Se equivocó. Con el campo, el ex presidente Kirchner cometió el error político más grande de su carrera. Cuando se quiere tapar un error, como una mentira, hay que cometer otro. Y así sucesivamente, hasta que se esté dispuesto a asumirlo. Si transcurre demasiado tiempo, la cadena de errores –o mentiras– es tan grande que ya ni su propio autor recuerda cuándo comenzó todo.
Todo empezó, como siempre, por un error de diagnóstico. En este caso, producido por Guillermo Moreno, un funcionario al que nadie le ha podido imputar egoísmo personal, falta de dedicación o carencia de sentimientos patrióticos, pero cuya formación como economista es tan precaria y modesta como los logros de los resultados que persigue, y su experiencia en puestos importantes previos, prácticamente nula.
Kirchner debería reflexionar sobre por qué termina rodeado de voluntariosos. Quizá le sirva recordar una de las máximas del mariscal Helmuth von Moltke, quien durante 31 años fue jefe del Estado Mayor del Ejército Imperial Prusiano, considerado una de las mejores organizaciones militares de la historia. Von Moltke escribió: “A los oficiales del Estado Mayor los divido en cuatro categorías: los inteligentes, los estúpidos, los voluntariosos y los vagos. Cada uno posee, sin embargo, dos de estas cualidades. Aquellos oficiales que son inteligentes y voluntariosos son idóneos para los más importantes cargos del Estado Mayor. Se puede emplear también a los estúpidos y los vagos. El hombre que sea al mismo tiempo inteligente y vago es apto para las más altas funciones del comando, porque tiene la naturaleza y sangre fría necesarias para hacer frente a todas las contingencias. Pero quien sea simultáneamente estúpido y voluntarioso constituye un grave peligro, y debe ser inmediatamente relevado.”
En febrero pasado, Guillermo Moreno le propuso a Kirchner aumentar las retenciones a las exportaciones cerealeras al 65%. Su intención era noble: bajar el costo de los alimentos y la inflación, el mayor problema que enfrenta la economía y del cual Moreno, sin quererlo, es uno de sus mayores impulsores a la vez que su principal adversario.
La mirada de Moreno, como la de Néstor Kirchner en economía, es cortoplacista. Lavagna dice que el problema del ex presidente es que ve los problemas de a uno por vez y no dentro de un sistema interconectado y retroalimentado. Ese es el talón de Aquiles de todos los autodidactas.
En ese contexto, Martín Lousteau (según algunos, automotivado; según otros, viendo el disparate que se preparaban a ejecutar quienes por arriba y por abajo ocupaban en las sombras su puesto de ministro de Economía) propuso a las apuradas un sistema de retenciones móviles que, instrumentado sin la elaboración suficiente, contenía objetivas fallas técnicas, como la eliminación de los mercados de futuros, herramienta esencial para los productores agrícolas cuando tienen que decidir qué sembrar. Este perjuicio a la actividad cerealera no era en beneficio del Estado ni tenía fines distributivos, era un simple error en la construcción de la escala de porcentajes de las retenciones móviles que disponía que pasado un precio de 600 dólares la tonelada para la soja, el Estado se quedaba con el 95% del excedente. Se le atribuye al propio Lousteau el haber ofrecido corregir ese 95% por un 50%. Pero Lousteau puso sólo la cara; la verdadera batalla era de Kirchner y Moreno, como bien lo graficó éste con su gesto de “le vamos a cortar la cabeza” en el palco en que habló Cristina en la Plaza de Mayo. La sucesión de errores e intransigencia no sólo terminó descabezando al Ministerio de Economía, sino también la AFIP, la Aduana y la ONCCA durante estos 75 días, y muy probablemente también termine descabezando la jefatura de Gabinete.
Pero el error del ex presidente no fue no dar el brazo a torcer ante el equivocado cálculo de los porcentajes móviles de las retenciones. Pasó antes, cuando se equivocó al elegir a su adversario. Mientras Néstor Kirchner fue presidente, escogió acertadamente a sus antagonistas entre personas, organizaciones o abstracciones con una limitada capacidad de respuesta. Con el campo no es lo mismo. El presidente de la Federación Agraria, Alfredo Buzzi, lo explica así en el reportaje de la página 36 de esta edición: “Se metieron con algo que no es el establishment. No es la Unión Industrial, ni la Cámara de la Construcción, ni la Asociación de Bancos. Son las tripas de mucha gente. En 25 años de participación gremial, no he visto esta voluntad de no aflojar de la gente”.
Buzzi comenzó citando los argumentos de la contratapa de PERFIL del 27 de abril, titulada “Empresarios del campo”. Pasó un mes desde aquel texto en el que se explicaba que los mayores conflictos que enfrentaron los todopoderosos Stalin y Mao fueron con los agricultores de sus países, porque en todas la épocas y todos los climas la relación con la propiedad del hombre de campo es existencial y no sólo monetaria, como puede ser la de los dueños de otros medios de producción. No sirvió de mucho: el Gobierno continúa metiendo la cabeza en la boca del león. Tampoco sirvió que se enteraran de que en el últimos mes el Congreso de EE.UU. aprobó (con mayoría en las dos cámaras, lo que garantiza su inmunidad al veto presidencial) 300 mil millones de dólares en subsidios a los productores agrícolas. Lo mismo hacen los gobiernos de Europa, porque del campo viven muchos votantes.
Si fuera cierto que pactó un armisticio con el Grupo Clarín, resulta difícil comprender por qué les tiene menos miedo a centenas de miles de productores multiplicados por sus círculos familiares y círculos de interdependencia, esparcidos en dos millones de kilómetros cuadrados, que a Clarín. Incluso aunque su estrategia sea apaciguar a uno de los enemigos mientras concentra sus fuerzas en vencer al otro y –de a uno por vez– destruir a ambos, no eligió al más débil primero.
El error de diagnóstico se evidenció en la “construcción del relato” que el propio Gobierno llevó adelante durante el conflicto. “Es la Sociedad Rural, golpistas, grandes terratenientes, herederos de Martínez de Hoz, neoliberales”, etc.
Esto, cuando el presidente de la más numerosa y bulliciosa de las organizaciones rurales que llevan adelante la protesta, Alfredo Buzzi, confiesa haber votado para presidente dos veces, en 1999 y 2003, a Patricia Walsh, de Izquierda Unida, y en 2007 a Pino Solanas.
Otro error fue la táctica de dividir a las cuatro entidades rurales entre productores grandes y ricos por un lado, y medianos y chicos por otro, asumiendo (¡qué distorsionada percepción de sí mismos!) que los más chicos estarían más cercanos al Gobierno. Fue todo lo contrario; los productores más grandes siempre estuvieron más dispuestos a negociar, no sólo porque –como pasa siempre– tienen más que perder, sino porque las retenciones afectan proporcionalmente más a los productores más pequeños que a los más grandes. Lo explica bien Buzzi en su reportaje: los de 80 hectáreas son los que más cortan las rutas y los más reacios a aceptar el levantamiento del paro.
Las retenciones hacen a los grandes más grandes, al reducir el nivel de rentabilidad por hectárea; sólo los que tienen muchas hectáreas y una economía de escala hacen negocio. En esos casos, el más grande siempre termina absorbiendo al más chico. Los manuales de todas las facultades enseñan que la concentración es la respuesta a la reducción de la rentabilidad cada vez que no queda lugar para tantos jugadores.
Guillermo Moreno tiene una licenciatura en la UADE. Quizá su rector pueda invitarlo a un doctorado o un posgrado. Le sería útil al país.