El hombre más popular de la Argentina lo hizo de nuevo. Su estrella empezó a iluminarse hace años cuando parecía convertir en oro todo lo que tocaba. Y desde hace un tiempo, amplió ese truco de magia a otro: lucir incombustible ante todo y ante todos, así pudieran ser los peores fuegos.
Si no se apela al argumento de sus dotes como gran ilusionista, sería complicado entender ciertas cosas. Por ejemplo:
- Que se sigan analizando –justificadamente o no– los impactantes efectos políticos de sus programas televisivos pasatistas (del Oso Arturo anti De la Rúa al Gran Cuñado pro De Narváez). Y que él tenga asumido que los puede usar como arma (ayer lo volvió a hacer por twitter).
- Que en medio de “la grieta” (copyright Lanata) consiga ser, al mismo tiempo, socio-empleado tanto de Cristóbal López como del Grupo Clarín.
- Que logre edificar relaciones político-amistosas con expresiones tan dispares como el kirchnerismo, el sciolismo, el massismo y el macrismo (seguro se sumarán más “ismos” en el futuro).
- Que ingrese al controvertido Fútbol para Todos como indisimulable oficialista y, en apenas un par de horas, salga como líder opositor.
Explicar a Tinelli es casi tan difícil como explicar al peronismo, si se me permite la exageración provocadora, que sólo busca intentar un escape al simplismo lineal y adentrarse a los matices que hay en la vida.
Por eso sería un error excluir a Marcelo Hugo del contexto cambiante en el que se mueve, con personajes incluidos, muchas veces más interesados ellos en él que él en ellos. No son pocos los que tratan de utilizarlo como lavandina para blanquear la imagen. Lo sabe mejor que nadie.
También constituiría otra equivocación quedarnos con sus gestos y explicaciones cuasi naif de lo que hace, dice o escribe (sus tuits más recientes son antológicos, sobre todo en los que se disculpa). Es humano (y como tal, plagado de errores y contradicciones, como cualquiera), pero cualquier cosa menos ingenuo.
De allí que resulte difícil de comprender las verdaderas razones por las que MT se embarcó en este patético reality donde se mezclan política, poder, fondos millonarios (y públicos, o sea, nuestros), famosos, TV y el deporte que más nos apasiona a los argentinos. Nada menos. Si salía bien (o como esperaba el gran ilusionista), iba a desmentir la lógica que impera desde hace una década. Por eso el desenlace guarda lógica, aunque expone con total crueldad cómo estamos. Y, aunque no le guste, Marcelo Tinelli no es ajeno a ello: la magia, como el relato, es ilusión, no realidad.