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RIQUELME, UN GENIO INCOMPRENDIDO; el mejor REFLEJO DE LO QUE SOMOS

El espejo

Hay que ver. Los argentinos somos gente difícil, imprevisible y de extraños comportamientos. El mundo nos observa con cierta curiosidad y simpatía, pero se rinde y suele hacernos a un lado, hartos de no entendernos. Es una historia circular. Nuestro derroche de talento individual los sorprende, pero esa obstinación por el fracaso colectivo los deja perplejos. Somos, sin embargo, un pueblo angelado, vanidoso. No necesitamos habitar el centro de Europa ni tener a un Heidegger con ropa de gaucho y haciendo asados para sentir que somos un puñado de elegidos, los herederos de la mejor tradición.

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“El miedo a los espejos lo sentí desde niño. Pero ahora no les temo. Es que ya no los puedo ver. He sido liberado de un modo terrible”
Jorge Luis Borges (1899-1986)

Hay que ver. Los argentinos somos gente difícil, imprevisible y de extraños comportamientos. El mundo nos observa con cierta curiosidad y simpatía, pero se rinde y suele hacernos a un lado, hartos de no entendernos. Es una historia circular. Nuestro derroche de talento individual los sorprende, pero esa obstinación por el fracaso colectivo los deja perplejos. Somos, sin embargo, un pueblo angelado, vanidoso. No necesitamos habitar el centro de Europa ni tener a un Heidegger con ropa de gaucho y haciendo asados para sentir que somos un puñado de elegidos, los herederos de la mejor tradición.
Alimentamos bien a nuestros mitos. Condenamos al canto perpetuo a un virtuoso francés de sonrisa perfecta; adoptamos un populismo presentado como superador de toda ideología por un carismático coronel y santificamos a su joven y vehemente mujer. Hicimos posters –no banderas– con la figura trágica de un guerrillero romántico y convertimos en deidad a un chico de Fiorito de endiablada habilidad con la pelota, sólo para destruirlo y entronarlo, una y mil veces. Somos proclives al pensamiento mágico y a las soluciones drásticas que jamás se cumplen. Vamos por la vida seguros de que nada tan malo podrá pasarnos. Ya se sabe: el colega de Maradona, Dios, también es argentino.
Tengo derecho a quejarme y ser deliberadamente cruel. Orgullo o condena, soy de acá y eso se nota, sobre todo cuando sueño con irme bien lejos, que es casi siempre. Tampoco sirve. El país me echó, como a tantos, a fines del 2001; viví en Europa, me fue bien, me trataron mejor, pero enseguida sentí que nada era tan perfecto y tuve el irrefrenable impulso de volver. No me pregunten por qué. Así somos.
Como Riquelme.
Ese muchacho es un talento. Lo afirmo aunque no me caiga simpático. Le pega a la pelota con una precisión que pocas veces he visto. Se mueve con una extraña elegancia pese a su estética inexpresiva. Como Bochini, es capaz de percibir lo que nadie ve. No se permite ser obvio o literal. No copia. No se repite. Crea.
Pablo Picasso, cansado de los que se quejaban porque su pintura les parecía indescifrable, solía contar este diálogo entre una niña y un hiperrealista:
–—¿Qué pintas?
—Aquel árbol.
—¿Y para qué lo haces de nuevo, si ya está hecho?
Lógica pura. La misión y el privilegio del creador es mostrar al mundo su particular mirada de las cosas. El genio dispara su arte; textos, cine, pinturas o pases gol entre bosques de piernas rivales. Riquelme tiene ese touch. ¿Entonces? ¿Qué es lo no me gusta de él? Su argentinidad en estado puro. Esa mezcla de virtud y desidia; aptitud y displicencia; de entrega conmovedora y súbito abandono. Todo lo que amo y lo que detesto de nuestra errática esencia.
Los futbolistas argentinos, cuentan, son mejores extranjeros que los brasileños. Ellos extrañan, se deprimen, pierden la concentración con facilidad. Nosotros sufrimos, pero aguantamos; ése es nuestro plus, el orgullo. A talentos similares, un brasileño privilegiará su placer; el argentino buscará el poder. Ellos son lúdicos; nosotros, voraces. Marcamos territorio, intentamos la conquista. Esa capacidad de lucha inquebrantable es nuestra fortaleza y nuestra desdicha.
Ni Maradona ni Riquelme se sintieron cómodos en Barcelona. De allí emigraron a modestos clubes de provincia, ávidos por encontrar el héroe que los guiara en su pequeña revolución. Nápoles la tuvo gracias a Maradona, y el Sur pobre le ganó por un tiempo al Norte poderoso. Román llevó al Villarreal hasta semifinales de la Champions, nada menos. Pero los dos terminaron igual. Abandonaron sus patrias adoptivas indignados por el desagradecimiento de sus súbditos, y regresaron a su lugar en el mundo. Y aquí terminan las coincidencias. Porque Riquelme no es Maradona, con todo lo malo y lo bueno que eso significa.
Creo, como Bielsa o Van Gaal, que frena los equipos, pese a su elogiada velocidad mental. Exaspera su parsimonia, su toque lateral, su apatía. Prefiero a Verón. Viéndolo en Italia pensé que ese tipo sí había comprendido el espíritu de su tiempo, y supe por qué era el elegido de Bielsa para jugar libre entre sus líneas. Ciertos jugadores tienen la capacidad de irradiar algo más que su propia virtud. Son gustos.
Fernando Signorini, el preparador físico de Maradona, alguna vez recurrió a la parábola bíblica de los dones para encontrar alguna explicación a la profunda angustia que destrozaba al ídolo. “Sólo quien es capaz de entregar el 100 por ciento de sí mismo alcanza la paz, no importa si es bueno o malo. A Diego, con un 70 o 75, le sobró para ser el mejor. Pero íntimamente él sabe que no lo dio todo.”
No tengo derecho ni siquiera a insinuar que Riquelme se guarde algo, y mucho menos en este momento. Pero lo que sí veo en su estilo, tan lujoso, paternalista, genial de a ratos, solipsista, melancólico y discontinuo, es un espejo perfecto de lo que somos. El reflejo de cómo jugamos y cómo vivimos los del país del enganche y los cuatro climas.
Nosotros, los de la generosa tierra capaz de alimentar al mundo entero, con la mejor carne, las mujeres más hermosas, el talento inagotable. Tan privilegiados y tan víctimas de un destino esquivo, que nunca nos da lo que de verdad merecemos.
Pura envidia, señores. Conspiran. No pueden soportar que la tengamos tan clara, que sepamos siempre como es todo; posta.