Tal vez tenga algo de razón Duran Barba cuando dice, aunque no lo diga así, que votamos como idiotas, como los descerebrados que somos. Que no pensamos ni elaboramos ni seguimos convicciones, que no leemos ni comprendemos textos complejos o un tanto extensos; que votamos al tuntún, por impulsos contingentes, o impelidos por sentimientos eventualmente duraderos de simpatía o antipatía (a veces disimulados detrás de supuestos valores).
A mí, en lo personal, me interesan los que votan solamente buscando que algún otro no gane y no suba. No afirman, solamente niegan, o afirman pero por default, digamos que resignadamente. Pienso en ellos a menudo y busco su conversación. Pero pienso, sobre todo, en el día mismo de las elecciones. Porque su propósito de votantes, el objetivo de su sufragio, se alcanza ese mismo día. Ya está, ya lograron lo que querían, no tienen nada más que esperar.
Y no obstante, a continuación, vienen largos cuatro años, un tiempo en el que quienes ganaron tienen que gobernar el país. ¿Cómo los vive el que los votó tan solo para cerrarles el paso a otros? ¿Cómo vive todo ese tiempo, que probablemente ni consideró? Sé de alguien que se casó con B. tan solo para sacarse de la cabeza a A. Creo que entiendo, que entiendo perfectamente, una decisión de esa índole. Entiendo el día mismo de la boda, el arroz, las latas en el paragolpes del auto. No deja de intrigarme, empero, el día a día de esa vida que viene justo después. Cómo se sostiene ese continuo de ausencia en el trato cotidiano, cómo se forja y se sostiene ese olvido, cómo puede mantenerse tan largamente ese “no”.