Bajo el horrendo título Meditaciones de cine (el original se llama Cinema Speculation) se acaba de traducir el segundo libro de Quentin Tarantino. El primero es una versión novelada de su novena película, Érase una vez en... Hollywood... que promete ser la penúltima porque se acaba de anunciar que está por filmar la décima, The Movie Critic, que será la última porque considera de buen gusto retirarse con diez films a los sesenta años para dedicarse a... escribir. En castellano, no hay diferencia semántica “entre “película” y “film”, salvo que el segundo término es un poco pedante y, para colmo, los españoles lo convirtieron en el horrendo “filme” (Borges diría: “por este camino, a Kipling lo van a llamar Kiplingo’”). Pero en inglés hay un grieta que se refleja en una célebre escena en la que un marido celoso llama a su novia actriz que está rodando en otra ciudad con un director muy cinéfilo. Cuando ella le habla del “film”, el marido deduce (acertadamente): “se la está cogiendo”.
Por eso es importante que la película de Tarantino use movie y no film en el título. Seguramente, es la misma razón por la que en su libro escribe: “Cuando se estrenó Tiburón en 1975, puede que no fuera el mejor film jamás realizado. Pero era fácilmente la mejor película jamás realizada.” Malditos traductores españoles. Esto no tiene ningún sentido en castellano, pero de lo que habla Tarantino es de la diferencia entre los dos términos en inglés. Se supone que la nueva película estará basada en la carrera de Pauline Kael, la ingeniosa crítica del New Yorker, quien se refería a las películas como movies y pensaba que la transformación de las viejas movies en el moderno cinema (de autor, en particular) era una desgracia provocada por los intelectuales (de izquierda, en particular): es que Kael era intelectual y antiintelectual al mismo tiempo. También se lee en la Wikipedia que Cinema Speculation (Tarantino no le teme al cinema) está inspirado en la escritura de Kael. Sin embargo, Tarantino muestra en el libro una mezcla de admiración y desconfianza hacia Kael. Su favorito es Kevin Thomas, oscuro crítico del Los Angeles Times que se especializaba en las de explotación, a las que no desdeñaba y de quien Tarantino dice que era “uno de los pocos profesionales de su medio que disfrutaba de su trabajo y, por lo tanto, de su vida”.
Tomarse en serio las películas menores, baratas, marginales, hechas par ganar plata con el sexo y la violencia para encontrar en ellas momentos gloriosos, personajes inolvidables y aciertos cinematográficos inesperados es el corazón de la obra de Tarantino como crítico y la gran inspiración de un cineasta que vio todas las películas y las analizó desde una fina inteligencia y un gusto personal que no es necesario compartir para admirar su prosa ni para entender que esta biografía del joven Quentin como espectador es tal vez el libro más adecuado para iniciarse en la crítica de cine entendida como una aventura personal. En particular, nadie explicó mejor el pasaje del cine americano entre el viejo Hollywood de los estudios, la irrupción de los contestatarios antisistema y la llegada triunfal en los setenta de la generación de cinéfilos dispuestos a volver a creer que las películas pueden tener un final feliz.