La editorial Puffin ha decidido reeditar a Roald Dahl corrigiendo lo que estaba mal. Es un debate que empezó hace años en literatura infantil, donde todo lo que hoy se considera políticamente incorrecto es corregido o maquillado para salvar el honor de sus autores, en vez de hundir (o explicar) la moral colectiva de otras épocas. La discusión en torno a Dahl ha escalado, y autores de la talla de Salman Rushdie han tenido que manifestarse en torno a la libertad de expresión.
Yo creo que hay algo más profundo, más incómodo que la simple censura. Tal como manifiesta Rushdie, “Dahl no era ningún angelito, pero esto es una censura absurda; Puffin Books y los herederos de Dahl deberían avergonzarse”. Veamos algunos de los cambios propuestos. La Tía Esponja de James y el durazno gigante ya no es “terriblemente gorda/ y por ende terriblemente fofa”, sino que se ha convertido en “una vieja bruta desagradable/ que merece ser aplastada por la fruta”. La Tía Púa, antes descripta como “flaca como un cable/ y seca como un hueso, solo que más seca”, al ser comparada con la Tía Esponja, ahora es “bastante parecida/ y merece la mitad de toda la culpa”. Lo traduzco mal y sin rima para hacer justicia, porque ellos también están haciendo cualquier cosa en aras de deshacerse de las descripciones estigmatizantes de flacos y gordos. Augustus Gloop, de Charlie y la fábrica de chocolate, antes era “enormemente gordo” y ahora es en cambio solo “enorme”. La desaparición de fat es más fuerte en inglés, porque además de “gordo”, la mala palabra quiere decir “grasa”, un asunto que complica todas sus connotaciones para niños que no deberían usarla como insulto ni comerla como alimento. En Los Twits, la señora Twit ya no es “fea y bestial”, sino solo “bestial”. Dejan librado al niño la posibilidad de que “bestial” sea un subjetivema de carga positiva. Los Umpa Lumpas de Charlie eran “hombres pequeños”, pero ahora son “gente pequeña” (no recuerdo si había mujeres entre esos semiesclavos que eran los Umpa Lumpas). Pero los valores no pasan solo por estas palabras que la agenda ha cancelado, sino por asuntos más constitutivos de la historia de la humanidad. También Rudyard Kipling, nacido en la India, una colonia, pero integrado alegremente a la literatura inglesa, ha entrado en zona desgraciada, dado que se cuestionan sus descripciones algo colonialistas, algo racistas de Asia y África, donde la pluralidad genera quilombo cuando el poder emana de un solo polo hacia los otros. No es que los países europeos hayan abandonado sus políticas coloniales; es simplemente que los niños no deben leer de ello ni darse cuenta del truco, aun en medio de las más fascinantes historias para la imaginación de grandes y chicos.
Algunas industrias han salido más elegantemente a preservar el patrimonio equivocado (o no): Disney pone un cartelito antes de Los Aristogatos diciendo que el material contiene lenguaje ofensivo y “descripciones” (depictions se me hace intraducible; son descripciones pero como pinturas, es decir, enfatizan objetivamente los rasgos del cuerpo del otro, de los que ahora no queda bien opinar). Los malos pueden seguir siendo malos, pero no gordos, y mucho menos de minorías étnicas.
Yo creo que lo más grave de estos asuntos tan raros no es la censura (sería imposible de hecho borrar la tinta de los libros ya impresos, atesorados en bibliotecas, escuelas y armarios). Lo verdaderamente preocupante es la desaparición aparente del objeto de conflicto, como si este no se debiera discutir con las niñeces, como si la ficción no sirviera además especialmente para ello. Y algo más grave: el borrón de la historicidad. Creemos que está bien solo lo que ahora está bien. Lo que estaba mal en el pasado debe ser adaptado. ¿Qué plan deja esta desaparición del pensamiento histórico para el futuro? Traigo malas noticias para Puffin y otros censores preocupados por hacer las cosas bien: en el futuro nosotros mismos seremos pasado, y también estaremos mal y bien, de a ratos, no siempre. Me parece mucho más importante invertir dinero editorial, fuerza y energía en compartir no solo valores, sino pensamiento histórico, porque sin él estamos obligados a quedar sumergidos en la nube gorda y grasienta de quienes deciden una moral para todos y para siempre, cuando eso siempre ha sido inútil, mortífero e imposible.