Al igual que los Estados, y acaso porque en cierta forma los emula, también la Academia Nobel encofra secretos por prevención y mucho después, una vez que ha transcurrido un tiempo prudencial, accede a desclasificarlos. Hay que esperar un cierto lapso, hasta que progresen y se concreten ciertos olvidos y ciertas muertes, y entonces sí, se puede dar ese paso crucial: el que va de la discreción a la franqueza.
Acabamos de enterarnos, por eso, de algunas de las razones literarias por las cuales el Premio Nobel de Literatura no le fue concedido a Borges. Primera revelación, entonces: que existieron razones literarias y no solamente razones políticas, como se adujo con cierta constancia. Segunda razón: el contenido de dichas razones, ya que trascendieron los argumentos adversos que Anders Osterling esgrimió en su oportunidad: exclusivismo, artificiosidad, miniaturismo. En una nota tan concisa como lúcida, publicada en el diario Clarín, Matías Serra Bradford advirtió que esas mismas razones, esas mismas y no otras, podrían haber justificado que a Borges le otorgaran el lauro. Con lo que no hizo sino evidenciar hasta qué punto, en cualquier debate literario, lo que hay por discutir no son tanto las valoraciones sino, antes que eso, los criterios de valor. Que a un crítico, a un simple lector o a una entidad dadora de premios una obra le resulte buena o mala, genial o fallida, poco importa si no se establece previamente cuáles son los parámetros con los que se pretende discernir qué es lo logrado y qué es lo malogrado.
Por lo demás, entiendo que el despojo (el verse o el creerse despojados) es un rasgo constitutivo del imaginario de la argentinidad; por lo que Borges es el escritor argentino por excelencia, mucho más al no haber recibido su merecido Premio Nobel que si, por el contrario, se lo hubiesen meramente entregado.
La existencia de razones literarias no excluye, por cierto, la existencia de razones políticas. María Kodama insiste con ellas. Y alega que no fue Pinochet, sino la Universidad de Chile, la que invitó en su momento a Borges para declararlo Doctor Honoris Causa, y que la presencia del presidente de la Nación es parte del protocolo en semejantes circunstancias.
Podría alegarse, creo yo, y con razón, que es preferible quedarse con un doctorado menos y no tener que darle la mano a un tirano tan brutal y sanguinario. Pero podría alegarse también, y presumo que también con razón, que Borges sintió un reconocimiento sincero ante un asesino de masas como Pinochet. ¿Por qué motivo? Porque frenó, como fuera, un proceso de cambio social. Y Borges era un conservador consumado, enemigo acérrimo de los cambios sociales, dispuesto a que se los frenase como fuera. También por eso, mucho me temo, encaja a la perfección en el imaginario argentino general.