Hay trabajos, amistades, moneda o hasta audiencia virtual. Ese entramado de relaciones sociales que alude a la posible existencia de múltiples universos paralelos que hacen difícil la distinción de “lo real” y lo virtual se denomina como “metaverso”.
Hace exactamente un mes, el exministro Martín Guzmán desencadenaba una tormenta sobre la errática administración de Alberto Fernández que por momento pareció “perfecta”. El 30 de junio, luego de obtener la “foto” del primer semestre para mostrar a las autoridades del FMI, le comunicaba a su entonces jefe que la única forma de seguir en el cargo era tener bajo su responsabilidad dos áreas que se le habían negado: la energética y las monetaria.
La negativa al pedido o la fatídica aplicación del ya tradicional “lo vamos viendo” motivaron la mediática renuncia del economista, ahora convertido en chivo expiatorio para el vértigo devaluatorio e inflacionario de julio. En cualquier otro sistema económico, ambas áreas no necesariamente dependen del responsable de la hacienda pública, pero sí están coordinadas. La importación de energía terminó jaqueando las pocas reservas que el Banco Central consiguió acumular. La política tarifaria, tampoco dependía en los hechos de Guzmán: tuvo que implorar despidieran a quienes defendían el atraso continuo de los precios de los servicios públicos. Este territorio estaba reservado para el poder vicepresidencial, que en el reparto del poder inicial conservó para sí todos los enclaves de gasto o generación de recursos, llamadas “cajas” en el argot político que supimos construir.
El otro flanco en el que poco pudo hacer y pidió más pista fue la fijación de ciertas pautas monetarias. Otra vez, las efectividades conducentes fueron sutilmente dejadas de lado.
La prueba de la mala praxis de esta desconexión fue cuando el 9 de junio la empresa estatal que debía pagar embarques de gas licuado para hacer frente al previsible pico de demanda invernal salió a liquidar sus fondos pulverizando las cotizaciones. Ambas facetas deficitarias en cuanto a gestión estatal forjaron una pesadilla para el Gobierno: la combinación de tarifas irrisorias con un tipo de cambio deliberadamente retrasado (al menos la mitad de la inflación en el último año y medio) convirtieron a la energía de exportador a importador neto y de motor de inversiones a demandante de fotos para subsidiar la luz y el gas básico universal.
La crisis de financiamiento del Tesoro cerró uno de los pocos caminos que le quedaban para seguir tapando el agujero fiscal, cada vez más preocupante. Desmitificaba así la teoría que era más benigna la deuda en pesos que en dólares: pasando el punto de saturación, parece ser que la velocidad hacia la crisis es mayor en el mercado local.
Todas estas facetas fueron pavimentando el camino a la renuncia del anteúltimo ministro de Economía de Alberto Fernández. Difícilmente un cambio de nombre hubiera podido solucionar el enjambre de regulaciones, controles, cotos privados de poder en un laberinto donde cotiza más el poder que el resultado. La inestabilidad se percibió como pocas veces en tres mercados: el de bonos (porque crecía la probabilidad de otro default), el cambiario y el de bienes, con alzas de precios que pretendían no perder contra el dólar o previniendo controles. También demolía otro mito nacional: el dólar “blue” es un mercado tan chico y manipulable que no hay que tomarlo en cuenta. Nunca un precio tan insignificante produjo tanto daño…. Pero en el fondo es desnudar la impotencia de querer fijar precios y cantidades al mismo tiempo. Facilita la importación de energía en un mercado que no sincera sus costos, pero desalienta las exportaciones del complejo agroindustrial o al menos las ralentiza esperando otros vientos.
Todos estos movimientos pudieron haber generado el último cambio y reorganización hace cuatro semanas, cuando la decisión política pareció mirar más su propio interés que las urgencias económicas argentinas. En ese “metaverso” económico es difícil comprender cómo la no resolución del conflicto sobre quién manda y para qué afecta la marcha de una economía que ya sufre por ser un laboratorio de prueba y error de dogmas carentes de fundamento empírico en el resto del mundo.
Un mes perdido para probar que, por más idónea que sea una figura, sin un andamiaje institucional adecuado y un diagnóstico económico acertado, la solución no aparece por más ambición y habilidad del superministro de turno.