Alguna vez Michel Foucault vaticinó que “el siglo XXI será deleuziano”. Es una de esas frases menores de algún autor mayor. Sin embargo, quién sabe, quizá tenga razón. Hace un par de semanas, Osvaldo Baigorria publicó un muy interesante artículo en Radar que va en esa dirección. La nota da cuenta del uso de textos de Deleuze y Guattari, como Mil mesetas, por parte del ejército israelí. Baigorria relata de qué manera en los años 90, el general Shimon Naveh, director del Operational Theory Research Institute (OTRI), utilizó conceptos centrales en Deleuze (como el de rizoma) para “pensar contra la lógica binaria que opone teoría y práctica, modelo y terreno, uso y función, a fin de emancipar la acción militar de toda restricción”. Para Deleuze y Guattari, el rizoma –siguiendo la metáfora del tronco subterráneo– se define por los conceptos de conexión, heterogeneidad y multiplicidad: “cualquier punto del rizoma puede ser conectado con otro cualquiera, y debe serlo”. Y también: “Una multiplicidad no tiene sujeto ni objeto (...) se metamorfosea cambiando de naturaleza”. Es decir, es un pensamiento que discute con la idea de esencia, pero también con la idea de estructura, a favor de cierta idea de descentramiento, de desterritorialización, de nomadismo. Contra la raíz, el rizoma. El de Deleuze es un pensamiento libertario, compañero de ruta del ’68, anti-totalitario, crítico con los poderes del Estado, a los que describe como máquinas de guerra. Pues bien, el ejercito israelí relee estas premisas y piensa a la polis palestina bajo el precepto del rizoma, como un conjunto de estrías cercadas por vallas, muros, zanjas, obstáculos de una gran movilidad.
¿Deberíamos indignarnos con el uso militar de Deleuze? O más aún, ¿deberíamos sorprendernos? Baigorria señala que “la introducción de estos textos en las fuerzas armadas israelíes no dejó de ser una aventura marginal. Naveh tuvo que retirarse en 2005 tras un informe negativo acerca de su instituto”. Pero eso es apenas un detalle. Porque lo importante es lo contrario: no que el ejército israelí use sus conceptos, sino la capacidad de Deleuze para describir y comprender el mundo contemporáneo, incluso pese a él, en contra de él.
Por debajo, o más bien al lado, de su reconocida creatividad filosófica (“la filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos”), su obra está caracterizada por un profundo rigor intelectual. Sus dos grandes libros “generales”, El anti-edipo y Mil mesetas, escritos en conjunto con Guattari, están rodeados de un sinnúmero de libros y textos sobre autores y obras específicas: Spinoza, Bergson, Nietzsche, la historia del cine, Proust, Kant, Kafka. Lector agudo de Nietzsche y Marx, aprendió que el capitalismo tiene la capacidad, como una multiprocesadora, de absorberlo todo, incluso aquello que se le opone radicalmente. Pocas obras son tan críticas como la de Deleuze. Y sin embargo en los últimos años hemos padecido DJs deleuzianos, fotógrafos deleuzianos, creativos publicitarios deleuzianos, brokers deleuzianos. ¿Por qué no habría de haber militares deleuzianos? (llegado el caso, ¿por qué no pensar también la lógica del asesino serial bajo las conceptos deleuzianos de “repetición y diferencia?”). Habitualmente se define a Deleuze como un autor vitalista que repone la influencia revolucionaria del deseo, que propone a la diversidad y al devenir otro como ética última. En cambio yo siempre lo leí de un modo opuesto: como un autor oscuro, desgarrado, casi trágico. El filosofo que pensaba al lenguaje como un material capaz de perforar el sentido, al inconsciente freudiano como una trampa pequeño burguesa, al rizoma como una ruptura, al devenir otro (animal, mujer, imperceptible) como una intensidad, es en verdad quien piensa al capitalismo como una terrible máquina de reciclar, resignificar, redireccionar todo lo que se le opone. Deleuze llegó a entrever ese estado del mundo. Y pese a todo, siguió escribiendo.