COLUMNISTAS
Escepticismo argentino

El país de los problemas insolubles

La Argentina se ha acostumbrado a pasar la vida resignándose a convivir con problemas definidos por la sociedad como insolubles –problemas que muchos de los países resuelven, o al menos lo intentan–.

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La Argentina se ha acostumbrado a pasar la vida resignándose a convivir con problemas definidos por la sociedad como insolubles –problemas que muchos de los países resuelven, o al menos lo intentan–. Ese fatalismo es un rasgo permanente; a veces parece estar en vías de disolución, pero pronto resurge vigorosamente.

Una de las grandes fatalidades con las que convivimos desde hace más de sesenta años es la inflación. Para los argentinos es una pesadilla, y se entiende: encabezamos el ranking mundial de inflación media de punta a punta desde el fin de la Segunda Guerra hasta hoy. Cuando se tomó el toro por las astas en 1991, después de dos brotes hiperinflacionarios, la sociedad argentina durante varios años cambió su humor. La persistencia de otros problemas, más algunos nuevos, mitigó ese nuevo estado de ánimo; aun así, a pesar de esos otros problemas, el electorado votó masivamente la reelección del presidente Menem en 1995, porque el éxito de la política antiinflacionaria había marcado fuertemente las prioridades en la agenda pública. La crisis de 2001-02 reabrió el problema. El gobierno del presidente Kirchner logró nuevamente ponerlo bajo control, pero tan pronto se le salió de las manos inventó la sorprendente respuesta de intervenir en las mediciones y embrollarlo todo. La sociedad siente hoy que la estabilidad no es un bien al que la Argentina puede aspirar; cuando se consigue contener la inflación, la creencia es que es a costa de más desempleo o de menos crecimiento.

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Las privatizaciones fueron otro caso interesante. El consenso social a favor de dar cabida a la gestión privada en los servicios públicos era ya palpable en la década de 1980, cuando la ineficiencia de la administración pública se tornó preocupación colectiva. La respuesta habitual, desde el gobierno, desde casi todos los sectores políticos (la UCeDé incluida), desde muchos formadores de opinión y de muchos empresarios, era “no es posible”. Hubo amagos de privatización de Aerolíneas Argentinas durante el final de la presidencia de Alfonsín, impulsados por el ministro Terragno. En ese momento no condujeron a nada, pero a partir de 1989 se puso en marcha un ambicioso y profundo programa de privatizaciones. En ese momento el efecto fue un baño de confianza en que “se puede”. Hoy, cuando la sociedad no muestra consenso alguno en sus juicios sobre esas privatizaciones, de nuevo prevalece el escepticismo, por eso de que o sale mal o el precio que se paga es muy alto.

Estos son sólo ejemplos, del “no hay solución”. La pobreza es un flagelo que parecemos resignados a aceptar como inevitable, lo cual es realmente notable, porque es difícil encontrar algún otro país latinoamericano con niveles de pobreza ampliamente mayores hoy que décadas atrás como ocurre aquí. Erradicación de villas miseria y dotación de condiciones de vida dignas de estos tiempos a millones de personas es algo difícil de implementar, pero aquí sólo se habla de eso en discursos electorales (de algunos candidatos, por supuesto, no de los que buscan votos en las villas, porque esos piensan que los villeros no quieren mejorar su hábitat); aunque es justo admitir que a nivel de municipios hay esfuerzos loables para enfrentar ese drama. Que la Argentina no pueda resolver el tema de los cartoneros es inconcebible para casi cualquier persona –informada o simple turista– que visita nuestro país.

La declinación de la educación se desliza ante nuestros ojos –y los de los padres de los chicos y jóvenes en edad de recibirla– sin atisbos de reacciones significativas. Los gobernantes no hacen nada al respecto, y la sociedad es ambivalente; en verdad está más enfocada en la obtención de títulos para sus hijos que en que adquieran una buena educación. Problemas de congestión y desórdenes inmanejables de tránsito, contaminación por los escapes de los vehículos de transporte, contaminación de las napas de donde proviene el agua que bebe gran parte de la población... La lista es larga. Todo termina en el resignado “esto no tiene solución”.

La sociedad se siente condenada no al éxito, como lo dijo en su momento un ex presidente, sino al fracaso. En las encuestas de opinión el pesimismo resurge una y otra vez y domina ampliamente la escena. El escepticismo es la marca del humor argentino.

*Sociólogo.