Una semana atrás, Brasil continuaba siendo la excepción en América latina. Por un lado, no participaba de la bendición de Chile, Colombia, México o Perú, que seguirán creciendo en torno a cinco puntos este año, con menos de cuatro puntos de inflación. Pero aun cuando las expectativas de crecimiento se reajustaban a un magro 2,5% y la inflación se había incrementado hasta alcanzar un preocupante 6,6%, las consecuencias sociales y políticas del modelo económico de Dilma Rousseff lejos estaban de parecerse a las de Argentina o Venezuela. El gigante dormía y la imagen onírica de un Brasil emergente persistía, pero también se percibía que su sueño era cada vez más ligero, hasta que despertó.
El detonante del movimiento que conmociona a la prensa mundial fue, en comparación, insignificante. La semana pasada, estudiantes y trabajadores del estado de San Pablo organizados por el Movimiento Pase Libre comenzaron a manifestar su rechazo a un aumento de veinte centavos en el precio del colectivo. Pero la medida fue la gota que rebasó el vaso, aunque varias escenas violentas protagonizadas por la Policía Militar completaron el cóctel.
El lunes, 250 mil brasileños se movilizaron. Esta vez, sólo un cuarto era paulista. En todo el país, el repertorio de la protesta se amplió para reclamar por mayor inversión en educación y salud, repudiando la corrupción y los gastos del Mundial 2014. “De la Copa nos desprendemos a cambio de un 10% del PBI para educación”, sugería una de las consignas (la mitad del PBI argentino).
El martes por la mañana, Rousseff tomó el micrófono y declaró: “Brasil hoy se despertó más fuerte”, elogiando el carácter democrático de las manifestaciones que continuaban, ahora en varias otras ciudades del país y del mundo. No las minimizó y se apuró a dar una respuesta. Al día siguiente, mientras algunos gritaban los goles a México en la Copa Confederaciones y otros tantos se manifestaban fuera del estadio, el gobierno del PT decidió soltar la mano a su flamante intendente de San Pablo, Fernando Haddad, quien durante semanas se había negado a tomar una “decisión de carácter populista”. El gobernador, Geraldo Alckmin (un referente del PSDB, principal partido de oposición de cara a las presidenciales), lo acompañó en el patíbulo y juntos anunciaron el regreso a la tarifa anterior. Las reducciones se repitieron en la mayoría de las grandes ciudades. Pero el gigante ya estaba despierto. El jueves, un millón de brasileños se movilizó demostrando que las causas son más profundas.
La diferencia entre lo que sucede en Brasil y otros movimientos similares en la región es notable, no sólo por la persistencia de las movilizaciones sino también por sus dimensiones, su repertorio, el origen social de muchos manifestantes y el carácter violento de algunas protestas. En ese sentido, la estabilidad política requerirá de la atención y la inteligencia estratégica del gobierno, en todos sus niveles.
En el mediano plazo, la situación pone a Rousseff ante la necesidad de definir un rumbo. Hasta esta crisis, Brasil se mantuvo a medio camino entre los dos modelos dominantes en América latina, sin suficiente crecimiento y sin suficiente inflación. Después de este cimbronazo, tendrá que decidir si ajustar el gigante al suelo o adormecerlo con una inyección.
*Máster en Estudios Internacionales de la Universidad Di Tella.
**Máster en Estudios Latinoamericanos de la London School of Economics.