El domingo pasado, los diarios Clarín, La Nación y PERFIL coincidieron en diferentes notas con un mismo enfoque. Clarín, en un reportaje a Carlos Melconian que se titulaba “En materia económica, hay un Plan Perdurar para la reelección de Macri”. La Nación, en otro reportaje, en su caso a Tomás Abraham, que se titulaba: “Macri no es neoliberal ni desarrollista, es lo que puede”. Y PERFIL, en la contratapa del domingo, que se titulaba “El partido de la ola” sosteniendo que Macri surfea el humor de la errática opinión pública, tratando de influirla pero nunca de contradecirla, al estilo de Groucho Marx, quien decía: “Estos son mis principios; si no le gustan… tengo otros”. Las tres perspectivas sobre el gobierno de Macri colocan al gradualismo no como una técnica para reducir el costo de adaptación de los perdedores del nuevo modelo económico sino como algo mucho más sustancial y profundo: el núcleo de su propia ideología. El gradualismo sería lo que en el mundo digital del siglo XXI se llama “modelo beta permanente”, como contracara del modelo industrial del siglo XX, donde los modelos beta eran los prototipos que se hacían para testear, hacer pruebas, y que fueran mejorando hasta que uno de ellos estuviera terminado y fuera el que finalmente se aplicara.
El "Plan Perdurar", "ser lo que se pueda" o "el partido de la ola" son formas similares de definir a Cambiemos
El modelo tradicional requería varios años de experimentos y correcciones con modelos beta que se iban combinando para llegar a que un prototipo alcanzara categoría de producto. Pero en el mundo de internet, esperar tres años para tener un modelo perfeccionado no tiene ya el mismo sentido, porque podría terminar siendo obsoleto ante cambios del entorno tecnológico tan veloces que dejarían como parte de la historia lo que fue pensado bajo un paradigma tres años anterior.
La cultura de internet, en la cual casi todos son modelos beta que se mejoran en la práctica, se convirtió en cultura de época, contagiando a la mayoría de las actividades económicas, donde lo rápido le gana a lo grande. Los profesores de las universidades de Washington y Chicago Philip Howard y Steve Jones, en su libro Society Online, dedicaron el capítulo titulado “Permanentemente beta: organización receptiva en la era de internet” a explicar cómo internet influyó en la forma de pensar todas las organizaciones, no solo las online sino también las de fuera del mundo virtual.
Ese “estado de flujo organizativo” que consiste en ciclos de pruebas, retroalimentación e innovación, facilita negociaciones permanentes y su continua adaptación. Un ejemplo en el mundo digital es el software de código abierto; y quizás un ejemplo del mundo político actual sea Cambiemos. El “Plan Perdurar”, o “no ser desarrollista, ni liberal sino lo que se pueda”, o ser “el partido de la ola”, significado desde el Gobierno con el término “gradualismo”, convierte a la sociedad en “testeadores de betas”, donde se va probando y el mérito no consiste en no equivocarse sino en reconocerlo y corregir (como hizo con el dólar).
En la misma sintonía, la profesora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Columbia Rita Gunther McGrath escribió el libro El fin de la ventaja competitiva (para el peronismo lo eran los sindicatos), cuya tesis es que las organizaciones ya no pueden apostar a encontrar y encolumnarse detrás de una ventaja competitiva perdurable y “deben pasar de una oportunidad a otra, en constante desarrollo, siempre buscando ingresar y salir de los mercados”. El concepto de ventaja competitiva en las organizaciones económicas es equivalente a la ideología en las organizaciones políticas. El papa de esa religión es el célebre profesor Michael Porter, autor hace décadas de la biblia de la competitividad, el libro Ventaja competitiva: creación y sostenimiento de un desempeño superior.
Probablemente Macri no haya leído Vivir en beta: cómo probar, fallar y aprender en la vida y el trabajo, del fundador de LinkedIn (y como si fuera poco, también de PayPal), Reid Hoffman, pero lo aplica y seguramente lo leyeron algunos de sus destacados funcionarios y asesores. Hoffman es el papa del emprendedorismo y uno de sus libros es El start-up de vos mismo.
No solo Macri dejó de lado los modelos satisfactoriamente terminados de la política, como son las bases de los partidos que son perennes o las constituciones en los países que las respetaban sostenidamente, aventurándose a recorrer su mandato en modelo beta. También las dos mayores potencias del mundo abandonaron su ortodoxia política: en Estados Unidos, Trump ganó las elecciones sin manual y despide un ministro cada mes, y China dejó de respetar su riguroso modelo de no reelección para convertir a Xi Jinping en jefe de Estado perpetuo. Dos peligrosos experimentos para el mundo.
El gradualismo no es un calmante para los perdedores del modelo sino el núcleo ideológico de Macri
¿Es cierto que la única forma que tuvo Cambiemos de ganar las elecciones de 2017 fue aplicar gradualismo? ¿No podría haber ganado igual aplicando en diciembre de 2015 un plan con costos más altos en 2016, y beneficios también más altos en 2017, como hicieron en su primera elección legislativa Menem y Alfonsín? ¿Son los planes, como las plataformas partidarias, objetos duros de la era industrial del siglo XX predigital, productos de una cultura pasada? ¿La velocidad de los cambios que impone la vida líquida del posmodernismo obligará a todas las actividades, y especialmente a la política, a adoptar el modelo beta permanente de internet? Cambiemos debe creer que sí.