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Trípode: los dos Fernández y Massa en el Congreso.
Trípode: los dos Fernández y Massa en el Congreso. | Prensa Senado

El disenso es la norma. El consenso es la excepción. Siempre es más fácil construir identidad política en el disenso y mucho más difícil gobernar democráticamente con él. Ya no es más el mundo Laclau, donde se podían crear subjetivaciones colectivas que ontologizaban ideas como verdades. Dependiendo la ideología, la denuncia de “dominación de la inteligencia colectiva” del marxismo o el empoderamiento del “movimiento obrero” del peronismo. Hoy la inteligencia colectiva la canaliza Google, y el movimiento obrero organizado representa apenas un tercio de las personas que trabajan en Argentina. La estructura aporética de las ideologías fuerza del siglo XX se basó en una promesa emancipadora e igualitaria que el tiempo demostró inconsumable. Las formas políticas radicalizadas, tanto de derecha como de izquierda que caracterizaron el siglo XX ya no se adaptan al capitalismo tardío del siglo XXI.

La coalición gobernante nació como un proceso de desidentificación del kirchnerismo expresado en “volver mejores”

La poetización del trabajo trascendiendo el ámbito material e individual para pasar a constituirse en clase fue arrasada por sucesivos cambios de época. El kirchnerismo quizás fue un último “acontecimientos del habla” en el sentido de Jaques Rancière (“la captación de los cuerpos hablantes mediante palabras, que los arrancan de su lugar, que trastornan el orden mismo que colocaba a los cuerpos en su lugar”). 

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Pero ese sensorium sigloventista atrasado, hipermoderno en un mundo posmoderno, no podía vencer el paso del tiempo. Esa escenificación de un nosotros como pueblo todo estaba en colisión con la propia fragmentación de las audiencias por cuestiones de las nuevas tecnologías del habla.

La coalición gobernante nació como un proceso de desidentificación del kirchnerismo sintetizado en “volver mejores”, o sea, “volver otros”. Y ese esfuerzo de amalgamamiento de lo diverso, tan exitoso como fuerza electoral bajo el explícito nombre de Frente de Todos, se tornó indiscernible como coalición gobernante. Meramente comprensible en su continua necesidad compensatoria: si se castiga a quienes menos tienen eliminando un cuarto IFE, simultáneamente se busca aprobar el impuesto a las grandes fortunas.
Paralelamente, los cuatro años de macrismo produjeron una reestructuración del campo sensible. Junto al fracaso económico de Macri se consolidó un rechazo a la figura de Cristina Kirchner. Su derrota económica no impidió un triunfo cultural al instalar la idea de kirchnerismo como sinónimo de antirrepública que se expresa en el rechazo de una parte de la sociedad a casi cada medida del Gobierno. Un ejemplo donde se muestra el carácter visceral de ese sentimiento es la vacuna rusa Sputnik 5: según el estudio de la consultora Synopsis, no le genera ninguna confianza al 24% de quienes votaron por Alberto Fernández y al 37% de quienes votaron por Lavagna, mientras que sube al 62% entre quienes votaron por Macri, al 66% de los de Gómez Centurión y 76% de los votantes de Espert.

La dificultad de implementar el “vamos por todo” del kirchnerismo de la segunda presidencia de Cristina Kirchner reside en la esencia inmanente de la democracia como teoría del poder. Hay distintas formas de validación del ejercicio del poder: por herencia, por la fuerza. Pero la democracia justamente es un modo especial de legitimación entre iguales: no puede imponerse por la fuerza sin dejar de ser democracia. Precisa de cierto consenso. Por el camino inverso al kirchnerismo, el de una neurosis inhibitoria, Macri tampoco buscó el consenso y su fobia a lo otro llegó al punto de culpar de su fracaso a quienes eran los encargados de generar puentes con la oposición: Monzó, Frigerio y Masot, proyectando en ellos su propia incapacidad.

Las dos coaliciones enfrentan hoy simultáneamente el problema del disenso intra-coaliciones e intercoaliciones, solo que a quien le toca gobernar esto se hace más evidente por la propia acción de producir nuevos y continuos motivos de disenso. La palabra actuar encuentra su origen en la palabra griega árjein, que significa comenzar, sinónimo de conducir: no hay forma de gobernar sin tomar la iniciativa.

Cuando se le pide a Alberto Fernández que sea el conductor, el que comienza, reduciendo el papel de Cristina Kirchner al de una clásica vicepresidenta, se comete el error de reducir la política a lo estatal. Al pedir Cristina Kirchner en su carta que integren un eventual acuerdo nacional los medios como una categoría en sí misma, y no los petroleros, los banqueros o los supermercadistas, por ejemplo, englobados dentro de la categoría empresas, claramente no reduce la política a lo estatal.

El proceso de desidentificación del kirchnerismo del Frente de Todos probablemente sea impracticable y ese mismo “todos” que electoralmente es más que la suma de las partes en el Gobierno termina siendo menos que cada una de las partes solas.
El disenso dentro de la coalición gobernante encontraría su cenit en una eventual derrota en las elecciones de octubre próximo. Si la economía no lograra mejoras sustanciales y el apoyo inicial a la lucha contra el coronavirus se convirtiera en un doble rechazo a la gestión de gobierno, escenario no solo posible sino también probable, el disenso interno en la coalición de gobierno crujirá muchísimo más de lo que hoy ya se alcanza a percibir solo por el acercamiento del ministro Guzmán a cierta ortodoxia económica.
Como sostiene Rancière: “El disenso implica aceptar que no hay realidad objetiva que obligue. (...) El consenso no es el hecho de que estemos de acuerdo. Como modalidad de gobierno, el consenso es el hecho de que no podemos no estar de acuerdo”.
Que la coalición gobernante tenga disensos es normal, pero para gestionar el gobierno deben saber que no pueden no estar de acuerdo. O fenecerán. 

Consenso no es el hecho de que estemos de acuerdo. Sino el hecho de que no podamos no estar de acuerdo

Hay en la oposición quienes creen que el peronismo enfrentará en 2021 el riesgo de repetir la experiencia del radicalismo en 2001: un  fracaso de tal magnitud que lo condene a la diáspora con desmembramientos que le lleven más de una década recomponer.
Del continuo flujo de disensos y consensos se hace la política. La decadencia de las últimas décadas no podría no haber ensanchado la grieta de los disensos a un punto en el que todos los sectores terminarán por descubrir que ya no podrán no estar de acuerdo.