La década ganada fue sólo un intento de limitar la democracia a la clientela electoral. Con la consigna de no ser neoliberal, expresaron y ejercieron una mezcla de autoritarismo que tomaba doctrina del estalinismo y del fascismo. A los obsecuentes todo, a los disidentes el rótulo de enemigos y el Estado encima.
Estamos superando un tiempo donde estuvo cercana la eliminación de la libertad. Un tiempo duro que albergó el temor de que el sector autoritario se impusiera para siempre. Donde tuvimos que asumir que la libertad no tenía tantos espíritus dispuestos a salir en su defensa. Tanto mentar la dictadura que alguno intentó reiterarla.
Demasiados cambiaron convicciones por conveniencias, callaron opiniones a cambio de prebendas. El Estado devenido empresa privada de un supuesto partido justiciero. Los beneficios de una época que los países hermanos convirtieron en desarrollo tuvieron, para nosotros, otro destino. Es tan cierto que la ayuda al necesitado es un acto de justicia como que la explotación de su agradecimiento para convertirlo en votos es la degradación de su persona y del gesto.
De pronto, una claque de empresarios de la prebenda convoca a los restos de una izquierda fracasada y a un conjunto de jóvenes que necesitaban un destino e imaginaron encontrarlo en esa absurda mezcla de intereses. Intentaron justificarse, convertir sus beneficios en causa política y eternizar sus lugares en el poder.
Muchos, demasiados, tuvieron miedo; y pocos, muy pocos, salieron a defender el sistema. Una generación que no logra superar la memoria del genocidio ingresa frívola a un intento de dictadura de la mayoría. Un grupo de raigambre feudal impone obediencia como único factor de lealtad y pertenencia al supuesto partido. Oscuros funcionarios de todo pensamiento y geografía reciben beneficios a cambio de votos y humillaciones. El Estado promueve oficialismos mientras persigue, con todos sus poderes, las rebeldías.
Fue un tiempo de selección de los peores –políticos, empresarios y sindicalistas–, el tiempo de obediencia rentada dejó delimitados los márgenes de la misma dignidad. Hoy respiramos esperanzados: la crisis económica obligó a la cordura, la crisis de Venezuela mostró el precipicio al que conducía la sublimación del conflicto, la elección del Santo Padre nos devolvió la admiración y el lugar de la sabiduría.
Los que no caímos en las mieles del oficialismo benefactor ocupamos el complejo espacio de la democracia. Ni siquiera los pretendidos herederos del agonizante modelo se atreven a reivindicar las demencias de sus exageraciones. Ya son muchos los oficialistas que emiten gestos de libertad e intentan mostrarse como si aquí no hubiera pasado nada. Pero no es cierto. Esgrimieron todos los odios y resentimientos para aplastar la rebeldía, esa que en cualquier democracia es tan sólo una simple expresión de la libertad.
No quiero hacer una profesión de fe sectaria, no imagino repetir lo que condeno, pero que nos quede claro que los predicadores de este odio que hoy estamos superando son los eternos enemigos de una sociedad más justa y desarrollada. El supuesto modelo no es una opción de la democracia, es tan sólo una expresión del autoritarismo que se asume enemigo de la libertad.
En el Gobierno no hubo distraídos, hubo cómplices. La indignidad de la obediencia nunca fue una obligación, siempre implicó un beneficio. Ellos decidieron ser nuestros enemigos y nosotros no debemos olvidarlo. La amenaza pasa, el portador sigue vigente.
Nosotros somos de los que le temen al riesgo de la reincidencia. Con las debilidades del Gobierno no se retira un adversario, agoniza un enemigo.
*Ex diputado nacional.