Vi The Social Network Reconstructed, la película de Fincher recompaginada prolijamente para que los hechos queden presentados en orden cronológico. A alguien le pareció que era mejor así, la arregló y la puso en internet. Se equivocó. Es muy interesante al principio, pero al final, obviamente, se cae a pedazos. La versión es un experimento respetuoso que, en el peor de los casos, no le hace daño a nadie, pero es también en algún sentido la “versión Facebook” de la película de Facebook, existe sólo porque puede, exhibe el grado de hubris y compulsión de alguien que desarma todos los aparatos de su casa porque le regalaron muchos destornilladores.
Por un procedimiento similar, la campaña electoral de Roy Cortina, diputado socialista, es también la versión Facebook de una campaña electoral. Cortina aparece rodeado de adolescentes, portando celular, y enumera en un supuesto argot de redes sociales lo que uno debería hacer con el socialismo: conectarse, agregarse y etiquetarse a él. “Etiquetate al socialismo”, dice, no se sabe ni en qué idioma. Publicitarios anormales hubo siempre; como con la película reordenada, lo extraño no es la publicidad en sí, sino el contexto, que alguien haga eso mientras la política se autodestruye. Cito mi línea favorita de la película de Fincher: “¿Y memorizaste todo eso en vez de hacer qué cosa?”.
En La ilusión de internet, el lado oscuro de la libertad en las redes, Evgeny Morozov se le anima a una contradicción perturbadora: el poder democratizador de internet es tan innegable como la persistencia de regímenes autoritarios en Irán, Corea del Norte o, ejem, Argentina. Conviven perfectamente, algo calculamos mal en nuestro entusiasmo libertario de los 90. Morozov, que nació en Bielorrusia, describe en detalle cómo durante años, alentado por ese mismo entusiasmo, recorrió la ex Unión Soviética reuniéndose con bloggers y activistas, y su desazón posterior al ver cómo el gobierno ruso aprendía a hacer lo mismo con más recursos, compraba muchos más activistas para difundir propaganda, trollear redes sociales y extraer información sensible. Describe un panorama desolador, como si el banquete en honor a Vaclav Hável se lo hubiera terminado comiendo Artemio López.
Morozov es pesimista y algo paranoico, pero por suerte no se pasa de rosca. Evita la conclusión intuitiva –y falsa– de que si internet no sirve para lo que uno quiere es porque no sirve para nada: “Es un error pensar que el autoritarismo depende exclusivamente de la fuerza bruta. La cultura, la historia, el nacionalismo y la religión son fuerzas relevantes que, con o sin internet, dan forma a los autoritarismos modernos. No hay por qué suponer que bajo la presión de la tecnología este conjunto de fuerzas complejas va a evolucionar en un sentido único, más libre, más descentralizado, más conducente a la democracia. Internet es importante, pero no sabemos para qué es importante, y esto la hace paradójicamente aun más importante: el costo de equivocarnos puede ser grave. ¿Cuán difícil es imaginar una red como Facebook revelando información privada de activistas en Irán o China, o alertando a gobiernos totalitarios de conexiones secretas entre activistas y sus aliados en otros países?”.
La respuesta a esta última pregunta es: ni siquiera hace falta tanto. La obtuve esta semana en Facebook, más precisamente en las páginas de usuarios kirchneristas de Morón, que las usan para perseguir comerciantes. Las fotos y direcciones de panaderías y kioscos aparecen acompañadas de descripciones como: “Los dueños son gorilas, tanto la vieja como el yerno”, “yo los conozco, son basura”, o “este kiosco no acepta billetes de Evita”. La agrupación Kastelar Cristinista pone “me gusta” en todas y promete ocuparse de los transgresores. En algo tiene razón Morozov: saber que uno puede seguir la masacre en Facebook es un avance, pero no resuelve más que eso.
*Escritor y cineasta.