Sigo de largo, porque no podés perder tu vida hablando de Moreno y el perrito. Me llevaría tres páginas describir apenas el pequeño fragmento de The Fairy Feller’s Master Stroke que aparece en la tapa del libro en el que lo vi por primera vez. No hay escala ni proporción discernible en los personajes diminutos que pueblan el jardín nocturno (aunque lleno de margaritas abiertas) que Richard Dadd tardó nueve años en pintar. Lejos de las ambiciones neoclásicas de sus contemporáneos y del mundo esotérico de William Blake, el cuadro de Dadd parece más bien una reproducción para uso privado, como las ilustraciones en sus cuadernos de viajes, como cuando uno anota los sueños para no olvidárselos.
“Dadd los vio, sabía quiénes eran esos seres que pintaba”, escribe Neil Gaiman, uno de tantos fans obsesivos del cuadro que en algún momento sintieron la necesidad de completarlo con creaciones propias. No tanto para terminar una pintura que Dadd dejó inconclusa, sino con la esperanza de acceder a los misterios que retrata. Gaiman escribió una película sobre el cuadro de Dadd (nunca se hizo), Angela Carter una obra de teatro y Freddie Mercury una canción que recién ahora me vengo a enterar de qué habla.
“La razón dicta –dice Gaiman– que debí haber visto la pintura , reproducida casi a tamaño real, en el sobre desplegable de Queen II, cuando tenía 14 años, pero entonces no me llamó la atención, no lo recuerdo.” A mí tampoco me llamó la atención, pero por otro motivo. En mi edición argentina de Queen II no había ningún cuadro. Sólo una foto de la banda y una lista de canciones que incluía una imaginativa traducción del tema homónimo: “El golpe maestro de las hadas hiladoras”. Lo escuché con auriculares durante la primaria, tratando de entender qué decía. El “golpe” del título sugería robo o estafa, en ningún momento el hachazo inminente de un enanito partiendo castañas. Me imaginaba cualquier disparate, sin saber que en realidad la canción enumeraba cosas que aparecen en el cuadro, y en el larguísimo poema que Dadd escribió después para explicarlo, consiguiendo el efecto contrario (se entiende menos). Pero es razonable que hoy me resulten tan familiares esos personajes. Completando esta serie de malentendidos, me puse ahora a buscar ediciones originales de Queen II y no encontré ninguna con el desplegable que menciona Gaiman. O lo inventó él, o –como Dadd– tuvo acceso a algo que los demás no vimos.
Me consta que Gaiman no cree en la existencia de las hadas, pero –como trabaja de imaginarse cosas– sabe que hay visiones, percepciones inspiradas, elementos mágicos para los cuales la imaginación no es explicación suficiente. La categoría intangible de “visión” pudo estar fundada en sus connotaciones místicas, pero hoy se sostiene igual, habiéndolas perdido. Por ejemplo, es muy común en Hollywood encontrarse con agentes y ejecutivos que dicen perseguirla como un Grial, aun cuando en la práctica hagan todo lo posible por evitarla. La famosa campaña de Apple decía: “Think different” y mostraba fotos de pioneros que no tenían mucho que ver con millones de consumidores que eligen el mismo producto. O sí. Es materialmente imposible que todos seamos tan distintos de los otros. Pero algo distinto tenemos, cada uno, y eso nos constituye como individuos, o al menos eso solemos suponer.
No es novedad que tener una percepción ajena a la de las mayorías resulta hoy, en Argentina, muy inconveniente. Quienes la tenemos –quienes vemos monstruos donde los demás ven normalidad– nos aferramos a ella, sin embargo, como si cualquier otra cosa pudiera destruirnos.
Intento establecer si esto es así o si nos estamos equivocando. Lo que veo yo ya sabemos qué es. Quiero entender qué ven los demás, y vamos a empezar por Richard Dadd, cuyas visiones lo impulsaron a matar al emperador de Austria. Pero va a ser la semana que viene, porque hoy ya no me entra.
*Escritor y cineasta.