Cuando el insulto desplaza del discurso político –y, por extensión, del espacio periodístico– los argumentos, la democracia queda en jaque y se produce así un fenómeno negativo que hace de la convivencia social un bien en decadencia.
“Usado como herramienta para despreciar a los adversarios políticos o como escudo detrás del cual esconder responsabilidades y culpas, el insulto se abre paso con fuerza en el lenguaje político. La repercusión que esto tiene sobre la ciudadanía es devastadora, ya que el más fuerte no es quien razona sino el que mejor grita y ofende. El hábito se extiende gracias a la labor de los medios de comunicación y las redes sociales. Los ataques entre o hacia políticos están a la orden del día y adquieren una dimensión pública en la que cada ciudadano está legitimado a aportar su propia dosis de ofensas. ¿Sigue siendo democrática una sociedad en la que no hay espacio para el diálogo y el respeto de las demás opiniones?”. El encomillado es parte de un breve ensayo firmado por Marta Bernasconi y publicado por Dialnet en 2012. Parece escrito hoy y dedicado a analizar la creciente virulencia que los discursos políticos vienen protagonizando, en una constante y demoledora degradación del diálogo. A ese lenguaje violento adscribe, lamentablemente, buena parte de los y las periodistas que ocupan espacios en medios, particularmente en la televisión, los portales de noticias y las redes sociales.
El diálogo cargado de ironías y de insultos que protagonizaron durante la semana Juan Grabois, dirigente social kirchnerista autoproclamado precandidato a presidente para las próximas primarias, y la conductora de televisión y radio Cristina Pérez es un claro ejemplo de la degradación en el discurso de la que se habla más arriba. Quiero aclarar que tengo cierto respeto por la tarea que desarrolla Grabois en sectores marginados de la sociedad, y también señalar que no acuerdo con el abordaje que Pérez hace, en general, en su condición de periodista embarcada en una clara postura anti K. Pero vale el ejemplo de lo sucedido días atrás porque resume buena parte de lo dicho por Bernasconi. El tema del diálogo entre ambos es la cesión de tierras en una zona al sur de Mar del Plata para desarrollar allí un emprendimiento agroecológico a cargo de participantes del sector que lidera Grabois. Se aclaró que los ocupantes de ese predio (que se enfrentaron a pobladores marpatenses) son en su mayoría gente de la zona. Sin embargo, Pérez los definió como procedentes de La Matanza, lo que provocó en Grabois una reacción con creciente violencia verbal, que no ahorró insultos en un ataque contra la conductora que asombra por su virulencia. ¿Argumentos, a uno y otro lado? No. Solo insultos de una parte e ironía de la otra. Diálogo imposible.
Algo parecido sucede en otros programas, tanto de radio como de televisión. No es que comunicadores y comunicadoras disfrazados de periodistas manejen un lenguaje acorde con lo que sus audiencias merecen. Por el contrario: llegan al hartazgo. No haré nombres, pero creo que quien está leyendo estas líneas sabe bien a quiénes me refiero.
“La finalidad del insulto puede ser doble: por un lado desacreditar al oponente y avisar a los ciudadanos de la peligrosidad de la persona así como influenciar la orientación del voto –define el texto citado–; por otro lado, es una herramienta extremadamente útil para desviar la atención de un problema y para descargar culpas o responsabilidades”.
Afortunadamente, en el periodismo gráfico no se está dando el mismo fenómeno negativo. Hay más cuidado en el uso de la palabra y mayor esmero en el desarrollo de los materiales periodísticos. PERFIL es, en tal sentido, un ejemplo de lo que hay que hacer para entregar buen material a sus lectores.