Hace muchos años uno miraba el fútbol y más allá del club del que fuera podía permitirse vivir la épica del otro. Me acuerdo de ver cómo Gatti le atajaba el penal a Vanderley y Boca ganaba una Libertadores. O Independiente ganándole casi con un equipo de fútbol cinco –por la cantidad de expulsados– a Talleres de Córdoba en su propia casa. Yo festejaba esas cosas. Después empezaron esos cantitos de “No existís no existís” que culminó con la hinchada visitante no existiendo de verdad. Me acuerdo cuando llevé a mi viejo a la cancha por última vez y él miró a la tribuna visitante vacía y me dijo: ¿Dónde están? Ya no vienen, le dije. Parecíamos dos actores de una película de ciencia ficción.
Hace poco fui a ver una película de terror malísima, It, basada en una novela de Stephen King (mi amigo Martín Caamaño me dijo: la trama es igual a Jacinta Pichimahuida, pero yanqui). It es, a grandes rasgos, la historia de un payaso que se alimenta de los miedos infantiles. Lanús podría ser un buen invento de It para asustar a los hinchas del Ciclón. Nos liquidó en la final de un campeonato metiéndonos cuatro goles y hace poco nos sacó de una serie de Libertadores que ya parecíamos tener en el buche. Habíamos ganado 2 a 0 en nuestra cancha y hasta Blandi había dado el reportaje consagratorio en el Gran Diario Argentino sin esperar la revancha y sin saber que en el mundo supersticioso del fútbol salir en la tapa de ese deportivo, antes de conseguir los objetivos, da mala suerte. Nicolás, por favor, no lo hagas más. Pero Lanús no necesitó de nuestra mala suerte. ¿Por qué? En principio porque tiene un técnico que, le vaya como le vaya, juega con la pelota al piso y al ataque. Después porque tiene dos jugadores que la rompen siempre que hay que romperla: Lautaro Acosta y el Pepe Sand. Me quiero quedar con este último. Yo no soy hincha de la Selección, no me importa ganar los mundiales porque después tenés que soportar el Obelisco repleto de carapintadas al mango. Por eso admiro mucho a esos jugadores que sólo la rompen en su club. Como Messi, como Romagnoli, como el Pepe Sand. Fiel a su apellido, en el ultimo partido nos pasó por encima por prepotencia de trabajo y nos tapó con la arena hasta el cuello. San Lorenzo nunca se pudo reponer del corazón salvaje con el que juega el Pepe Sand. Tal vez el único jugador que está a su altura en nuestro club, con mayor o menor rotación por los achaques y la edad es Leandro Romagnoli. Pero nuestro técnico no lo tenía en cuenta. De todas formas, el adversario no está para tenerle miedo: está para inspirarse. Como el Huracán del 73, como el River del Beto Alonso, como el Independiente de tantas Libertadores, el Fabuloso Hombre Arena es digno de imitar.