Esta semana, el nuevo gobernador del estado de Río de Janeiro, Sergio Cabral, en su primera decisión tras haber asumido el 1° de enero, le solicitó formalmente al presidente Luis Inácio Lula da Silva la participación de las fuerzas armadas brasileñas en el restablecimiento de condiciones mínimas de seguridad en la antigua capital.
La intervención de las fuerzas armadas, antes que una acción directa de tipo militar contra el narcotráfico en las favelas de Río, tendrá como objetivo contribuir a la “cohesión” de los organismos de seguridad, tanto estaduales como federales, según Cabral.
Las fuerzas armadas van a hacer tres cosas: patrullar “ostensiblemente” los alrededores de sus cuarteles; entrenar a las policías civiles y militares del estado de Río de Janeiro; y proporcionar ayuda logística (vehículos terrestres, helicópteros y lanchas, además de telecomunicaciones e inteligencia) a la policía militar (PM) y civil del Estado.
Tampoco la Fuerza Nacional de Seguridad (FNS), integrada por policías militares de distintos estados, y encuadrada y entrenada por el gobierno federal, ocupará las calles de Río y sus 300 favelas; lo que hará la FNS será controlar las rutas nacionales y estaduales de acceso a la segunda ciudad del país, para impedir la entrada de armas y drogas, y detener, previsiblemente, a los forajidos.
Sólo en una segunda etapa, todavía no formulada, al menos públicamente, se desplegaría una acción ofensiva contra el narcotráfico en sus reductos de las favelas; y, en ella, la PM cumpliría un papel central, a la cabeza de la ofensiva destinada a ocupar el territorio hoy en manos del narcotráfico.
Las características del operativo revelan un juicio sobre la naturaleza de la crisis, que es el siguiente: el problema principal de Río, tras la ofensiva del narcotráfico esta semana, que dejó 19 muertos tras atacar en 9 lugares distintos al mismo tiempo, no es la capacidad militar de los narcos, sino la fragilidad y ausencia del Estado y de sus organismos de seguridad; de ahí la prioridad de su “cohesión”.
No se trata de que fuerzas de elites, como los paracaidistas o los “fuzileiros navales”, se impongan militarmente a las cuadrillas de narcotraficantes; no es ése el problema; no hay un desafío militar en Río; hay una crisis del Estado, acompañada de su ausencia en las favelas y barrios marginales, que se manifiesta como crisis de seguridad.
En la crisis de seguridad de Río, la importancia estratégica de las fuerzas armadas brasileñas no reside en su mayor poder de fuego, sino en su superior consistencia como organizaciones del Estado; lo decisivo, en síntesis, de la intervención de las fuerzas armadas en Río no es su componente militar sino su dimensión estatal. Tres son los rasgos fundamentales de la evolución histórica del Estado brasileño: la continuidad, la descentralización y el dualismo estructural, efecto de la esclavitud. No hubo ruptura en el Estado brasileño al producirse la independencia (1821); más aún, fue el imperio portugués el que declaró la independencia de Brasil a través de Pedro I, cuando se negó a retornar a Lisboa (“Eu fico”, yo me quedo). Ese imperio tuvo su sede en Río, y no en Lisboa, entre 1809 y 1821. Desde allí se gobernó, con la ayuda británica, Goa, Timor, Macao, Angola, Mozambique, entre otros, un imperio mundial. El dominio portugués fue un poder tenue y leve, más de carácter representativo que administrativo; Brasil, desde su origen (1500 en adelante), es más un concierto de unidades autónomas que una unidad político-estatal.
La crisis desatada por la ofensiva narco en Río (“Comando Vermelho”) se arraiga en la tercera de las características históricas del Estado brasileño: el dualismo que está en su origen y que tiene un carácter constitutivo de su civilización; y que lo acompaña en cada una de las fases de su historia, incluso la actual, esta semana. El capitalismo brasileño siempre fue altamente competitivo, al surgir como parte integrante y avanzada de la Revolución Industrial británica (Barón de Maúa); pero esta competitividad se basaba en una estructura social y demográfica esclavista. La abolición de la esclavitud (1888) no modificó este dualismo característico de la sociedad brasileña; al contrario, lo profundizó, al dejar en pie la misma estructura socioeconómica dualista, sólo que cubierta por el velo de la igualdad legalista y formal de sus Constituciones republicanas.
La intervención de las fuerzas armadas en Río no es la respuesta a la crisis de seguridad brasileña; en todo caso, es la metáfora de una respuesta, en la que lo decisivo de la participación castrense no es lo militar, sino lo estatal.
Las favelas de Río nunca estuvieron integradas al Estado brasileño; después de 1888 fue el jogo del bicho (una forma de quiniela), la estructura básica, sociopolítica, de sus comunidades autónomas; en los últimos 30 años, el jogo del bicho fue sustituido por el narcotráfico, que, se estima que, sólo en Río, tiene 100 millones de dólares de ganancia por año o más.
Los grandes países, como Brasil, sólo cambian dentro de una continuidad.