Aun en esos días en los que uno piensa que no va a pasar nada, hay sorpresas. Este último 25 de diciembre, bajo la cúpula gris de una Navidad lluviosa, chirle e insonora, me pasaron un libro blanco, como el álbum de los Beatles. Un libro de poemas cargado de poesía para resistir mucho tiempo. El libro se llama El núcleo de la tierra y es de Eloísa Oliva, una poeta que vive en Córdoba.
En la tapa –blanca– hay solo seis pequeños picos montañosos como toda ilustración. Pienso en la gente que escala montañas sin tener una soga que los proteja. Primero lo hacen con picos y arneses para buscar la ruta adecuada, después se largan solos. Un error es una caída que puede significar la muerte. Cuando uno escribe un poema hay algo de eso, primero se escala con sogas, se prueban tentativas de versos, se corrige. Después se escribe sin sogas y un error, una palabra de más, un tono opaco y el poema muere. Oliva sale airosa de todas las escaladas: “Una casa de cristal, señor/ dame una casa de cristal./ Dame, señor, una casa/ liviana, que brille/ con el sol./ Una casa/ sin peso, sin historia,/ de la que no/ pueda/ escapar,/ de la que no/ quiera/ escapar./ Dame, señor,/ una casa que no sea frágil/ y que no importe/ cuando se rompa”. Este poema me hizo llorar porque en su perfección tocó algo muy íntimo de mi pequeña aventura vital.
Otro: “Este día/ piel de Lobo, todo podría desaparecer y yo/ me quedaría”. Versos alejados de la poesía que se fabrica en Instagram, tan narcisista.
Oliva está parada en el núcleo de la tierra con los pies descalzos.