que su apellido es Asch, pero su mamma es Cantatore, ¿verdad? Aída, por la ópera de Verdi. Entre italianos... deberíamos apoyarnos, mi buen amigo.
—¿Ah, sí? ¿Por qué mejor no lo llama a Fontevecchia, eh?
–No, no... me denunciaría en sus columnas. Además, no creo que le interese mucho el fútbol. ¿Qué tal si intenta que su colega, el famoso relator oriental, le dé una tregua al pobre Don Julio con sus críticas y denuncias?
—Oiga, ¿está loco? ¡Víctor Hugo me mataría! ¿Qué se cree? ¿Que este es un país en donde con una apretada y billetes se puede comprar a cualquiera?
—(...).
El silencio se hizo espeso. Corleone desvió su mirada piadosamente y se sirvió una taza de té. Yo carraspeé, algo incómodo.
—Bueno, ehh... no es que todos sean... Mire, si piensa en mí, yo nunca...
—¡Oh, no sea idiota! Con sólo verlo, uno puede imaginar su maldita moral y su cuenta bancaria. No quiero comprarlo, intento convencerlo.
—Imagino cómo. “Le haré una oferta que no podrá rechazar.”
—No repita el guión, Cantatore, no sea obvio. Quiero que nos juntemos, que hablemos entre todos para encontrarle una solución al problema.
—“Mantén cerca a tus amigos, pero más cerca aun a tus enemigos.” “Quién traiga la propuesta para acordar, ése será el traidor, hijo.” ¡Jah! Esos eran sus consejos para Al Pacino, que era Michael, su heredero.
Corleone, furioso, estrelló su puño contra el escritorio. Las dos sombras que cuidaban sus espaldas se acercaron inmediatamente. “¡Tranquilos!”, ordenó. “¡Maldición, ya pasaron más de 35 años y la gente aún recuerda cada maldita línea de la película!”, murmuró. Cuando se tranquilizó, dijo:
—Muy bien... Sé que Víctor Hugo es tan principista y romántico como testarudo. Bah. Al menos no cambia de opinión como Raúl Gámez, que hace años era como de la familia. Podría haber sido su consigliere, como Meiszner, pero lo traicionó. Julio ha sufrido muchas desilusiones. Macri, Comparada...
—Oh, el pobre angelito... Va a cumplir 30 años en el poder; pasaron trece presidentes por la Casa Rosada, cuatro dictadores y nueve democráticos, y él estuvo con todos, desde Videla a los Kirchner. ¿Me quiere decir cuál es su receta?
—Se hace querer. Es bueno.
—¿Sí? ¿Por bueno es vicepresidente de FIFA? ¿Se acuerda quién era el anterior? ¡El almirante Lacoste! ¿Cómo logró amasar semejante fortuna? ¿Tanto rinde su negocio de Sarandí? El sueño de mi vida es tener una ferretería como la de él y una bodeguita como la de Menem...
—Ah, Cantatore. Usted no entiende...
—¿No? ¿Y ese extrañísimo contrato de la Selección con los rusos? ¿Y esos arreglos perpetuos con la televisión? ¿Y esas empresas fantasma?
—Pamplinas. Bla, bla, bla. Todos hablan. Nadie prueba nada.
—Usted me toma por tonto, Don Corleone. Le advierto, antes que sigamos hablando, que pienso escribir toda esta charla. ¿Capisce?
—Eso... no es algo que me haría feliz, señor Asch.
Su gesto se endureció de pronto. Dejó de llamarme por mi apellido italiano. Eso no parecía nada bueno. Hizo un par de señas y habló.
—Quería darle una oportunidad, eso es todo. Racing, su miserable club, sí que la necesitaría, ¿verdad? Le expulsan jugadores, le anulan goles, no tiene un centavo, pelea el descenso... ¿Puede ser peor? Puede. Recuerde el 22 de diciembre de 1983, último partido del año: Independiente campeón y ustedes ¡a la B! Muchachos, por favor...
Fue un golpe bajo. Corleone sabía lo que hacía. Sus matones corrieron la silla y comenzaron a torturarme con un compilado de ese partido y goles de Bochini. Cerré los ojos. Me mordí los labios. Grité. Lloré. Pero no me doblegaron. Fue el infierno, hasta que me desperté.
Es la madrugada y aquí estoy, frente a mi computadora. Mis ojos están irritados y tengo las manos cansadas de teclear. Todo parece normal. La muerte de Emanuel Alvarez ya es un lejano recuerdo y Racing, el desastre de siempre. ¿Don Julio? En su sillón, como desde 1979. Gracias al tratamiento antiage que le hicieron en un spa suizo lo veremos con piel joven y nuevo rostro, revitalizado, terso. Un nuevo Grondona, por si hiciera falta.