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Panorama // La apuesta de lula por los planes sociales

El Hambre Cero y el hambre de Dios

“Hay gente tan imbécil (...) que todavía sigue diciendo que ‘los planes sociales son para personas perezosas’”, dijo más ofendido que furioso el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, esta semana en un acto en Belo Horizonte.

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“Hay gente tan imbécil (...) que todavía sigue diciendo que ‘los planes sociales son para personas perezosas’”, dijo más ofendido que furioso el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, esta semana en un acto en Belo Horizonte.
El fraile dominico Frei Betto explica que fueron tres las razones que llevaron a Lula a impulsar el programa Hambre Cero: la primera fue el combate a la pobreza, una cuestión de principios. La segunda residió en que, en el año 2002, Brasil figuraba entre los cinco mayores productores de alimentos en el mundo, por lo que no faltaba comida pero sobraban bocas insatisfechas. La tercera fue subjetiva, la luz oleosa de un pasado amargo: el propio Lula proviene de la pobreza extrema.
El presidente suele recordar que cuando niño sufrió mucha hambre, como un odio de Dios. Hasta los cinco años no conoció a su padre, porque trabajaba como estibador portuario en San Pablo, y a sus doce años comenzó él mismo a trabajar como “lustrín”. Por ello es que lo de “personas perezosas” lo hirió antes que enojarlo.
En el mundo hay cuatro factores de muerte precoz: la guerra, el terrorismo, el sida y el hambre. Este último mata más que la suma de las víctimas de las tres primeras causas. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), cada día muere de hambre el equivalente a 70 personas por minuto.
En Brasil, la inequidad parecía ser parte de un paisaje inmutable al paso de las estaciones, pero hoy la gente percibe que cambiar depende de sí. Fuentes de la Fundación Getulio Vargas sostienen que, de las series estadísticas con las que cuentan (desde 1960 hasta la fecha), nunca se observó una reducción de las desigualdades tan importante.
El 11 de septiembre de 2001 el episodio de las Torres Gemelas conmovió al mundo: casi tres mil personas perdieron la vida. Los datos difundidos a fines de junio por la FAO muestran que a este mundo capaz de calificar de “perezoso” a un indigente se le caen un poco más de 33 Torres Gemelas por día sin que esto cause rechazo, dolor, huelgas o protestas. Por primera vez en la historia de la humanidad, más de 1.000 millones de personas padecen subnutrición. La cifra supera en casi 100 millones la del año pasado.


Cuando hace unos años Lula propuso Hambre Cero Mundial, se dice que un presidente de Europa occidental sentenció: “Sí, mi país va a enviar a Africa mucha comida”, y que Lula le respondió: “No, de ninguna manera, nunca comida”. Porque hay tres errores en esta caridad de filántropo: primero, es la mejor manera de justificar los subsidios agrícolas en Europa (y en Estados Unidos también); segundo, destruye las culturas locales; tercero, crea dependencia.
Todo indica que el objetivo de la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (CMA, 1996) de reducir el número de personas hambrientas a la mitad para el año 2015 no podrá ser alcanzado. “Una mezcla explosiva de desaceleración económica mundial y precios de los alimentos que se empeñan en permanecer altos en muchos países ha empujado a unos 100 millones de personas más al hambre y la pobreza”, aseguró Jacques Diouf, director general de la FAO.
Hambre Cero nació con la decisión de hacer un verdadero programa de integración social. El punto nodal era ejecutar una política pública tal que la gente beneficiada pudiera caminar desde la exclusión social hacia la inclusión. La primera decisión fue no hacer una maratón de delivery de comida. Se definieron entonces las prioridades: los “sin tierra”, las aldeas indígenas, la gente que vive de y en la basura, los grupos descendientes de esclavos y las zonas del nordeste. Se unificaron todos los mecanismos federales de transferencia de renta en uno solo denominado Bolsa Familia –en portugués, “bolsa” es “beca”.
“¡Imbéciles, ignorantes!” No es frecuente que el presidente Lula da Silva use esas palabras, pero el hambre de Dios pudo más. Desde sectores de la oposición cuestionaron los resultados del plan conocido como Beca-Familia, que garantiza una ayuda de 34 dólares como mínimo y 100 como máximo para hogares cuyos miembros ganan hasta 35 dólares mensuales. La variación del monto depende de dos factores: la cantidad de niños en edad escolar y la de adolescentes que se esmeran en cursar la enseñanza media. Las críticas contra Beca-Familia se apoyan en dos razones: la electoral, dicen, y el segundo retoque al estipendio, por cuanto Lula consideró que la cifra inicial resultaba “insuficiente”. Están en juego 250 millones de dólares, un número irrisorio.
En total, el programa le cuesta al Estado unos 5.800 millones de dólares anuales pero quedó demostrado que amplía el mercado de consumo apuntalando la actividad productiva interna. A los detractores fue a quienes apuntó Lula: “Su ignorancia es de tal magnitud que piensan que una familia va a preferir vivir con 85 reales (42 dólares) mensuales antes que ganar un salario digno de 616 reales (308 dólares)”. Lula dijo esto durante la entrega de 457 diplomas a jóvenes que estudiaron diferentes oficios. Es un plan de inserción profesional, parte de Beca-Familia. De acuerdo con el presidente brasileño, “es una forma simplista de ver las cosas que no contempla que el país está dividido entre personas que tuvieron oportunidades y personas que no las tuvieron”. Las críticas al aumento por parte de la oposición y por el diario Folha de São Paulo fueron hechas mientras detrás de bambalinas resuenan los bronces de la frase proferida por el senador opositor Demóstenes Torres el 7 de agosto: “¡Somos una banda (de ladrones)!”.
Entre 2001 y 2006, hubo una reducción sostenida de la desigualdad. Mientras que el ingreso per cápita de la población subió un promedio de 2,6 %, el ingreso de la población más pobre lo hizo 11%. 27 millones de brasileños dejaron de ser pobres. En 1995, el 15% de los chicos de 7 a 14 años estaba fuera de la escuela; hoy sólo el 2,5% está en esa situación.
“No me voy a ofender más con esas cosas; dicen que el Bolsa-Familia es demagogia, pero esas personas creen y creyeron siempre que una persona vive en una casa precaria porque quiere y que no trabaja porque no quiere”, machacó Lula ante una tribuna de personas que se capacitan para entrar al mercado laboral formal. Como al pasar, recordó que ni él ni su vicepresidente, José Alencar, tuvieron la suerte de ostentar un diploma universitario. Aprender, entre otras cosas, enseña a no olvidar.

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