Jorge Brito fue el más político de los empresarios a la par de Héctor Magnetto. No por casualidad David Martínez, el méxico-norteamericano dueño de una parte de Telecom y de la minoría de Cablevisión antes de la fusión de ambas empresas, eligió a Jorge Brito para que lo acompañara siendo socio de su parte en Telecom/Cablevisión, fusionadas ya con Clarín, como socio mayoritario de ambas. David Martínez intuyó que precisaba un empresario político a su lado para poder discutir en los mismos términos con Héctor Magnetto. “Ahora entendí para qué David me pidió que lo acompañe”, me dijo una vez. Durante el macrismo –en alguno de los almuerzos que mantuvimos dos veces por año desde 2002– me dijo que le había transmitido a David Martínez su convencimiento sobre que Cristina Kirchner nunca iba a ir presa, no siendo esa, por entonces, la opinión de los otros socios.
Brito no tenía inconvenientes en hacer públicas sus opiniones y era el empresario que más declaraciones hacía en los medios. La foto de esta columna es del primer reportaje largo que yo le realicé en abril de 2007, donde posa con una bandera de Lenin de la ex Unión Soviética. La bandera solo venía a cuento de que él era uno de los diez empresarios que integraban el Consejo Empresario Ruso-Argentino, junto a Bulgheroni, Eurnekian, y Amalita Fortabat, entre otros, del que entre 2002 y 2006 yo fui secretario porque Editorial Perfil tenía por entonces una publicación en ese país. Pero el gesto transgresor de fotografiarse con esa bandera, al que no se hubiera animado casi ningún otro gran empresario argentino, lo pinta de cuerpo entero.
En ese reportaje no tuvo empacho en decir: “Prefiero a Néstor Kirchner que a Cristina”, meses antes de que fuera electa presidenta, porque “Néstor pega primero pero después negocia”. Lo más importante para un obituario profundo no es recordar sus declaraciones sobre la coyuntura política de cada momento, como recientemente sobre el impuesto a la riqueza o el caso Ciccone, sino prestar atención a lo que el ascenso de Jorge Brito a mayor banquero de la Argentina dice de nuestro país y su historia reciente. Jorge Brito como pintura de nuestro tiempo.
Hay dos respuestas de aquel reportaje que nunca olvidaré: que no envió a sus hijos a estudiar al extranjero porque lo que enseñan en las universidades de los países desarrollados no siempre se aplica a la Argentina, y como ejemplo práctico, que si él fuera japonés en lugar de argentino, estaría preso en lugar de ser el dueño del mayor banco del país; no se refería necesariamente a prácticas ilegales, sino a que lo normal financieramente en la Argentina resulta impracticable en economías estables.
Jorge Brito funda su primera financiera en la década de los 70, y toda su carrera se realizó durante los cincuenta años de la decadencia argentina. Hasta comienzos de los 70, antes de la debacle del gobierno peronista iniciado en 1973, la Argentina todavía sostenía tasas de crecimiento comparables con las de Australia y Canadá.
Es conocida la broma sobre que la sigla del Banco Macro es el acrónimo de “Muy Agradecidos Celestino Rodrigo”, por el ministro de Economía de Isabel Perón que produjo la crisis del Rodrigazo en 1975. Banco que Jorge Brito les compró a funcionarios radicales en medio de la crisis económica del gobierno de Alfonsín en 1985. Claramente Jorge Brito supo leer antes y mejor cada una de las recurrentes crisis económicas del país y crecer no solo a pesar de ellas, sino con ellas. Oportunidades que en países como Japón, para seguir su ejemplo, no se hubieran producido.
Luego supo aprovechar la crisis del Tequila, que dejó en evidencia la deficitaria administración de muchos bancos provinciales, para comprar los de Salta, Jujuy, Misiones y Tucumán en su proceso privatizador. Lo mismo con la crisis de 2001/2002, Brito vuelve a aprovechar una crisis para comprar bancos privados en dificultades, progresivamente Bisel, BanSud, Suquía y Scotia. Así, a lo largo de casi cinco décadas aquella pequeñísima financiera Anglia, que fundó en 1976 con cinco mil dólares propios y otro tanto de su cuñado, se convirtió en el mayor banco privado de la Argentina.
En uno de esos almuerzos Jorge Brito me dijo que había un solo puesto que nunca delegaría en el banco: el de jefe de crédito, porque él sabía mejor que nadie a quién prestarle y a quién no, o sea con quién correr riesgo: “Riesgo es el corazón del banco”, dijo. Y la palabra riesgo, crediticio, empresario, político o físico, define la carrera de éxitos de Jorge Brito. Él, como dicen que hacía el corredor Juan Manuel Fangio cuando había un accidente en la pista, aceleraba cuando los otros sacaban el pie del acelerador. Siguiendo su ejemplo: en Japón hubiera chocado.
No fue mencionado en ninguno de sus obituarios, pero Brito estuvo detenido brevemente durante la dictadura militar, probablemente por ir financieramente demasiado rápido en la época de la “tablita” del ministro Martínez de Hoz cuando siendo un veinteañero, en solo dos años, ganó su primer millón de dólares. Haber sobrevivido a situaciones difíciles debe haber potenciado la autopercepción de Jorge Brito como experto en riesgo. La célebre tesis del economista Frank H. Knight publicada en 1921 bajo el título “Riesgo, incertidumbre y beneficio” explica el papel social de los empresarios por ser buffers de riesgo. Son los que absorben el riesgo al que la mayoría de las personas tienen aversión. Brito no hizo las crisis de Argentina, las crisis de Argentina hicieron a Brito.
Finalmente, su respuesta en aquel reportaje a por qué era un especialista en crisis: “Es como cuando se le pierde el miedo a la pelota, se patea al arco y entra. Muchos futbolistas tienen miedo de patear, que no entre y lo silben. Pero el que pateó y la metió pierde el miedo. Lo mismo pasa con la crisis, cuando se supera una y otra, ya no se le tiene miedo. No se pierde, todos tenemos miedo, pero es un umbral de temor distinto”.
Magnetto, de la misma generación y el mismo coraje, queda más solo en el pequeño grupo de verdaderos tomadores de riesgo.