Por primera vez en dos décadas de transición, la Concertación Democrática (CD) perdió las elecciones municipales en Chile, con un triunfo de la oposición de centroderecha (Alianza por Chile) en el ámbito decisivo del poder territorial (alcaldías). Allí, la coalición Renovación Nacional (RN)/Unión Democrática Independiente (UDI) se impuso por 40,56% contra 38,91% de la Concertación, que sumó los votos de la Democracia Cristiana (DC), el socialismo (PS), el Partido por la Democracia (PPD) y los radicales socialdemócratas (PRSD).
La centroderecha triunfó en nueve de las 15 capitales regionales, y en las cuatro principales ciudades: Santiago, Valparaíso, Concepción y Temuco. En la capital, la Alianza obtuvo 11 puntos de diferencia: Pablo Zalaquett (UDI) logró 47,09%, mientras Jaime Ravinet (DC) alcanzó sólo 36%. La Concertación se había impuesto por diez puntos de diferencia en 2004.
El dato decisivo es la acentuación del descalabro del mayor partido de Chile y principal de la Concertación: la Democracia Cristiana (DC). La DC pasó a ser el tercer partido, con 15,48% de los votos, por debajo de RN (18,27%) y UDI (17,72%); los democristianos perdieron 40 alcaldías y obtuvieron 13,9% en concejales.
El sector recientemente escindido de la DC –que se presentó como Partido Regionalista Independiente (PRI) y Chile Primero (CH1)–, liderado por Adolfo Saldívar, presidente del Senado, obtuvo 10% de los votos en el plano nacional y 9,6% en Santiago. Esta corriente, denominada de los “colorines”, parece ser el factor estratégico de la derrota de la Concertación, sobre todo en el ámbito crucial de Santiago.
La victoria de la centroderecha en las alcaldías fue por un punto de diferencia; y la Concertación se impuso en concejales por casi 10 puntos (45,24%/35,99%). Para la Concertación, el 26 de octubre es más una derrota política que electoral; y, en forma inversa, los comicios municipales son para la Alianza una victoria política antes que una nítida diferencia en votos. Esta contienda no le abre necesariamente a la centroderecha el camino a La Moneda en 2009.
José Miguel Insulza, precandidato socialista a la Presidencia y secretario general de la OEA, interpretó así el significado del 26 de octubre: “Es muy difícil que la oposición gane una elección (presidencial) en Chile. Pero es muy posible que la Concertación la pierda, que no es lo mismo”.
El núcleo de la crisis de la Concertación es el virtual colapso de la DC. La crisis de la DC es la del centro político en Chile. La historia de la democracia chilena, desde Diego Portales (1793-1837) en adelante, muestra que la existencia de un centro político (primero el Partido Liberal, luego el radicalismo, finalmente la DC) es lo que torna viable su persistente sistema multipartidario.
La historia de Chile es la de sus partidos; pero muestra también que cuando el centro se debilita o desaparece, el sistema tiende a la polarización y la puja política acentúa su carácter ideológico. A su vez, esto socava las bases del compromiso democrático –fundamento de la estabilidad política–, muchas veces con extraordinaria rapidez, como sucedió en 1890-91, 1926-28 y 1972-73.
El colapso de la DC implica la desaparición de la Concertación Democrática tal como ha existido en los últimos 20 años. La Concertación es el “No” a Augusto Pinochet en el referéndum convocado por el régimen militar el 5 de octubre de 1988, no una coalición de izquierda.
La desaparición de la Concertación fue reconocida implícitamente por la presidenta Michelle Bachelet, cuando sostuvo en la noche del 26 de octubre que las “fuerzas progresistas” habían triunfado. Bachelet elaboró esa categoría sumando los votos de la coalición oficialista con los del Partido Comunista (PC) e Izquierda Cristiana (IC), integrantes del movimiento “Juntos somos más”; con este criterio post-Concertación, la izquierda chilena (“fuerzas progresistas”) se impuso nítidamente en los comicios locales, con 44,7% en las elecciones de alcaldes y 54,2% en las de concejales, muy por encima de la derecha.
El “modelo chileno”, extraordinariamente exitoso, no es la red de acuerdos de libre comercio con todas las potencias comerciales del mundo (EE.UU., UE, China, Japón, etc.); ni tampoco la alta tasa de crecimiento económico a lo largo de 20 años, sino fundamentalmente el acuerdo de las fuerzas democráticas que dijeron “No” en 1988, sobre la base de la continuidad plena de la política y de las instituciones económicas establecidas por el régimen militar en la década del 70.
Es el núcleo del “modelo chileno” lo que está hoy en crisis.