Si hablamos de comunicación, conviene despejar el tsunami de opinadores, asociaciones, fundaciones y todas las “ciones” que tuvieron algo para decir, y concentrarse en la pregunta que sigue: ¿quién comunicó mejor? El Gobierno con su cruzada antimonopólica o Clarín con su bandera sobre la libertad de expresión. Aunque parezca mentira, la balanza se inclina a favor del Gobierno. ¿Por qué? Los publicitarios usamos mucho la palabra “sobrepromesa”. Se aplica cuando a un aviso se le va la mano acerca de los beneficios del producto a vender. Por ejemplo, si digo que voy a sacar una ley que le “va a dar de comer a todos los argentinos”, mejor encender las alarmas de la desconfianza. De entrada, uno sospecha que hay gato encerrado. Sobreprometer es un camino de ida, porque cuando se descubre (o intuye) el engaño, la reacción de los consumidores asusta. Las personas saben que quien sobrepromete miente. La única excepción son los productos que desaparecen en un par de meses; carne de tanda de canal de cable. ¿Vieron los vibradores que juran eliminar diez kilos en diez días? Nadie cree pero todos estamos dispuestos a dejarnos engañar. Claro que las empresas serias no entran en ese juego. Tratan de entablar relaciones de largo plazo. A lo sumo “hermosean” un poco la oferta para ganar unos puntos en seducción.
Pues bien, con su campaña “Una ley para que hablemos todos”, el Gobierno sobreprometió. Fútbol gratis en todas las casas, producción y trabajo nacional a granel, desarrollo federal de Tierra del Fuego a Ascochinga, etc. De pronto, la nueva Ley de Radiodifusión o como se llame se convirtió en una llave mágica; especie de amuleto capaz de solucionar cualquier problema. De tanto prometer y edulcorar, el mensaje produjo un efecto opuesto. Por si hacía falta algún tipo de reaseguro, con su forma de comunicar el oficialismo dejó en claro que estaba en guerra con Clarín. Lo curioso fue la reacción del “gran diario argentino”: trató de no gritar a los cuatro vientos que lo arrastraban solo (o casi) al pelotón de fusilamiento, y se defendió embanderándose detrás de la libertad de prensa, concepto maravilloso si los hay, pero que poco tiene que ver con lo que le está pasando. Los Kirchner se la dejaron servida y ellos no hicieron gol. Desestimaron la oportunidad estratégica de posicionarse en el lugar de víctima, y pedir ayuda más allá de la suerte de la ley (esto recién empieza). Si lo hicieron por “complejo de monopolio”, se equivocaron. En el contexto de un gobierno con fuertes rasgos autoritarios, la presencia de un imperio periodístico nunca puede caer mal. Al contrario, la gente se siente protegida por el gigante en cuestión. ¿Se imaginan a un Néstor Kirchner flanqueado por cientos de diarios liliputienses?
Al embestir contra Clarín, el kirchnerismo no va contra la libertad de prensa (hay muchos otros medios que la ejercen), va contra el poder. ¿Cuál es el negocio de hablar en abstracto cuando te están poniendo un revólver en la cabeza? “Ahora vienen por mí, señores”, es lo que hay que decir. Y la gente los va a defender. Sabe que, en un país como el nuestro, la prensa poderosa no sólo es necesaria sino también indispensable. Los avisos con juegos de palabras entre medio y miedo, las radios del interior clamando participar, incluso las chicanas con fotos de archivo que asocian a Clarín con la dictadura; todos, de alguna u otra forma, disimulan la cuestión de fondo. Las personas podrán ser insensibles a la desaparición de las AFJP; Clarín es otra cosa. Si no, habrá que resignarse como Homero Simpson. ¿Se acuerdan de ese episodio en el que Lisa decide luchar contra el monopolio periodístico y escribe su propio diario? El final es de antología. Después de ganar la batalla y ante una ciudad que se lanza a editar sus diarios personales, alejados de lo que dictan los medios masivos (muy cerca de la propuesta del Gobierno), Homero reflexiona y dice algo así: “Ahora ya no tenemos un solo medio que domina todo, sino un montón de opiniones sin valor que no le interesan a nadie”.
*Filósofo y publicista.