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El involuntario plan de Alberto Fernández

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Fernández Construcciones. Está diseñando un nuevo e impredecible liderazgo del que dependerá su relación con Cristina. | Pablo Temes

Hay un tema del que Alberto Fernández preferiría no hablar ni que nadie hable. Se lo dice a sus colaboradores más exitistas, que le repiten anécdotas de la simpatía que hoy su figura despierta en la calle: promocionar eso le parece tan peligroso como celebrar en púbico las encuestas que comparan su alta imagen positiva con el techo de rechazo que seguiría generando su vicepresidenta.

Relación de fuerzas. Los últimos sondeos que se conocieron señalan eso.Poliarquía ubica su imagen positiva en torno al 80% y la de Cristina en 30 puntos menos. Synopsis lo muestra con un saldo de imagen positiva de 30 puntos y a CFK con un saldo negativo de 30 puntos. Aresco estima que su imagen negativa descendió de 51% al 19% en un año, mientras que su vice mantiene un 52% de rechazo.

Este hombre sabe que es tan importante mantener a una mayoría social alineada en tiempo de pandemia, como demostrarles a su principal socia política y a todo el cristinismo que él sigue alineado con la mujer que le permitió estar donde está.

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Necesita aplanar la curva del virus y no permitir que crezca la de los conflictos internos.

La pregunta de albertistas y cristinistas es si, cuando esta pesadilla termine, Fernández habrá consolidado esa imagen actual y si ese nuevo liderazgo cambiará la relación de fuerzas dentro del oficialismo.

El Presidente no quiere hablar, ni que nadie hable, de los sondeos que resaltan su buena imagen y la imagen negativa de CFK 

En su reportaje con Jorge Fontevecchia de hace dos semanas, el mandatario citó a Ortega y Gasset, al decir que “uno es uno y sus circunstancias”, al punto de sentir que él es “más hijo de la cultura hippie que de las 20 verdades peronistas”.

“Ella”. La frase completa del filósofo español es: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo” (Meditaciones del Quijote, 1914). Creía que el hombre es hacedor de sí mismo y el que debe darle sentido a su circunstancia. “Ella” es la circunstancia a salvar, que es como salvarse a sí mismo.

En el caso de este hombre, “ella”, su circunstancia, fue la de haberse convertido en candidato a presidente porque quien tenía la mayoría de los votos estimó que perdería si encabezaba la fórmula y fue la de enfrentar a un candidato como Macri que concluía una gestión crítica. Su circunstancia también es esta pandemia mundial en la que le toca liderar a una sociedad atemorizada.

Pero en su caso, el “si no la salvo a ella, no me salvo yo” de Ortega y Gasset puede adquirir una interpretación lineal. Para Alberto, Cristina Kirchner es “ella” y es la “circunstancia” a la que salvar. Es entender que si no la salva a Cristina, le puede resultar difícil salvarse él.

Lo cierto es que, incluso más allá de lo que él prefiera o de cuál fuera su plan, desde el día en que comenzó de verdad su presidencia (el 19 de marzo al decretar la cuarentena obligatoria rodeado de oficialistas y opositores) su circunstancia es la construcción de un nuevo liderazgo.

A un mes de la asunción. Quien asumió el 10 de diciembre era un eslabón importante de un frente electoral, pero no la pieza clave. Durante la campaña y en los primeros meses de gestión, intentó construir una voz-síntesis de las voces de esa alianza: más dura de lo que hubiera preferido, más dialoguista de lo que los cristinistas pretendían.

Una cruza de pragmatismo y dogmatismo que intentaba construir un término medio en la interna oficial y que a diario le requería esfuerzos conciliatorios que complicaban la gestión: medir cada palabra, contener al albertismo para no entrar en conflicto con los cristinistas y a estos para que se encuadren bajo su mando. Esa búsqueda compleja y artificiosa incluía exagerar a cada instante su diálogo y acuerdo con Cristina.

En cambio, el vértigo de la realidad a partir del 19 de marzo volvió inviable esa táctica política. Fueron otra vez las circunstancias las que, con implacable naturalidad, transformaron esa voz-síntesis en  voz propia. En un estado de excepción como el que plantea la guerra al coronavirus, ya no quedó tiempo para preocuparse tanto por las sensibilidades internas ni hubo voces disidentes que parecieran volver a cuestionarlo.

Desde que comenzó de verdad el mandato de Alberto Fernández, él y sus circunstancias construyen un nuevo liderazgo que tomará del que fue, pero será otro.

En aquel reportaje, Alberto mostró, no tan entrelíneas, por dónde va esa nueva construcción en relación con Cristina. Cuando se le preguntó si ante algunas decisiones piensa qué hubiera hecho Néstor Kirchner o qué haría Cristina cuando no la tiene al lado para preguntarle, se referenció solo en uno de ellos: “Estoy seguro de que Néstor estaría muy contento con lo que estamos haciendo. También estaría contento con esta lógica. Mi lógica de diálogo no era distinta en Néstor. Néstor era igual”. Sobre Cristina dijo que “a veces tengo una flexibilidad que a ella le cuesta”.

Soy Néstor. Referenciarse en Néstor Kirchner le permite separarse de su ex jefa, pero corporizando las diferencias en un ser incuestionable para el cristinismo. Son muy debatibles los atributos de pragmatismo y dialoguismo con los que Alberto catectiza al ex presidente, pero son con los que ahora necesita identificarse.

Ni él ni nadie sabe qué Alberto Fernández saldrá después de esto. En tiempos así, el único plan que puede tener es el que se hace al andar.

Desde que empezó de verdad su gobierno el 19 de marzo, pasó de ser una voz-síntesis a tener una voz propia

Por ejemplo, así como Néstor y Cristina descubrieron los derechos humanos al asumir, él descubrió una relación con la mística y con el Papa que nunca le interesó tener. No se sabe si es un cambio profundo o táctico, pero en términos políticos implica lo mismo: la construcción de un liderazgo que comparte las creencias conservadoras de la mayoría (dice que a la noche le pide a Dios por Francisco y cuentan que llora al rezar), aunque desde una óptica liberal que comparte con sectores cada vez más importantes (y lo hacen sostener la despenalización del aborto).

Todos los Albertos. Este tipo de construcción no es lineal, ni siquiera voluntaria. Es producto de relaciones complejas, de interacciones sociales, de la suerte. No hay plan capaz de contenerlo, de darle previsibilidad.

Sartre decía que “cada hombre es lo que hace con lo que otros hicieron de él”. Alberto es lo que hace con aquello que los demás hicieron de él. Los demás son los hippies, las 20 verdades peronistas, Néstor, Cristina, el dogmatismo de la modernidad, el relativismo posmoderno, lo que dejaron el kirchnerismo y el macrismo, la grieta y el hastío de la grieta, un papa del fin del mundo, la pandemia.

Interpretando a Sartre, el mejor José Pablo Feinmann, el profesor de Filosofía, explica: “Desde que nacimos usamos palabras que no son nuestras. Creemos que tenemos un lenguaje propio, pero no lo tenemos. Nos condiciona el lenguaje, también el entorno sociopolítico, el inconsciente. Pero en algún momento nos vamos a tener que hacer responsables de nosotros mismos, porque somos lo que elegimos ser. Entonces vamos a tener que decir una palabra nueva, una palabra que sea nuestra y esa va a ser nuestra libertad”.

Alberto Fernández será lo que él, sus circunstancias y los demás sigan haciendo con él. Pero en algún momento tendrá que hacerse responsable de sí mismo, como síntesis de todo lo demás y construcción de un liderazgo nuevo. La declaración final de su libertad.