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Defensor de los Lectores

El gran dilema de la verdad

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Desde que el periodismo existe, el gran dilema para quienes ejercemos este oficio es darle dimensión, valor, medir con la mayor precisión el significado de la palabra “verdad”. Puestos ante un acontecimiento cualquiera, la cuestión de la pobreza, por ejemplo, ¿será vista de igual manera por un habitante de la Villa 31 que por un broker neoyorquino? Lo que el testigo de un accidente callejero percibe como verdadero, ¿lo es para otro ubicado en la vereda de enfrente, o en el quinto piso de un edificio? Estas disquisiciones se vinculan con algo publicado el domingo 14 en la excelente edición especial del 9º aniversario de PERFIL: firmada por Rodrigo Lloret en su carácter de director ejecutivo del posgrado en Periodismo de Investigación de Editorial Perfil y la Universidad del Salvador, la nota refleja la primera clase de ética periodística dictada por Robert Cox, quien fue director del Buenos Aires Herald. Cox, un gran periodista que puso su talento y su cuerpo para enfrentar la dictadura 76/83 (arriesgando su propia vida) fue claro, conciso, al decir que “ética es decir la verdad”. A este ombudsman, como a cualquier caminador del oficio con algo de respeto por ese valor tantas veces esquivo, le gustaría que hubiese una sola verdad para no encontrarse ante dilemas muchas veces insolubles, pero prefiere definir que el periodista (en realidad, cualquier persona, ejerza o no esta profesión) debe ser veraz. Y veracidad no es lo mismo que verdad. Esta es un valor moral absoluto, y aquella está influida por la mirada personal de cada quien. Cuando un obrero de estas lides trabaja una materia prima tan delicada y sensible como lo es la información, está obligado a aproximarse de la mejor y más completa manera a la verdad, claro, pero como ésta puede ser diferente según el ángulo del observador, al menos debe ser veraz al transmitir ese material a sus lectores o su audiencia.

Es lo que se desprende del muy buen artículo de Mónica Beltrán editado ayer en PERFIL sobre The News Gap, el trabajo de investigación de la politóloga Eugenia Mitchelstein y el comunicador Pablo Boczkowski que publicó el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Y más aun en la doble página siguiente, también firmada por Beltrán. Allí, la autora sintetiza una investigación titulada Las identidades del periodismo argentino según la percepción de los propios periodistas, que dieron a conocer Mariano Ure y Christian Schwarz (filósofo de la comunicación y politólogo, respectivamente) con la cobertura de la Universidad Católica Argentina y la Fundación Konrad Adenauer. Los autores entrevistaron a 38 periodistas y concluyeron que los profesionales de este oficio viven una crisis de identidad que puede reconocer buena parte de su origen en aquella búsqueda de la verdad de la que se habla más arriba. Este fenómeno se ve notoriamente influido por la dramática secesión habida en el colectivo periodístico por las concepciones diversas que han transformado este oficio, muchas veces, en una herramienta espuria: o para defensa del gobierno actual, o para dar fundamento a quienes se plantan en la oposición desde los llamados (por aquéllos) “medios hegemónicos”.

Es muy interesante ver cómo de uno y otro lado de este campo de batalla periodístico se recortan de manera interesada partes sustanciales de la realidad, con lo que la ciudadanía queda presa de miradas parciales, sesgadas deliberadamente y –por tanto– alejadas de esa búsqueda de veracidad.

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Entonces, el periodismo abandona –por acción u omisión– uno de los pilares básicos de su función social, que es la de servir de correas de transmisión eficientes entre la información y la sociedad.

Partiendo de la idea de que no hay plena objetividad periodística (cada profesional, cada editor pone su impronta en la tarea y esa impronta responde a sus ideas), queda como enorme desafío el mantenerse al margen de una disputa que en nada beneficia a la sociedad. Es triste leer, en este mismo diario, columnas de opinión más cercanas a la diatriba que a la claridad conceptual, cuyos autores merecerían más respeto si entendieran que no están en permanente campaña proselitista (aunque aclaren sus firmas con el sello de periodistas o de investigadores de la filosofía, la sociología, la economía o la política). Si midieran sus palabras y les dieran mejor carnadura, es seguro que sus mensajes generarían mayor credibilidad.