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El fantasma de Néstor

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Por mail, una amiga francesa, profesora de Letras, aborda un tema que me apasiona de inmediato porque desconozco todo al respecto: la disputatio medieval. Al parecer, a partir del siglo XIII, en las universidades (¿francesas?) se impuso un ejercicio en el que un maestro proponía una cuestión a debatir, y los alumnos asumían posiciones contradictorias para que el asunto floreciera. Cuando me lo cuenta, le contesto que ese género lo redescubrimos siglos más tarde con los payadores, quienes ponían en juego a Dios, el tiempo y el Universo con sus endechas, y, cursando una aplicación particular de la “navaja de Occan” (“los entes no deben multiplicarse innecesariamente”), terminaban sus versos a los cuchillazos.

Doctamente, mi amiga descarta mi martinfierrismo: en la disputatio la sangre no llegaba al río porque el procedimiento era codificado y, al final, el maestro zanjaba la cuestión. De allí derivan, dice, los debates teológicos y su forma profana, la ley en su forma moderna. Siempre hay dos posiciones y uno que arbitra. Le digo que ese modelo inspira también al periodismo televisivo, que coloca a los conductores en un “más allá” objetivo, mientras sus invitados se acuchillan verbalmente para aniquilar la versión ajena e imponer la propia a los gritos, en medio de un pajonal etérico. A eso se le llamaba “escuchar las dos campanas”.

Ahora bien, con su pasión iconoclasta, el kirchnerismo reorganizó ese modelo: el contendiente dialéctico sólo tiene uso de la palabra previamente pronunciada, pero editada. Por supuesto, me refiero a 6,7,8, que me parece –sinceramente– un programa extraordinario. La discusión se vuelve monólogo, ejercicios sucesivos de crítica sin oposición, pero el árbitro y maestro sigue existiendo, sólo que su palabra se ha pronunciado, mesiánica, profética, como autoridad suprema, y pervive como fantasma.