Mientras mentes más claras que la mía se preguntan si el capitalismo está llegando a su fin y hasta hay quienes lo celebran por anticipado, me gustaría llamar la atención sobre un hecho nimio aunque también del ámbito económico, específicamente monetario: la escasez de monedas. No me refiero a la gran demanda de dólares en las casas de cambio sino al más doméstico faltante de piezas de un peso, de cincuenta centavos y de diez.
Hace poco, en la sucursal del Banco Provincia de General Lavalle el cajero me confesó que la casa central había dejado de mandarle monedas hacía un año. En estos días, los subterráneos recibieron monedas del Banco Central después de nueve meses: el Gobierno había decidido actuar ante la eventualidad de que el público terminara linchando a un boletero. Detrás del desabastecimiento no se escondía la Sociedad Rural, ni el Fondo Monetario Internacional, ni ninguno de los temibles fantasmas que el kirchnerismo agita delante de los ciudadanos para atribuirles de sus infortunios. No se movían intereses poderosos ni había una disputa por la renta nacional sino apenas un circuito de mercado negro establecido al amparo de la inacción oficial.
Sin embargo, todos los que vamos a la panadería o subimos a un colectivo en los distintos lugares del país empezamos a padecer el inconveniente mucho antes de que los medios se ocuparan de él (así como padecimos la inflación y ahora la incipiente recesión mientras funcionarios, sindicalistas y empresarios hablan de ellas en términos hipotéticos). Esa lentitud contrasta, por ejemplo, con la velocidad de reflejos con la que los Kirchner lograron que la final de la Copa Davis se dispute en Mar del Plata, aun contra la voluntad de los jugadores. Es que el Gobierno tiene un sistema de decisión infalible: sólo se ocupa de aquello que apunta a obtener un rédito electoral más o menos inmediato. Lo que pasa con las monedas no es distinto de lo que sucede en materia de energía, de educación, de salud o de transporte. Pero frente a la crisis mundial los Kirchner vacilan. El método no les indica a qué caballo hay que apostar. Por ahora, sólo atinan a declamar un optimismo cuyo fundamento se nos escapa.
*Periodista y escritor.