Que en la Argentina hay mucha gente enojada con el Gobierno, no es novedad. Que la mayor parte de esa gente no se siente representada institucionalmente, no es novedad. Que la clase media puede ganar la calle y producir hechos políticos relevantes, no es novedad. Que el Gobierno tiende a minimizar el impacto de la protesta mientras la sociedad lo pone en valor, no es novedad. Que las manifestaciones en todo el país no se enfocan en un tema puntual –sobre todo, no en uno económico– sino más bien en aspectos institucionales, no es novedad. Lo novedoso es que esta expresión de malestar encuentra al Gobierno más débil que en otras ocasiones: va perdiendo la iniciativa ante la sociedad.
No le sería fácil al Gobierno movilizar a cientos de miles de personas para producir una réplica al 18A. La calle ha sido ganada por los ciudadanos que no están de acuerdo con el Gobierno. Los sindicatos –débiles electoralmente pero fuertes en organización y capacidad movilizadora– no estarían disponibles para respaldar al oficialismo, y en algunos casos ya acompañan a los manifestantes. El respaldo popular ya no es el mayor recurso político del Gobierno, que depende cada vez más de su mayoría legislativa y del aparato y los recursos del Estado para avanzar con sus proyectos.
El perfil de los manifestantes que expresan el clima opositor en la Argentina de hoy es predominantemente de clase media, pero dentro de un amplio espectro. Los estudios de opinión sugieren un mayor debilitamiento del Gobierno en las clases más pobres que en el resto de la sociedad, donde retiene voto de clase media más ideológico que temperamental (en las clases bajas el voto ideológico es mucho menos decisivo). En la Argentina es muy difícil concebir un triunfo electoral sin una de dos condiciones: o una coalición de votantes de amplísimo espectro o una fortísima mayoría del voto de abajo. El kirchnerismo, cuando fue exitoso, empezó sosteniéndose en la primera y terminó dependiendo de la última. Hoy, aunque en las encuestas no se lo ve mal, surgen dudas sobre ambas condiciones.
La gente en la calle no se traduce en votos. La dirigencia política no lidera, como mucho acompaña, y lo hace tanto menos cuanto más definidas están las demandas de los ciudadanos. Acompañar el 18A fue más fácil para muchos dirigentes porque la protesta careció de mensajes definidos. No hay un mensaje electoral producido desde las calles el jueves, aunque hay un fuerte mensaje de clima anti oficialista.
Para triunfar en las urnas hace falta más que eso, y difícilmente podrán producirlo miles o millones de personas espontáneamente. Hace falta organización para la comunicación política –algo que excede a candidatos autoproclamados y asesores de estrategia y táctica comunicacional–; y un menú de oferta de candidatos claramente posicionados en las percepciones de los votantes (candidatos que se miran menos en el espejo o hablan con sus amigos, y están más preparados para sintonizar con las expectativas de los ciudadanos cuyos votos esperan obtener).
La Argentina es una sociedad dividida no sólo porque el actual oficialismo busca dividir y porque hay gente kirchnerista y gente opositora. Mucha gente no es ni kirchnerista ni antikirchnerista. ¿Cómo entender, de otro modo, que los dos políticos con mejor imagen en la opinión pública son Scioli y Massa, que no son ni del todo oficialistas ni del todo opositores? ¿Y que los que siguen después de ellos –además de la Presidenta y de su cuñada– son Binner y Macri, los dos opositores que la gente ve como menos “opositores”? La sociedad no busca reforzar la confrontación. Eso ha jugado a favor del Gobierno, el único que presenta una oferta definida, cuyo contenido, y “equity”, están claros. Pero puede estar convirtiéndose en la mayor debilidad del Gobierno, porque cada vez más lo único que ofrece es confrontación, y sus respuestas a los problemas son cada vez menos efectivas y aceptadas. Tampoco busca la sociedad el despliegue de dispersión y de ambigüedades que se registra desde los espacios opositores.
El 18A reitera y confirma que hay una fuerte base ciudadana disponible para un voto alternativo, y que en ese clima opositor se cultivan expectativas de consolidación del orden democrático, división de poderes y no reforma de la Constitución, que este gobierno no está satisfaciendo. El 18A confirma también que a ese núcleo más duro de coincidencias se suma el malestar ante la inseguridad, los déficits operativos del Estado, las falencias en la atención de los asuntos públicos. Todo eso configura un potencial político bastante impresionante. Falta saber cómo se traducirá eso en una oferta política competitiva.
*Sociólogo.