“El amarillismo solo sirve para tener rating y reforzar prejuicios, no para explicar el problema ni su gravedad”.
Esta frase pertenece a la periodista mexicana Cecilia González, radicada en la Argentina desde 2002, por varios años corresponsal de la agencia Notimex, actualmente de Russia Today y colaboradora habitual en medios de este país, además de ser una profesional seria, bien informada y alejada de las luces de la televisión y el efectismo que suele degradar buena parte de la información y las opiniones que habitan el espacio comunicacional argentino. González tiene, además, una historia profesional en la que se destaca su profundo conocimiento de los vericuetos por los que se cuelan el narcotráfico, el lavado de dinero consecuente y los cambios que se van operando en ese campo para optimizar las ganancias espurias de este rubro delincuencial. Entre sus libros se destacan Narcosur. La sombra del narcotráfico mexicano en Argentina (Marea), Todo lo que necesitás saber sobre narcotráfico (Paidós) y Narcofugas: de México a Argentina, la larga ruta de la efedrina (Marea), con el que obtuvo el Premio Fopea a mejor libro de periodismo de investigación.
Otra de las frases que González expresó en esa misma intervención en las redes pone una luz de alerta: “El narco ha crecido y se ha consolidado aquí igual que en el resto del mundo porque se siguen aplicando políticas que, contrario a lo que postulan, no lo combaten: lo alientan”.
No es de hoy, es de larga historia que la Argentina va cayendo bajo el control del narcotráfico, poseedor de multimillonarios recursos que le permiten contratar delincuentes avezados y no tanto, sicarios que están dispuestos a asesinar por poca plata, cuasi niños que la jerga periodística ha bautizado como “soldaditos” (cooptados por dinero y droga para servir de vigías alertas ante la presunción de un avance de investigadores o la competencia), policías, legisladores, jueces, fiscales y funcionarios que facilitan su accionar por acción u omisión. Algunos de estos se integran a las redes del sistema organizado del crimen para obtener dinero fácil, otros por temor a represalias y los chicos para obtener un trabajo, ilegal pero trabajo al fin (algo que no logran en el sistema laboral legítimo).
En una columna que escribió en junio de 2021, la periodista que estoy citando recordó que en 1971 el entonces presidente norteamericano Richard Nixon proclamó: “Declaro la guerra contra las drogas”. Esto autoerigió a Estados Unidos –el principal consumidor de drogas del mundo– como una suerte de gendarme universal contra el narcotráfico. “Cinco décadas después –señalaba en su artículo Cecilia González– no hay un solo efecto positivo. Al contrario. Hoy hay más sustancias prohibidas, son más baratas, más accesibles y con mayor potencia. El consumo aumentó tanto en EE.UU. que ha enfrentado epidemias consecutivas de cocaína, heroína, metanfetamina y fentanilo, y sigue siendo el país que más consume drogas. Las organizaciones criminales crecieron, se multiplicaron, se profesionalizaron, se globalizaron. Se expandieron a todo el mundo con la invaluable ayuda de los bancos estadounidenses y europeos que lavan las multimillonarias ganancias del negocio trasnacional e ilegal más lucrativo”.
Quise centrar en estos términos mi aporte de hoy a una mayor claridad sobre este tema que saltó a las primeras planas, al prime time de todos los canales, a horas de emisiones radiales, a raíz de la tragedia de la cocaína adulterada (no envenenada, como se insiste en reiterar una y otra vez de manera errónea) que provocó la muerte a más de veinte personas y graves secuelas a otras decenas.
La lucha contra los narcos no está perdida. Solo se requiere cambiar la mirada de quienes están obligados a asumirla con seriedad, sin chicanas políticas y lejos de la influencia de los poderosos financistas del crimen organizado.