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El error de esperar lo que Macri no es

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Asistimos esta semana a un goteo repetitivo de oralidades oficialistas que, en algún caso, resultaron patinadas innecesarias. En otros, la mayoría, se trataron lisa y llanamente de sincericidios que expresan ciertas ideas fuerza de muchos dirigentes y adherentes del universo macrista.

El propio Presidente fue actor protagónico de dos de ellos. Presionado por una punzante Mirtha Legrand, le pifió por un 50% a la mínima que cobran los jubilados. Días después, en un discurso público improvisado y sin que nadie lo azuzara, tiró la frase sobre los chicos a los que no les queda otra que “caer” en la educación pública.

Ambas verbalizaciones no responden a la misma lógica. Ante la Legrand, Macri no fue preparado ni esperaba que la conductora fuera, por momentos, tan dura. Más allá de la sorpresa por el “fuego amigo”, el jefe de Estado considera que no necesariamente tiene que saber de cuánto es la jubilación o el salario mínimos. O de cuánto ganan él o sus ministros. Equivocado o no, para él son detalles. Acaso que nunca haya pasado por apremios económicos influya sobre el poco valor que pueden tener esos “detalles”.

La consideración negativa de la escuela pública obedece, sin embargo, a un convencimiento. Se le escapó decir lo que piensa. Además de ser “hijo de”, empresario, presidente de Boca, jefe de Gobierno y presidente de la Nación, Macri es sobre todo un ingeniero. Su relato es el de un hacedor (sobre el que construyó buena parte de su carrera pública) y le aburre o desprecia cualquier disquisición político-filosófica. Por tanto, tampoco le otorga importancia a lo que (se) dice. Hechos, no palabras.

Siempre fue así Macri. O más brutal en sus opiniones. Amigos, asesores y la experiencia le fueron enseñando que para subir el bajo techo de imagen positiva que tenía cuando se lanzó a la política (épocas de derrota ante Aníbal Ibarra, por ejemplo) tenía que suavizar la exteriorización de su pensamiento. Sus defensores sostienen que esa estrategia no fue errónea: resultó electo presidente por el voto democrático.

La fragilidad de ese éxito del marketing político (y la posibilidad de que el techo de la imagen de Macri vuelva a ser bajo) se expone ante estos sincericidios. En especial cuando el viento social sopla en contra. O cuando satélites del poder PRO tienen expresiones provocadoras con un sector de la sociedad. Expresiones como las de los funcionarios Avruj (“la política metió la cola en los derechos humanos”) y Avelluto (“derechos humanos para los vivos”) o de algunos diputados amarillos (“nunca más a los negocios con los DD.HH.”) justo a propósito del nuevo aniversario del golpe militar, no contribuyen a calmar las aguas o a mostrar diversidad. Casi es anecdótico que el asesor filosófico Rozitchner diga que tal vez la sociedad no está a la altura de las decisiones de Macri.

También podría ser una anécdota, pero no lo es, el componente hipócrita de muchos críticos de estas manifestaciones presidenciales. Hoy se escandalizan con situaciones que dejaban pasar o directamente le festejaban a la anterior huésped de la Casa Rosada. Dan patéticos más que golpistas.