Siento que lo que tengo que hacer hoy es explayarme acerca de los linchamientos. Sí, nosotros, los que jamás patearíamos en la cabeza ni en ninguna otra parte de su cuerpo a un tipo caído, nosotros también los sufrimos. No somos usted o yo o la señora que vive enfrente o el señor que pasa apurado por mi vereda. Somos todos, porque el cuerpo social está enfermo, ese cuerpo que se nos viene abajo mientras suena en nuestros oídos una dulce música cuya letra, poética, profunda, colorida, nos asegura que podemos quedarnos tranquilos porque todo está bien, somos felices, ricos y bellos. No tenemos problema alguno y si bien hay gente mala que dice cosas feas de nosotros, nosotros sabemos que están mintiendo y seguimos acunados por la canción, trabajando, estudiando, inventando, investigando, componiendo novelas, sonetos, sinfonías, cuadros maravillosos. ¿A qué preocuparse, entonces? Sigamos así y no hagamos caso de nada, salvo de nuestra suerte.
El cuerpo social sufre mientras tanto, pero nosotros no tenemos nada que hacer con eso. ¿Qué vamos a hacer? ¿Salir a la calle a gritar? No, eso es de mal educados. Ya sabemos, enfermedades hay por todas partes y, entonces, ¿cómo ese gran cuerpo no se va a haber pescado alguna peste? Tiene, el cuerpo, el grande, enferma la cabeza y el corazón. La cabeza no le funciona o por lo menos, si funciona, lo hace a tuertas y mamertas. ¿No tendrá razón la cabeza? Ya sabemos que no: vamos, preguntémosles a los que saben y nos van a decir con una sonrisa que todo está bien. Y todo lo está. Pero entonces tendremos que ver qué es lo que pasa con el corazón. ¿Tiene ese gran cuerpo el corazón enfermo? No, claro que no. Y sin embargo algo le pasa. No sé muy bien qué es pero no hay duda de que a veces lo asalta la arritmia y el corazón siente que no va a poder seguir trabajando.
Cabeza y corazón enfermos, ojos casi vendados. Tenemos que hacer algo. Algo pensado cuidadosamente. Si a usted se le ocurre algo, avíseme, por favor.