Conocemos las calamitosas dificultades que presentan las tesis de doctorado académicas para transformarse en un libro. Los libros están para ser leídos, las tesis para ser aprobadas. Sobre el libro operan los poderes de la lectura, los del deseo, la arbitrariedad, el comentario y la hermenéutica. La escritura de la tesis está sometida a la fatalidad de la autoridad racional-legal, al funcionamiento de la ciencia normal, a la legitimidad del aparato bibliográfico, y a la ubicación en la carrera académica. Razón y modernidad. Gino Germani y la sociología en la Argentina, de Alejandro Blanco, “versión corregida de una tesis doctoral” recién editada como libro por Siglo XXI, no es ajeno a estas tensiones.
El campo de batalla donde se juega esa resistencia es la escritura. Las tesis no están escritas, están redactadas. Los agradecimientos del libro de Blanco comienzan con esta frase: “Este libro es una versión…”. Damos vuelta la página, y la introducción empieza con esta frase: “Este libro estudia…”. Todo ocurre como si Blanco quisiera recordarnos que estamos frente a un libro, como si el propio autor sospechara de que su texto original pone en duda ese sustantivo. De hecho, el libro está recorrido por verdaderas invocaciones metafísicas, tales como “como intentaré probar”, a lo que se les suma un conjunto de “en primer lugar”, “en segundo lugar”, “por lo tanto” y “como hemos visto” (a veces pienso que reclamarles estas cuestiones a los sociólogos es un ejercicio entre ingenuo e inútil, como si la sociología se hubiera despedido hace tiempo de la buena escritura, de la escritura tout court, y no registrase que parte del éxito de los grandes autores de ciencias humanas, de Marx a Freud, reside en la seducción de su pluma).
Mediocre importador del método científico aplicado a las ciencias sociales, el logro de Germani consistió en derribar una gran tradición (la del ensayo de ideas, a lo Martínez Estrada) para instaurar una disciplina académica, pseudocientífica, de influencia funcionalista; una verdadera ciencia del control social. Con Germani, el científico reemplaza al intelectual crítico, y el paper académico al ensayo. Este es el modo en que habitualmente se describe a Germani, y Blanco no lo desmiente. De hecho, es evidente que lo más interesante de la historia de la sociología argentina ocurre en los momentos en que se escapa de esa herencia, en los que la desafía o en los que, simplemente, la ignora.
Sin embargo (la sociología enseña que siempre hay un “sin embargo”), hay en el libro una posición de autor, una mirada (la de Blanco) que linda lo extraordinario. El talento de Blanco reside en contar otra historia sobre Gemani. Blanco dedica un tercio del libro a armar, de modo minucioso, el relato del Germani editor. Y de golpe descubrimos al editor de la segunda línea de la Escuela de Frankfurt, del Miedo a la libertad, de Fromm, y de El peligro de ser gentelmen, del hoy injustamente olvidado Harold Laski. Un Germani que dirige colecciones en las editoriales Abril y Paidós, que abre su catálogo a la psicología (e incluso al psicoanálisis), a la antropología de Margaret Mead y a la filosofía política de Raymond Aron.
La edición es una forma subrepticia de opinar sobre el presente (la opinión siempre incluye una cuota de desmesura) y un editor es una figura multifacética. Por un lado, avatar sofisticado de la tradición del malabarismo de feria; por el otro, también es un intelectual. Germani: un intelectual, pese a él. Porque lo que describe Blanco es la historia de un malentendido, de un desajuste entre Germani y su herencia canonizada. ¿Por qué no pensar el libro de Blanco como una introducción al malentendido? La sociología escribe siempre en contra del malentendido, lo social no puede ser producto de esa causa. Ese es el límite de las ciencias sociales. Su impensado. Pero, ¿por qué no invocar el nacimiento de la sociología en la Argentina como producto de un malentendido inicial, que aún no ha terminado de aclararse y que probablemente nunca se haga?